21 de septiembre de 2012

EL PESO DE PARACUELLOS DEL JARAMA


El peso de Paracuellos del Jarama

Pese a que Carrillo negó siempre su responsabilidad en la matanza de los miles de presos, las evidencias históricas señalan desde los años sesenta al dirigente comunista 

ISRAEL VIANA / MADRID 

Santiago Carrillo tenía sólo 21 años el 6 de noviembre de 1936, el día en que fue nombrado Consejero de Orden Público por la Junta de Defensa de Madrid, el mismo día que ingresó en el Partido Comunista de España y justo un día antes de que dieran comienzo las matanzas en Paracuellos de Jarama: entre 5.000 y 12.000 presos fusilados, dependiendo de los estudios, cuya responsabilidad siempre negó el líder comunista, pero que el historiador Paul Preston se ha encargado de rebatir recientemente en la revista «Ebre 38»: «Hay pruebas de peso que, aparte de ser confirmadas parcialmente por algunas de sus propias declaraciones, dejan claro que estuvo totalmente involucrado». 

Carrillo no fue responsabilizado de la matanza de Paracuellos hasta 1960

Carrillo era, en aquella época, un dirigente joven, un mandatario precoz que dejó caer sobre sus espaldas la sombra de unos asesinatos que, según muchos historiadores, debía conocer dada su destacada posición en el bando republicano. Sin embargo, la prensa franquista "encarnada por el diario «Arriba España», o el «Alcázar»" no le acusó a él, sino a Segundo Serrano Poncela, delegado de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid que se encontraba a sus órdenes.

Carrillo no fue responsabilizado por el régimen hasta su nombramiento como secretario general del Partido Comunista de España (PCE), en 1960. Y durante aquellos aciagos meses de noviembre y diciembre de 1936, la prensa republicana se deshacía en elogios hacia el chaval que acababa de irrumpir como mandatario socialista y comunista: «El gobernante más joven del mundo», le calificaba el diario «La voz» el 13 de noviembre de 1936, poco después de que las masacres de los días 7, 8 y 9 de noviembre se llevaran por delante a los primeros centenares de presos.

Carrillo, «figura para la historia»

Mientras Melchor Rodríguez, nombrado director general de Prisiones y apodado «el ángel rojo» por el historiador Alfonso Domingo, se enfrentaba a los elementos más radicales del partido para que detuviesen las carnicerías en Paracuellos y Torrejón de Ardoz, a Carrillo le llovían los piropos en diarios como «La Libertad»: «No ha sido nunca ni concejal, ni diputado ni siquiera ministro. Hasta ahora, Santiago Carrillo no fue más que periodista y luchador esforzado de las Juventudes Socialista Unificadas. Y sin embargo, resulta, como lo prueba su actuación magnífica de estos días, un gobernante de cuerpo entero», podía leerse en la edición del 15 de noviembre. El antetítulo decía. «Figuras para la historia». 

En 1930, con tan solo 15 años, ya colaboraba como periodista en el diario «El socialista»

Y eso que Carrillo no era un personaje completamente nuevo para los círculos políticos españoles. En 1930, con tan solo 15 años, ya colaboraba como periodista en el diario «El socialista» y se hizo cargo de la información parlamentaria en la Segunda República, codeándose con otros grandes del periodismo como Víctor de la Serna («Informaciones»), Manuel Azaña («El Sol») o Wenceslao Fernández Flores, del diario «ABC». Con 18 años, ya defendía en discursos su vertiente radical del partido socialista, llegando incluso a ser juzgado en 1933 -tal y como contó ABC en la primera vez que Carrillo es nombrado en este periódico- por uno de sus artículos, e ingresando poco después en la cárcel por participar junto a su padre en la Revolución de 1934.

En 1936, una vez que Carrillo fue nombrado Consejero de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid, se encargó de la evacuación de los presos de las cárceles madrileñas de San Antón, Polier, Modelo y Ventas, rumbo a Valencia, ante la llegada de las tropas franquistas a los extrarradios de la capital. 

«Los revolucionarios odiamos el delito»

La «evacuación» acabó en las consabidas matanzas, muy contrarias a la filosofía que el joven Carrillo vendía en sus discursos durante aquellos días de noviembre: «Los inermes, los prisioneros, los perseguidos están con la Junta garantizados» o «los revolucionarios odiamos el delito y compadecemos al delincuente. Por eso, el traidor, el faccioso, tendrá que temer de los Códigos, pero no de los ejecutores», aseguraba a un periodista de «La Libertad» el 15 de diciembre. «Los días que la Junta lleva trabajando "declaraba el mismo Carrillo en un discurso por la emisora Unión Radio, el 12 de noviembre de 1936" han servido para demostrar que la Junta no ha venido para realizar atropellos ni arbitrariedades, que la Junta no ha venido a aniquilar ninguna situación desesperada». 

«La quinta columna está camino de ser aplastada», dijo Carrillo el 12 de noviembre de 1936

Esta misma alocución de radio del joven dirigente comunista, reproducida por el diario «El Sol» o «La Voz», es para el historiador Paul Preston «un reconocimiento público de que se estaban tomando medidas contra los prisioneros». En ella, aquel Carrillo de 21 años decía cosas como que «la quinta columna está camino de ser aplastada» o que «todas las medidas, absolutamente todas, están tomadas para que no pueda suceder en Madrid ningún conflicto ni ninguna alteración». 

Se calcula que, solo en la «saca» procedente de la cárcel Modelo cuatro días antes, más de 400 prisioneros fueron ejecutados en el Soto de Alcovea, en Torrejón de Ardoz. Carrillo ha responsabilizado siempre de aquellos hechos, que siempre dijo desconocer, a los elementos «incontrolados»: «La verdad es que yo he empezado a oír hablar de Paracuellos bastantes años después», escribía en su autobiografía, publicada en 1994. 

«Hay pruebas de peso contra Carrillo»

El historiador Paul Preston se suma a quienes creen probado que el entonces consejero de Orden Público estuvo al corriente de la ejecución de más de 2.000 prisioneros

SERGI DORIA

Audio: «¡Váyase al infierno!»

«¡Váyase al infierno!», le espetó Santiago Carrillo a Luis del Olmo cuando éste se refirió a su papel en Paracuellos. Consejero de Orden Público, el 6 de noviembre de 1936, y secretario general del PCE, la sombra de aquellos asesinatos sigue planeando sobre Carrillo. Aunque la autorización, organización y aplicación implicaba a más gente, «tampoco hay que pensar que él estuviera eximido de responsabilidades... 

Hay pruebas de peso que, aparte de ser confirmadas parcialmente por algunas de sus propias declaraciones, dejan claro que estuvo totalmente involucrado». La afirmación es de un historiador tan poco sospechoso de veleidades derechistas como Paul Preston en «Las matanzas de Paracuellos», reconstrucción minuciosa de aquel macabro episodio que acaba de ver la luz en «Ebre 38» (Llibres de Matrícula), una revista sobre la guerra civil de tendencia republicana, codirigida por Pelai Pagès y M. Carmen Rojo Ariza, profesores del departamento de Didáctica y Patrimonio de la Universidad de Barcelona. 

Para Preston, resulta «inconcebible» que Carrillo no asistiera a la reunión

El «infierno» del irascible Carrillo no es que se le acuse de ser el único responsable de Paracuellos, sino su acerba tozudez en negar que estaba al corriente de aquellos hechos sangrientos. Entre las pruebas de tal involucración, Preston menciona las felicitaciones que recibió por haber aniquilado la Quinta Columna durante el pleno del comité central del PCE celebrado entre el 6 y 8 de marzo de 1937; o el documento descubierto por Martínez Reverte en octubre de 2005 que confirma el acuerdo enre las Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y la CNT-FAI para acabar con los prisioneros. 

Carrillo acusó de los asesinatos (un recurso bastante habitual para explicar los desmanes del bando republicano) a los «incontrolados»: su única reponsabilidad, adujo, es que no lo pudo evitar. Como afirma Pelai Pagès, codirector de «Ebre 38», Preston demuestra «la complicidad de las instituciones "y de las personas concretas que las encarnaban" en los luctuosos acontecimientos». Otoño del 36. El gobierno republicano ha abandonado Madrid con rumbo a Valencia y Margarita Nelken deja en manos de la Dirección General de Seguridad la evacuación de los presos.

La recién constituida Consejería de Orden Público será, finalmente, la encargada de ese cometido ante las presiones de los generales Miaja y Rojo. ¿De qué se trataba al hablar de «evacuación»? ¿De garantizar la seguridad de los detenidos o de eliminarlos? 

Los hombres del Komintern en España, como el periodista Mikhail Koltsov, el argentino Vittorio Codovila y el italiano Vittorio Vidali (Carlos Contreras) tenían claro el segundo supuesto; estaban, explica Preston, obsesionados por eliminar a los «quintacolumnistas». 

Encuentro con las JSU y la CNT

Tanto el periodista Herbert Matthews como Enrique Castro Delgado, entonces comandante del Quinto Regimiento, corroboran las matanzas de presuntos fascistas bajo la batuta de un Vidali al que, según Hemingway, le dolía la mano de tanto darle al gatillo. El 6 de noviembre, las bolchevizadas Juventudes Socialistas Unificadas (JSU) y representantes de la CNT se reúnen en la Consejería de Orden Público para decidir el destino de los prisioneros. En las Juventudes "mayoritarias" destacan Santiago Carrillo, José Cazorla y Segundo Serrano Poncela. Resulta inconcebible, apunta Preston, que el veinteañero Carrillo "secretario de las JSU y Consejero de Orden Público" «no hubiera asistido a esta reunión». 

Carrillo «contribuyó a convertirse en el centro del asunto de Paracuellos»

Tras pasar la víspera revisando ficheros de los presos de las cárceles madrileñas, la mañana del 7 de noviembre comenzó la «evacuación», denominación eufemística de las siniestras «sacas». Las cifras son escalofriantes: desde el sábado 7 de noviembre y hasta los primeros días de diciembre, entre 2.200 y 2.500 personas fueron «sacadas» de las cárceles de San Antón, Modelo y Las Ventas y luego asesinadas en Paracuellos del Jarama y Torrejón; las órdenes no las firmó Carrillo, sino el policía Vicente Girauta Linares y, cuando este marchó a Valencia, sus sustitutos: Serrano Poncela y Bruno Carreras Villanueva. Como escribirá Jesús de Galíndez, «la trágica limpieza fue desgraciadamente histórica; no caben paliativos a la verdad». Tras la masacre del 7 y 8 de noviembre se produjo una breve tregua en los asesinatos masivos, gracias al cenetista Melchor Rodríguez, lo que le llevó a enfrentarse a los elementos más radicales de su sindicato y al Comité de Defensa. 

Los vascos Galíndez e Irujo se mostraban horrorizados ante el descontrol sangriento en la retaguardia republicana. «Si Galíndez sabía lo que estaba pasando», prosigue Preston, «Carrillo también lo debía saber, como queda demostrado en las actas de la reunión que la Junta de Defensa mantuvo la noche del 11 de noviembre» (Irujo y Giral habían pedido explicaciones al ministro de la Gobernación Ángel Galarza). Carrillo se mostró dispuesto «a proceder con toda energía para cortar abusos y arbitrariedades». 

Emitió dos decretos para centralizar las fuerzas policiales en la Consejería de Orden Público y controlar la libre circulación de armas. Pero el «doblepensar», tan propio del estalinismo, jugó una mala pasada al impetuoso líder. El historiador británico lo ilustra con la alocución en Unión Radio el 12 de noviembre: una «curiosa y tal vez innecesaria declaración» da paso a «un reconocimiento público de que se estaban tomando medidas contra los prisioneros». 

Los relatos posteriores de Carrillo sobre Paracuellos «son breves e imprecisos»

Pasaron los años y Santiago Carrillo se fue desmarcando de su protagonismo en el Consejo de Orden Público durante la Guerra Civil, mientras cargaba los muertos y el robo de propiedades a Serrano Poncela. En sus memorias de 1993, añade Preston, «los relatos de Carrillo son breves, imprecisos y engañosos: no hacen mención a las sentencias de muerte, sino que dicen que lo peor que les pasó a aquellos que fueron declarados peligrosos por un juzgado o un tribunal es que fueron condenados a participar en batallones de trabajo en la construcción de fortines. La única declaración inequívoca de Carrillo es que no participó en ninguna de las reuniones del Consejo». 

Si Azaña, Galíndez, Galarza, Irujo y Giral en Valencia, Melchor Rodríguez, el embajador argentino, el delegado británico y el cónsul noruego Schlayer tuvieron conocimiento de las matanzas, añade Preston, «es inconcebible que Carrillo, siendo la principal autoridad en el área del orden público, no lo supiera. Después de todo, a pesar de lo que dijera a posteriori, él recibía informes a diario de Serrano Poncela...». 

El último recurso del viejo comunista es conocido: situarse más allá de la memoria histórica y apelar al aserto sarteano de que «el infierno son los otros». 

Carrillo en 1937: «Depurar a los traidores no es un crimen, sino un deber»

Reproducimos un extracto del artículo publicado por Paul Preson en "Ebre 38": «Los comentarios de Carrillo hechos en 1974 negando cualquier conocimiento de las matanzas de Paracuellos los contradicen las palabras de felicitación pronunciadas durante un pleno del Comité Central del PCE que tuvo lugar en Valencia entre el 6 y el 8 de marzo de 1937. Francisco Antón dijo: "Es difícil asegurar que en Madrid está aniquilada la Quinta Columna, pero lo que sí es cierto es que allí se han dado golpes muy fuertes. Y esto "hay que proclamarlo muy alto, se debe a la preocupación del Partido, al trabajo abnegado y constante de dos camaradas nuevos pero tan queridos por nosotros como si fueran viejos militantes: el camarada Carrillo, que fue Consejero de Orden Público, y el camarada Cazorla, que lo es ahora". (Grandes aplausos)». 

Cuando se apagaron los aplausos, Carrillo se puso en pie y elogió que «los combatientes de las JSU luchen por garantizar una retaguardia cubierta, una retaguardia limpia de traidores. No es un crimen, no es una maniobra, sino un deber exigir tal depuración". 

En julio de 1937, poco después de ser nombrado ministro de Justicia, Manuel de Irujo inició las investigaciones para averiguar qué había pasado en Paracuellos, una de ellas dedicada exclusivamente a determinar el papel de Carrillo en los hechos. Desafortunadamente, no ha quedado rastro de aquella investigación; es razonable imaginar que estaba entre los papeles que los servicios de seguridad controlados por el PCE quemaron al final de la guerra».

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