UNA RENUNCIA PROFÉTICA
La renuncia del Papa se ha
analizado desde casi todos los puntos de vista, todos ellos interpretando un
acto referido al pasado, ¡pero es posible que a nadie se le haya ocurrido
contemplarla como un acto profético, propio del carisma atribuible a un Papa!
Se ha dicho que Benedicto XVI se ha bajado de la cruz, a diferencia de lo que
hizo Juan Pablo II, pero creo que a nadie se le ha ocurrido pensar que él no
nació el Viernes Santo, sino casualmente, o no por casualidad, nació un Sábado
Santo; tal vez ésta sea la clave.
Esta forma de pensar e interpretar las cosas
puede ser consecuencia de una deformación moderna desde Maquiavelo, consistente
en analizar toda la realidad como hechos estáticos, mirando hacia atrás; cuando
la realidad es dinámica, pues una flor se marchita siempre, y una bellota se
convierte siempre en encina salvo que se la coman los cerdos. Por qué no pensar
que un filósofo y teólogo de la categoría de este Papa ha podido realizar un
acto profético, cuando además tiene un don especial para ello.
La idea del sábado le obsesionó
siempre a Joseph Ratzinger, puede decirse que su historia es la de un hombre
que nació en Sábado Santo. Él escribió: «El Sábado Santo es el día del
silencio, el día de la oscuridad divina, de las tinieblas de Dios, en palabras
de Martin Buber».
La liturgia y el símbolo de la fe lo
representa como el día de la cruz vacía en el que Cristo muerto baja a los
infiernos; mas, como escribió el Papa: «Sólo a través del silencio del Sábado
Santo los discípulos pudieron ser llevados a la comprensión de lo que era
verdaderamente Jesús y de lo que su mensaje significaba en realidad: Dios debía
morir por ellos para poder vivir realmente en ellos»; la realidad es dinámica,
así un grano de mostaza se convierte en un gran arbusto como el Reino de los
Cielos.
Ratzinger comparaba el Sábado
con la escena evangélica de la barca a la deriva en medio de la tempestad:
«Dios duerme mientras sus cosas parecen naufragar. La Iglesia, la fe, ¿no se
asemejan a una pequeña barca que parece naufragar?» Y añade: «Cuando la
tempestad amaine nos daremos cuenta en qué medida nuestra fe estaba cargada de
insensatez».
Resulta que la cruz de Joseph
Ratzinger no es sólo la Cruz de la pasión del Gólgota, es la Cruz de los
primeros cristianos, una Cruz representada con destellos de luz: «No importa
tanto una referencia al Señor que ha pasado, cuanto al Señor que está por
venir. Para el cristiano antiguo, la Cruz es signo sobre todo de esperanza».
Él
se consideró siempre Sábado, símbolo de tiempo entre la muerte y la esperanza,
entre las tinieblas y la luz, entre la Cruz y la resurrección. Por eso se puso
el nombre de Benedicto XVI, en continuidad con Benedicto XV, un Papá de
transición entre la guerra y la paz, cuyo gran mensaje fue el anuncio de la
urgente necesidad de una nueva evangelización. Así lo explicó en su día cuando
eligió el nombre de Benedicto: un Papa de transición entre dos colosos, su
predecesor y el que vendrá.
Él es consciente de las
amenazas que acechan a la Iglesia, tanto desde dentro como desde fuera. Cuando
Juan Pablo II fue elegido Papa, el gran enemigo de la Iglesia era el marxismo,
orquestado por el PCUS Soviético. Para acabar con ese peligro hubo que traer a
alguien desde allí, detrás del telón de acero, para luchar con ellos y
vencerlos.
Ahora el enemigo existe en otra
forma y viene de Occidente, se trata de una ideología cada vez más potente, a
la que yo llamo IPC (ideología políticamente correcta). Un pensamiento único
que expulsa a Dios de la historia y a la verdad de la realidad. Niega al hombre
como criatura de Dios, a la naturaleza humana imagen de Dios y a la gracia
sobrenatural semejanza de Dios. Impone la dictadura del relativismo en nombre
de la tolerancia más intolerante, utilizando medios técnicos de una potencia
incalculable, tales como las grandes «networks» de la comunicación, las series
de televisión, las películas de cine, los controles de internet. Y, por
supuesto, los grandes discursos políticos enteramente
correctos.
El Papa, un viejo y sabio
cristiano, ha denunciado claramente todo esto. Su Dios no es el absolutamente
otro lejano, que abandona a la humanidad a la crisis. Es un Cristo histórico,
el Hijo de Dios, encarnado en un judío nacido en Belén en tiempos de Augusto
que, después de morir y resucitar, se quedó con nosotros para hacerse presente
en la existencia de todo aquel que quiera escucharlo.
El Papa sabe humildemente que
no tiene fuerzas para poder responder adecuadamente ante lo que le viene. Tal
vez cuando dice que no tiene vigor espiritual y físico no está contemplando el
pasado, sino el futuro. Por eso vuelve a hacerse Sábado Santo para guardar
silencio; pues «el cristianismo no es sólo una religión del pasado, sino del
futuro. Su fe es al mismo tiempo esperanza, ya que Cristo no es sólo el muerto
y resucitado, sino también aquel que está por venir».
Pero esto no lo puede decir él,
lo debemos interpretar nosotros.
La
Razón, Madrid.
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