La oportuna dimisión de Petraeus
ante el “Bengasigate”
por Robert Spencer
Superado en apariencia por culpa de una
infidelidad, el general David Petraeus dimitía por sorpresa como director de la
CIA el jueves. Un Barack Obama de pronto ultraconservador aceptaba su dimisión
el viernes, cuando Petraeus se explicaba en una declaración difundida durante
la tarde. Pero la declaración de Petraeus simplemente no se sostiene, porque se
produce justo después de que el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara le
requiriese para prestar testimonio dentro de su investigación abierta al
atentado yihadista de Bengasi y posterior tapadera de la Administración Obama.
«Ayer por la tarde», escribió Petraeus, «acudí a la Casa Blanca y solicité permiso al presidente para dimitir de mi puesto al frente de la CIA por razones personales. Tras llevar más de 37 años casado, manifesté un juicio extremadamente malo al tener una aventura extramarital. Un comportamiento así es inaceptable, como marido y como responsable de una organización como la nuestra. Esta tarde, el presidente aceptó mi dimisión».
El «padre» Obama, ese reconocido cruzado de la moralidad que elogió al infiel Ted Kennedy por ser «un líder extraordinario» y al legislador homosexual Barney Frank por ser «un feroz defensor de la población de Massachusetts y de los estadounidenses que necesitan voz en cualquier parte», podría haberse indignado tanto realmente por la aventura de Petraeus como para aceptar su dimisión de mala gana. Por otra parte, a lo mejor su disposición a perder de vista a Petraeus tiene algo que ver con la declaración que difundió éste en la CIA el 26 de octubre: «Nadie en ningún nivel jerárquico de la CIA dijo a nadie que no se ayudara a los que lo necesitaban; las declaraciones que dicen lo contrario son sencillamente imprecisas».
Esta declaración veía la luz justo después de que Fox News hubiera informado de que «fuentes presentes sobre el terreno en Bengasi apuntan que una petición urgente de cobertura militar desde el complejo de la CIA solicitada durante el atentado al consulado estadounidense, y posterior ataque varias horas después al propio edificio, fue denegada por la jerarquía de la CIA, que también habría ordenado en dos ocasiones a los agentes que ‘se mantuvieran al margen’ en lugar de ayudar al equipo del embajador al escucharse los primeros disparos hacia las 21:40 horas del 11 de septiembre en Bengasi».
Pero no fue Petraeus quien ordenó que no se ayudara al embajador Chris Stevens ni a su gabinete cuando los yihadistas atacaban el edificio de la embajada; la orden tendría que haber salido de alguien por encima del director de la agencia. El desmentido de Petraeus, diciendo que la orden no había salido de él, apunta directamente a Obama. Y aunque los medios convencionales enterraron ese dato antes de las elecciones, el Comité de Asuntos Exteriores de la Cámara habría preguntado a Petraeus quién dio la orden exactamente.
Claro que es coincidencia que Petraeus dimitiera el jueves, la misma jornada en que la Fox informaba que el Comité tenía intención formal de llamarle a prestar testimonio durante las vistas de Bengasi. Claro que no tiene nada que ver con la decisión de Petraeus de presentar su dimisión. Es mucho más probable en realidad que, de pronto, justo cuando se daba a conocer la noticia de que iba a ser llamado a prestar testimonio en el pleno, Petraeus se sintiera superado por la culpa de su aventura extramarital, y decidiera –aunque la aventura se inició hace muchísimo tiempo, los rumores venían circulando cuando todavía él estaba destacado en Afganistán– que el jueves iba a ser el momento, ese día y en ese preciso momento, en que iba a dar el paso de salir a la luz y además dimitir de su cargo.
Lo ridículo de esta suposición es evidente. Y la conveniencia del momento para Obama no puede ser pasada por alto. Ahora Petraeus no prestará testimonio en el pleno de la cámara baja, y por tanto, en ausencia de citación judicial, al principal testigo de la identidad de la persona que ordenó mantenerse al margen a la CIA en Bengasi se lo traga la tierra.
La excusa patentemente endeble que se pone a la dimisión también es problemática, recordando a los cargos que Stalin presentaba de la noche a la mañana contra sus antiguos camaradas y amigos. Que una Administración demócrata tan escorada socialmente hacia la izquierda como la de Obama se valga de una aventura extramarital como excusa para cargarse a un funcionario público respetado hasta la fecha ya exige de una incredulidad extraordinaria. Huele más a purga de corte totalitario. ¿Habrá citación judicial?
Y la peor parte de todo esto es que las elecciones han terminado, la oposición a Obama anda de consultas, y el caballero está claramente convencido de poder comportarse como le dé la gana sin tener que preocuparse por transparencia alguna. Y probablemente tiene razón.
Robert Spencer
Arabista en la Univ. de Carolina del Norte
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