13 de abril de 2012

MIS RECUERDOS DE AGUSTÍN ALEIDO ROMÁN


 
Mis recuerdos de Agustín Aleido Román,
 guía espiritual de los cubanos en la Diáspora

J. Lorenzo Ferrer

Conocí al seminarista Aleido por esas cosas de la vida. Yo cumplía los 5 años y tenía que empezar los estudios primarios. Aleido tenía 23 y respondía a su vocación sacerdotal inaugurando con otros jóvenes el Seminario matancero San Alberto Magno en la ciudad de Colón. El Seminario no tenía todavía su propio edificio, tampoco el colegio P. Félix Varela. Por lo que el obispo Alberto Martín Villaverde y los sacerdotes misioneros canadienses decidieron rentar el antiguo cuartel de Colón para allí empezar, en 1951, con este grupo de seminaristas como primeros maestros y nosotros como alumnos, lo que después sería la Ciudad Estudiantil de Colon (CEC) “P. Félix Varela”. 

Como yo era tan diminuto, todos los seminaristas-profesores me parecían gigantes y los miraba con mucho respeto. El que siempre nos llamaba la atención era el seminarista Aleido; era callado, reservado, alegre, siempre con su breviario debajo del brazo (como si fuera a perder el equilibrio si no lo tuviera) y muy amable con todos, sin excepción. No era jaranero como Pol ni pícaro como Rivas (sus dos compañeros inseparables). Pronto se destacó como líder silencioso entre sus compañeros de seminario y como “algo raro” entre nosotros los alumnos que encontrábamos cualquier cosa inusual para hacer burlas y divertirnos en la inocente malicia de la niñez.

Al fin construyeron el colegio y el Seminario nuevos y para allá nos mudamos todos, seminaristas, profesores, misioneros, misioneras, alumnos y alumnas (cada cual en su terreno). Los distintos edificios habían sido construidos en una caballería de terreno, a la salida occidental de Colón. Eran 4 bloques de edificios: a la extrema izquierda el Seminario San Alberto con su capilla y dormitorio para adultos. A la derecha las facilidades para varones con su dormitorio para menores, zona de deporte, cocina-comedor, dos pequeñas capillas para la oración diaria. Le seguían dos edificios de aulas mixtas y a la extrema derecha estaba “el colegio de las monjas”, dirigidos por las misioneras del Inmaculado Corazón de Jesús y lleno de hermosas muchachas, algunas de las cuales vivían internas en los dormitorios y facilidades de deportes, etc. que alegremente compartían.

Recuerdo la figura del seminarista Aleido caminando por el pasillo del colegio con su paso largo, breviario en mano, vista al frente, como si supiera algo que a nosotros todavía nos tomaría años por descubrir, ¡a algunos nunca! Una tarde, después de un reñido juego de basquetbol, estaba yo despidiendo a mi tío (que no era muy católico que digamos) y apuntando hacia el pasillo del colegio me dijo: “Lorencito, si algún día yo voy a Misa va a ser por ese hombre santo” (apuntaba a Aleido que regresaba al edificio del Seminario).

Después de unas vacaciones de verano se nos desaparecieron Aleido, Rivas, Pol y demás seminaristas mayores. No, no se habían arrepentido de su vocación, nos dijeron que los mandaron para el Canadá a estudiar Teología.

En el verano del ‘59 regresaban todos alegres, piel blanca y caras rojizas del fuerte frio norteño, listos para ordenarse sacerdotes. Aleido escogió ordenarse en Colón, donde tanto lo queríamos. ¡Cuál fue mi sorpresa al saber que yo era uno de los que iba a ayudar en la ordenación! Por supuesto, era el más chiquito. Aleido seguía pareciéndome un gigante, ahora además “sacerdote” que lo hacía todavía más alto.

Todos en el colegio lo sentíamos como parte del grupo, pero ahora si la cosa iba en serio, ya era “cura” y tenía que irse a los pueblos a hacer las cosas que hacen “los curas”, así que poco lo veríamos en lo adelante.

Sorpresivamente nos llegó el año ’61 cuando el mal llamado gobierno cubano decidió tomar posesión de todos los colegios privados, sobre todo los religiosos. Y así, de un zarpazo, sin apenas poderme despedir de mis compañeros, y por supuesto, sin ver de nuevo al Padre Aleido, volví a mi casa en Camagüey a esperar…

No supe hasta que no salí de Cuba en 1979 que al P. Aleido lo habían apresado y botado de Cuba con otros ciento y tanto sacerdotes (entre ellos Pol y Rivas).

En el ’63 entré en el Seminario San Basilio del Cobre. En 1964 llegaron Pelly (Mons. Pedro García) y Jaime (Mons. Jaime Ortega) del Canadá para ordenarse en Cuba. Enseguida les pregunté por el P. Aleido y me dijeron que estaba de misionero por Chile (me alegré por los chilenos).

En el ’69, ya estudiando teología en el San Carlos de La Habana, de nuevo el mal llamado gobierno cubano me sacó de mi lugar para enviarme a los “batallones del esfuerzo decisivo”, nombre rimbombante para encubrir a los que rellenaríamos los vacíos campos de la UMAP durante la zafra del ’70 (la de los 10 millones…). Por supuesto, el llamado era por el Servicio Militar “Obligatorio” así que recogí mis tiliches y en Abril del ’69 me daba la primera cortada con una mocha china en la pierna derecha. Lo demás es una historia de abuso tras abuso durante tres largos años al final de los cuales me casé con Noelia y juntos tuvimos a nuestro primer hijo Daniel. Dos años después nos nació la bella Danay. Tuve que dejar mi trabajo de contador en el Banco para irme con un equipo de 33 hombres (le llamaban las “Microbrigadas”) a construir lo que creíamos que sería nuestro hogar… (los 4 vivíamos con mis padres en una casa de 2 cuartos). Por las noches estudiaba contabilidad (lo único que me permitieron matricular por no ser de “La Juventud”) y por el día trabajaba de sol a sol como un esclavo para proveerle un techo a mi familia.

Milagrosamente en 1978 nos autorizaron salir del país y en Enero del ’79 aterrizábamos en tierra libre de Miami. Cuál sería nuestra sorpresa de encontrarnos en Miami al P.Aleido pero que ya no lo llamaban así, sino Mons. Agustín Román (lo acababan de nombre obispo auxiliar) y ya casi nadie sabía que se llamaba Aleido. (El mismo nos aclaraba más tarde que al llegar a España, sin documentos de ningún tipo, le preguntaron su nombre de pila y dijo: -“me llamo Agustín Aleido Román. Y como lo llamaban a uno por el primer nombre… pues se me quedó el Agustín para siempre”. Entonces se reía como quien ha hecho una picardía.)

Tuve que ponerme al día de sus 18 años de historia que me había perdido. Algunas nos las entendía pues cuando uno llega de Cuba no entiende la mitad de lo que pasan los demás en el extranjero…

Anoche nos llamaron Paco y Rosie Bruna, con voz cortada, el corazón de Mons. Román había perdido su última batalla. Noelia no paraba de llorar, yo trataba de consolarla sin mucho éxito. Habíamos acabado de perder una de las personas mas “grandes” con la que habíamos compartido nuestra vida. Mas que un amigo, o un familiar, era nuestro “Maestro”. Si, como le llamaban sus discípulos a Jesús!

Todo lo que hacía, lo que pensaba, lo que hablaba pasaba por el filtro de DIOS. Se había entregado totalmente a Él durante 60 años, desde que decidió ser sacerdote hasta anoche. Desde que le amanecía rosario en mano, hasta que regresaba a su lecho agotado por los problemas de todo el que lo rodeaba, vivía enseñando a su fiel compañero y amigo “Jesús”. Como dice Pablo –“no soy quien vivo sino Cristo es quien vive en mí”. Su filiación y amor a María era incondicional. No solamente la admiraba, imitaba y le pedía por su pueblo, sino que la sentía como una verdadera madre a quien puedes confiar todas tus preocupaciones en la confianza de que te llevará de la mano a lugar seguro.

Nunca se le vio tener miedo a nada ni a nadie. El P. Rivas, su compañero de siempre, nos contaba cómo durante la prisión en Cuba le pusieron un revólver en la cabeza con la aparente intención de matarlo y Mons. Román ni se inmutó, siguió rezando en la espera de que vivir o morir sería lo mismo si vivía o moría para Dios. Cuando tenía que decir las verdades, nunca tuvo pelos en la lengua. Las decía sin ofender a los que no pensaban como él. ¡Su ecuanimidad y confianza consistían en que Mons. Román buscaba siempre “la verdad” en quien es Verdad! (“Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”, nos dice Jesús).

Cuando protagonizó la liberación de cientos de prisioneros del Mariel que se habían amotinado en la prisión por el temor de que los devolvieran a Cuba, lo logró pidiéndoles que “oraran” con él, y que para orar no se tenían armas en las manos… ¡No conocía otra “arma” que la oración! Su consejo para que Cuba cambie ha sido constantemente el mismo: ¡la oración!

Su caridad con los necesitados era inagotable. No solamente donaba a los pobres de sus ahorros (como él decía: -“de mi social security”) sino que costeaba proyectos como algunos viajes de Radio Paz a Cuba, de los que participamos Noelia y yo en varias ocasiones, para trasmitir el dolor y el rezar del cubano a los que viven fuera del terruño. Estábamos muy contentos de que Mons. Román había casado nuestro hijo Danny con Yvonne. Ahora se disponía a casar a nuestra hija Danay con Mario el 21 de Abril, sólo unos días faltan para la boda. Los bendecirá desde el cielo.

Cubano desde los pies hasta la cabeza, pasando por su noble corazón guajiro. Cuando Noelia y yo íbamos a Cuba a las celebraciones del 8 de Septiembre en El Cobre, siempre nos le ofrecíamos para que fuera con nosotros. Le decíamos: “nosotros te cuidamos, no te va a pasar nada”. Y siempre la misma respuesta: -“a mí me botaron de Cuba, Lorencito. Hasta que esa gente no reconozca el mal que le hizo a la Iglesia, yo no pondré un pie en Cuba, con dolor de mi alma”. ¡Y así lo cumplió! Cada vez que regresábamos de estos viajes se sentaba con nosotros ávido de ponerse al día en todos los quehaceres de los cubanos, sobre todo de su sufrida Iglesia cubana. Nos pedía las fotos, videos, escritos… se los bebía como un muchacho enamorado de su primera novia: Cuba.

Nos deja como herencia mucho, más de lo que podemos continuar nosotros. Primero: su vida de amor constante dedicada a Dios y a todos nosotros (cubanos o no), y segundo: la Ermita de la Caridad, con Jesús en el centro cargado por su Madre, la virgen de la Caridad del Cobre, madre y patrona de todos los cubanos. 

¡Debemos de estar todos orgullosos de haber vivido con un “hombre de Dios”!

Nuestras lágrimas por su muerte deben terminar cuando empecemos a imitar su vida, vida llena de Jesús y María, de Cuba y de Miami.

Nuestro bondadoso Dios tiene más cerca de sí a un gran hombre. “Hasta luego, Mons. Román. Sabemos que nunca te olvidarás de nosotros.”

2 comentarios:

  1. Anónimo4/13/2012

    Hiciste lo mas inteligente: dedicar La Gaceta de hoy exclusivamente a Monseñor Agustin

    ResponderEliminar
  2. Anónimo4/13/2012

    Monseñor Agustín Román nos deja un gran ejemplo como cristiano y como cubano.

    María del Carmen Expósito

    ResponderEliminar