El peso de Paracuellos
del Jarama
Pese a que Carrillo
negó siempre su responsabilidad en la matanza de los miles de presos, las
evidencias históricas señalan desde los años sesenta al dirigente comunista
ISRAEL VIANA / MADRID
Santiago Carrillo
tenía sólo 21 años el 6 de noviembre de 1936, el día en que fue nombrado
Consejero de Orden Público por la Junta de Defensa de Madrid, el mismo día que
ingresó en el Partido Comunista de España y justo un día antes de que dieran
comienzo las matanzas en Paracuellos de Jarama: entre 5.000 y 12.000 presos
fusilados, dependiendo de los estudios, cuya responsabilidad siempre negó el
líder comunista, pero que el historiador Paul Preston se ha encargado de
rebatir recientemente en la revista «Ebre 38»: «Hay pruebas de peso que, aparte
de ser confirmadas parcialmente por algunas de sus propias declaraciones, dejan
claro que estuvo totalmente involucrado».
Carrillo
no fue responsabilizado de la matanza de Paracuellos hasta 1960
Carrillo era, en
aquella época, un dirigente joven, un mandatario precoz que dejó caer sobre sus
espaldas la sombra de unos asesinatos que, según muchos historiadores, debía
conocer dada su destacada posición en el bando republicano. Sin embargo, la
prensa franquista "encarnada
por el diario «Arriba España», o el «Alcázar»" no le acusó a él,
sino a Segundo Serrano Poncela, delegado de Orden Público de la Junta de
Defensa de Madrid que se encontraba a sus órdenes.
Carrillo no fue
responsabilizado por el régimen hasta su nombramiento como secretario general
del Partido Comunista de España (PCE), en 1960. Y durante aquellos aciagos
meses de noviembre y diciembre de 1936, la prensa republicana se deshacía en
elogios hacia el chaval que acababa de irrumpir como mandatario socialista y comunista:
«El gobernante más joven del mundo», le calificaba el diario «La voz» el 13 de
noviembre de 1936, poco después de que las masacres de los días 7, 8 y 9 de
noviembre se llevaran por delante a los primeros centenares de presos.
Carrillo,
«figura para la historia»
Mientras Melchor
Rodríguez, nombrado director general de Prisiones y apodado «el ángel rojo» por
el historiador Alfonso Domingo, se enfrentaba a los elementos más radicales del
partido para que detuviesen las carnicerías en Paracuellos y Torrejón de Ardoz,
a Carrillo le llovían los piropos en diarios como «La Libertad»: «No ha sido
nunca ni concejal, ni diputado ni siquiera ministro. Hasta ahora, Santiago
Carrillo no fue más que periodista y luchador esforzado de las Juventudes
Socialista Unificadas. Y sin embargo, resulta, como lo prueba su actuación
magnífica de estos días, un gobernante de cuerpo entero», podía leerse en la
edición del 15 de noviembre. El antetítulo decía. «Figuras para la historia».
En
1930, con tan solo 15 años, ya colaboraba como periodista en el diario «El
socialista»
Y eso que Carrillo no
era un personaje completamente nuevo para los círculos políticos españoles. En
1930, con tan solo 15 años, ya colaboraba como periodista en el diario «El
socialista» y se hizo cargo de la información parlamentaria en la Segunda
República, codeándose con otros grandes del periodismo como Víctor de la Serna
(«Informaciones»), Manuel Azaña («El Sol») o Wenceslao Fernández Flores, del
diario «ABC». Con 18 años, ya defendía en discursos su vertiente radical del
partido socialista, llegando incluso a ser juzgado en 1933 -tal y como contó
ABC en la primera vez que Carrillo es nombrado en este periódico- por uno de
sus artículos, e ingresando poco después en la cárcel por participar junto a su
padre en la Revolución de 1934.
En 1936, una vez que
Carrillo fue nombrado Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de
Madrid, se encargó de la evacuación de los presos de las cárceles madrileñas de
San Antón, Polier, Modelo y Ventas, rumbo a Valencia, ante la llegada de las
tropas franquistas a los extrarradios de la capital.
«Los
revolucionarios odiamos el delito»
La «evacuación» acabó
en las consabidas matanzas, muy contrarias a la filosofía que el joven Carrillo
vendía en sus discursos durante aquellos días de noviembre: «Los inermes, los
prisioneros, los perseguidos están con la Junta garantizados» o «los
revolucionarios odiamos el delito y compadecemos al delincuente. Por eso, el
traidor, el faccioso, tendrá que temer de los Códigos, pero no de los
ejecutores», aseguraba a un periodista de «La Libertad» el 15 de diciembre.
«Los días que la Junta lleva trabajando "declaraba el mismo
Carrillo en un discurso por la emisora Unión Radio, el 12 de noviembre de 1936" han servido para
demostrar que la Junta no ha venido para realizar atropellos ni
arbitrariedades, que la Junta no ha venido a aniquilar ninguna situación
desesperada».
«La
quinta columna está camino de ser aplastada», dijo Carrillo el 12 de noviembre
de 1936
Esta misma alocución
de radio del joven dirigente comunista, reproducida por el diario «El Sol» o
«La Voz», es para el historiador Paul Preston «un reconocimiento público de que
se estaban tomando medidas contra los prisioneros». En ella, aquel Carrillo de
21 años decía cosas como que «la quinta columna está camino de ser aplastada» o
que «todas las medidas, absolutamente todas, están tomadas para que no pueda
suceder en Madrid ningún conflicto ni ninguna alteración».
Se calcula que, solo
en la «saca» procedente de la cárcel Modelo cuatro días antes, más de 400
prisioneros fueron ejecutados en el Soto de Alcovea, en Torrejón de Ardoz.
Carrillo ha responsabilizado siempre de aquellos hechos, que siempre dijo
desconocer, a los elementos «incontrolados»: «La verdad es que yo he empezado a
oír hablar de Paracuellos bastantes años después», escribía en su
autobiografía, publicada en 1994.
«Hay pruebas de peso contra Carrillo»
El
historiador Paul Preston se suma a quienes creen probado que el entonces
consejero de Orden Público estuvo al corriente de la ejecución de más de 2.000
prisioneros
SERGI
DORIA
Audio: «¡Váyase al infierno!»
«¡Váyase
al infierno!», le espetó Santiago Carrillo a Luis del Olmo cuando éste se
refirió a su papel en Paracuellos. Consejero de Orden Público, el 6 de
noviembre de 1936, y secretario general del PCE, la sombra de aquellos
asesinatos sigue planeando sobre Carrillo. Aunque la autorización, organización
y aplicación implicaba a más gente, «tampoco hay que pensar que él estuviera
eximido de responsabilidades...
Hay
pruebas de peso que, aparte de ser confirmadas parcialmente por algunas de sus
propias declaraciones, dejan claro que estuvo totalmente involucrado». La
afirmación es de un historiador tan poco sospechoso de veleidades derechistas
como Paul Preston en «Las matanzas de Paracuellos», reconstrucción minuciosa de
aquel macabro episodio que acaba de ver la luz en «Ebre 38» (Llibres de
Matrícula), una revista sobre la guerra civil de tendencia republicana, codirigida
por Pelai Pagès y M. Carmen Rojo Ariza, profesores del departamento de
Didáctica y Patrimonio de la Universidad de Barcelona.
Para Preston, resulta «inconcebible» que Carrillo no asistiera a la
reunión
El
«infierno» del irascible Carrillo no es que se le acuse de ser el único
responsable de Paracuellos, sino su acerba tozudez en negar que estaba al
corriente de aquellos hechos sangrientos. Entre las pruebas de tal
involucración, Preston menciona las felicitaciones que recibió por haber
aniquilado la Quinta Columna durante el pleno del comité central del PCE
celebrado entre el 6 y 8 de marzo de 1937; o el documento descubierto por
Martínez Reverte en octubre de 2005 que confirma el acuerdo enre las Juventudes
Socialistas Unificadas (JSU) y la CNT-FAI para acabar con los prisioneros.
Carrillo
acusó de los asesinatos (un recurso bastante habitual para explicar los
desmanes del bando republicano) a los «incontrolados»: su única reponsabilidad,
adujo, es que no lo pudo evitar. Como afirma Pelai Pagès, codirector de «Ebre
38», Preston demuestra «la complicidad de las instituciones "y de las personas concretas que las encarnaban" en los luctuosos acontecimientos». Otoño del 36. El gobierno
republicano ha abandonado Madrid con rumbo a Valencia y Margarita Nelken deja
en manos de la Dirección General de Seguridad la evacuación de los presos.
La recién
constituida Consejería de Orden Público será, finalmente, la encargada de ese
cometido ante las presiones de los generales Miaja y Rojo. ¿De qué se trataba al
hablar de «evacuación»? ¿De garantizar la seguridad de los detenidos o de
eliminarlos?
Los
hombres del Komintern en España, como el periodista Mikhail Koltsov, el
argentino Vittorio Codovila y el italiano Vittorio Vidali (Carlos Contreras)
tenían claro el segundo supuesto; estaban, explica Preston, obsesionados por
eliminar a los «quintacolumnistas».
Encuentro
con las JSU y la CNT
Tanto el
periodista Herbert Matthews como Enrique Castro Delgado, entonces comandante
del Quinto Regimiento, corroboran las matanzas de presuntos fascistas bajo la
batuta de un Vidali al que, según Hemingway, le dolía la mano de tanto darle al
gatillo. El 6 de noviembre, las bolchevizadas Juventudes Socialistas Unificadas
(JSU) y representantes de la CNT se reúnen en la Consejería de Orden Público
para decidir el destino de los prisioneros. En las Juventudes "mayoritarias" destacan Santiago Carrillo, José
Cazorla y Segundo Serrano Poncela. Resulta inconcebible, apunta Preston, que el
veinteañero Carrillo "secretario de las JSU y Consejero de
Orden Público" «no hubiera asistido a esta
reunión».
Carrillo «contribuyó a convertirse en el centro del asunto de
Paracuellos»
Tras
pasar la víspera revisando ficheros de los presos de las cárceles madrileñas,
la mañana del 7 de noviembre comenzó la «evacuación», denominación eufemística
de las siniestras «sacas». Las cifras son escalofriantes: desde el sábado 7 de
noviembre y hasta los primeros días de diciembre, entre 2.200 y 2.500 personas
fueron «sacadas» de las cárceles de San Antón, Modelo y Las Ventas y luego
asesinadas en Paracuellos del Jarama y Torrejón; las órdenes no las firmó
Carrillo, sino el policía Vicente Girauta Linares y, cuando este marchó a
Valencia, sus sustitutos: Serrano Poncela y Bruno Carreras Villanueva. Como
escribirá Jesús de Galíndez, «la trágica limpieza fue desgraciadamente
histórica; no caben paliativos a la verdad». Tras la masacre del 7 y 8 de
noviembre se produjo una breve tregua en los asesinatos masivos, gracias al
cenetista Melchor Rodríguez, lo que le llevó a enfrentarse a los elementos más
radicales de su sindicato y al Comité de Defensa.
Los
vascos Galíndez e Irujo se mostraban horrorizados ante el descontrol sangriento
en la retaguardia republicana. «Si Galíndez sabía lo que estaba pasando»,
prosigue Preston, «Carrillo también lo debía saber, como queda demostrado en
las actas de la reunión que la Junta de Defensa mantuvo la noche del 11 de
noviembre» (Irujo y Giral habían pedido explicaciones al ministro de la
Gobernación Ángel Galarza). Carrillo se mostró dispuesto «a proceder con toda
energía para cortar abusos y arbitrariedades».
Emitió
dos decretos para centralizar las fuerzas policiales en la Consejería de Orden
Público y controlar la libre circulación de armas. Pero el «doblepensar», tan
propio del estalinismo, jugó una mala pasada al impetuoso líder. El historiador
británico lo ilustra con la alocución en Unión Radio el 12 de noviembre: una
«curiosa y tal vez innecesaria declaración» da paso a «un reconocimiento
público de que se estaban tomando medidas contra los prisioneros».
Los relatos posteriores de Carrillo sobre Paracuellos «son breves e
imprecisos»
Pasaron
los años y Santiago Carrillo se fue desmarcando de su protagonismo en el
Consejo de Orden Público durante la Guerra Civil, mientras cargaba los muertos
y el robo de propiedades a Serrano Poncela. En sus memorias de 1993, añade
Preston, «los relatos de Carrillo son breves, imprecisos y engañosos: no hacen
mención a las sentencias de muerte, sino que dicen que lo peor que les pasó a
aquellos que fueron declarados peligrosos por un juzgado o un tribunal es que
fueron condenados a participar en batallones de trabajo en la construcción de
fortines. La única declaración inequívoca de Carrillo es que no participó en
ninguna de las reuniones del Consejo».
Si Azaña,
Galíndez, Galarza, Irujo y Giral en Valencia, Melchor Rodríguez, el embajador
argentino, el delegado británico y el cónsul noruego Schlayer tuvieron
conocimiento de las matanzas, añade Preston, «es inconcebible que Carrillo,
siendo la principal autoridad en el área del orden público, no lo supiera.
Después de todo, a pesar de lo que dijera a posteriori, él recibía informes a
diario de Serrano Poncela...».
El último
recurso del viejo comunista es conocido: situarse más allá de la memoria
histórica y apelar al aserto sarteano de que «el infierno son los otros».
Carrillo en 1937: «Depurar a los traidores no es un crimen, sino un
deber»
Reproducimos
un extracto del artículo publicado por Paul Preson en "Ebre 38": «Los comentarios de Carrillo hechos
en 1974 negando cualquier conocimiento de las matanzas de Paracuellos los
contradicen las palabras de felicitación pronunciadas durante un pleno del
Comité Central del PCE que tuvo lugar en Valencia entre el 6 y el 8 de marzo de
1937. Francisco Antón dijo: "Es difícil asegurar que en Madrid está
aniquilada la Quinta Columna, pero lo que sí es cierto es que allí se han dado
golpes muy fuertes. Y esto "hay que
proclamarlo muy alto, se debe a la preocupación del
Partido, al trabajo abnegado y constante de dos camaradas nuevos pero tan
queridos por nosotros como si fueran viejos militantes: el camarada Carrillo,
que fue Consejero de Orden Público, y el camarada Cazorla, que lo es ahora". (Grandes aplausos)».
Cuando se
apagaron los aplausos, Carrillo se puso en pie y elogió que «los combatientes
de las JSU luchen por garantizar una retaguardia cubierta, una retaguardia
limpia de traidores. No es un crimen, no es una maniobra, sino un deber exigir
tal depuración".
En julio
de 1937, poco después de ser nombrado ministro de Justicia, Manuel de Irujo
inició las investigaciones para averiguar qué había pasado en Paracuellos, una
de ellas dedicada exclusivamente a determinar el papel de Carrillo en los
hechos. Desafortunadamente, no ha quedado rastro de aquella investigación; es
razonable imaginar que estaba entre los papeles que los servicios de seguridad
controlados por el PCE quemaron al final de la guerra».
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