1 de marzo de 2013

LA IGLESIA SIGUE VIVA



La Iglesia sigue viva

Crónica, impresiones y sentimientos de Jesús de las Heras Muela, enviado especial  a Roma, director de la revista digital www.revistaeclessia.com tras la última audiencia general del Papa Benedicto XVI.


El 7 de abril de 2005 estoy seguro de que fue la Providencia la que quiso que pudiera viajar a Roma para despedirme, al igual que hacían aquellos días cientos de miles de personas de todo el mundo, del tan querido Papa Juan Pablo II. Aquel día era su funeral y sepultura.

Casi ocho años después, entendí que también debía regresar a Roma, peregrinar a Roma, para despedirme del Papa luminoso y sereno que durante este tiempo ha regido, en medio de bonanzas, esperanzas y tempestades, la nave de la Iglesia. Y así lo hice, me puse, de nuevo, en camino para volver a ser testigo de la historia y, sobre todo, para vivir y sentir lo que es la Iglesia y, en este caso, sumarme a la hermosísima sinfonía y polifonía de la acción de y por Benedicto XVI.

Y al igual que hace ocho años, la jornada romana era radiante de luz y repleta de fieles.  Ni las circunstancias ni los escenarios eran los mismos, aunque su significado para la vida de la Iglesia y de la humanidad era tan parejo. La mañana romana del 27 de febrero de 2013 era –dicho queda- radiante y luminosa, sí, y también conmovida y, ante todo, serena. Diríase que ni el mismo Joseph Ratzinger hubiera podido diseñar y desear una mañana así, una mañana, una jornada tan “suya”: sencilla, sobria, contenida, apacible, clara, diáfana, entrañable, firme y frágil a la vez,  evangelizadora y eclesial.

No hubo grandes actos, ni escenografía extraordinaria. Nada chirriaba, ni era distinto apenas a las otras 347 audiencias generales de los miércoles –muchas de ellas también en la Plaza de San Pedro, también con el recorrido del Santo Padre en el papamóvil-, en las que habían participado 5.116.600 peregrinos y a los que ya hay que sumar los 150.000 que participaron, que participábamos en la audiencia del miércoles 27 de febrero. Eso sí, esta mañana de luz del 27 de febrero de 2013 era una mañana para la historia. Era, más si cabe que otras tantas veces, una mañana para la Iglesia. Y de la Iglesia –su misterio, su don, su reto,  sus luces y sombras-, versó la catequesis de quien hasta ahora y desde el 19 de abril de 2005 había sido el primer pastor, el primer viñador, humilde, eficiente y eminente, de la Iglesia.

El 24 de abril de 2005, en la misa del comienzo de su pontificado, Benedicto XVI repitió hasta en cuatro ocasiones que la Iglesia está viva, en alusión a una hermosa y afortunada frase del Papa Juan XXIII. Y que la Iglesia está viva, que no es una organización o una asociación para fines  religiosos o humanitarios, sino “un cuerpo vivo, una comunión de hermanos y de hermanas en el Cuerpo de Jesucristo que nos une a todos”, fue el hilo argumental de la catequesis papal de este miércoles para la historia.

Esta Iglesia que está viva, es, en primer y fundamental lugar, la Iglesia de Jesucristo, su auténtico y único Señor, que siempre la acompaña y acompañará, más aún en medio de las tormentas y de las noches oscuras. Una Iglesia que está viva y que hace que ni el Papa ni ninguno de sus miembros deban sentirse jamás solos. Una Iglesia que está viva en sus pastores, en sus sacerdotes, en sus consagrados, en el entero pueblo de Dios. Una Iglesia que está viva porque, al igual que el corazón del Papa, se alarga, se prolonga al mundo entero.


Una Iglesia que está viva y que sabe, ha de saber siempre, que cuando la vida se da es cuando, en realidad, se recibe  a manos y a  corazón abiertos. Una Iglesia que está vida y que sabe que su destino es siempre la Cruz –el único preludio de la Pascua, la única esperanza definitiva, el auténtico torrente de la plenitud- y que de la Cruz nunca se baja, más allá de los distintos modos en que se puede estar frente y junto al Señor Crucificado. Y es que, sí, “Dios guía a su Iglesia y la sostiene siempre, también y sobre todo en los momentos difíciles. No perdamos nunca esta visión de fe, que es la única visión auténtica del camino de la Iglesia y del mundo”.

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