Agustín Román:
una vida de fe
dedicada a Cuba y el exilio
Daniel
Shoer Roth
El nuevo Herald
Monseñor Agustín Román, el padre espiritual que
podía unir al exilio cubano más allá de las diferencias políticas y
generacionales, murió anoche, miércoles 11 de abril, de un paro cardiaco en Miami. Tenía 83 años.
“Se ha muerto quizás el cubano más grande de
nuestros tiempos, un hombre que entregó su vida al ejercicio de su ministerio”,
expresó el abogado Rafael Peñalver, quien acompañó a Román en algunas de sus
hazañas más conocidas. “Lo más importante fue que entregó su vida a predicar y
con su ejemplo llevó la palabra y la esperanza de Cristo a los más necesitados,
a los enfermos, a los presos, a los exiliados, a los desamparados y los
desesperados”.
Román, quien se alzó de un origen muy humilde
hasta una posición de indiscutido liderazgo entre los cubanos dentro y fuera de
la isla, fundó la Ermita de la Caridad del Cobre y la transformó en un centro
de peregrinación y oración al que acuden miles y miles de cubanos de todas
partes del mundo.
Una mañana de enero de 1979, Román recibió una
llamada del entonces arzobispo Edward McCarthy con una inesperada noticia: el
papa Juan Pablo II lo había nombrado hacía unas horas obispo auxiliar de la
Arquidiócesis de Miami. Ese día también se convirtió en el primer obispo cubano
de la Iglesia Católica en Estados Unidos y uno de los 10 primeros hispanos.
“Para mí fue una gran sorpresa porque nunca en la
vida me esperaba eso”, recordó Román en una entrevista con El Nuevo Herald el
año pasado. “¿Qué me importaba a mí ser obispo? Mi ideal era trabajar en Cuba
en mi Diócesis de Matanzas”.
Expulsado de Cuba por el régimen de Fidel Castro
en 1961, Román escogió seguir el camino del padre Félix Varela, negándose a
regresar a Cuba hasta que su patria fuera libre.
Román salió el miércoles de la casa pastoral,
donde vivía en un pequeño cuarto solamente con una pequeña cama, escritorio y
sillón, para ir a predicar el Evangelio en una clase de catecismo en el
santuario que él mismo construyó con la ayuda de miles de cubanos que
contribuyeron con centavos.
Al ver que no llegaba, fueron a buscarlo y lo
encontraron desmayado dentro de su automóvil. Inmediatamente fue transportado
al Hospital Mercy donde fue pronunciado muerto a las 9:45 p.m.
“Murió con las botas puestas, como él le hubiera
gustado haber muerto, trabajando por el reino hasta el último momento”, afimó
el padre José Luis Menéndez, de la Iglesia Corpus Christi en Allapattah. “Como
tantos no logró ver a una Cuba libre pero siempre vivió con Cuba en su corazón y
luchó por hacerla libre hasta el final”.
Por muchos años, Román sufrió de problemas
cardiacos y fue sometido a varias operaciones de corazón abierto. Pero cada una
de esas recaídas eran un reto para él en su deseo de ver los 400 años del
hallazgo de la imagen de la Virgen de la Caridad del Cobre en la Bahía de Nipe.
No sólo lo vio, sino que incluso presenció al
papa Benedicto XVI arrodillado ante ella, y también pudo celebrar el decreto de
Félix Varela como venerable en su camino a los altares.
Para los exiliados, Román representó un faro, un
líder, un guía, un padre. Para la arquidiócesis, fue un pastor, un
evangelizador y un ejemplo.
“La Arquidiócesis de Miami ha perdido a un gran
evangelizador que incansablemente predicó el Evangelio a todos”, declaró el arzobispo
Thomas Wenski en un comunicado. “El pueblo cubano ha perdido un gran patriota.
El obispo Román fue el Félix Varela de nuestros tiempos”.
Román nació el 5 de mayo de 1928 en el poblado de
San Antonio de los Baños, al sur de La Habana. Su padre, Rosendo Román, era un
campesino de ascendencia española.
Fue ordenado sacerdote en Cuba en 1959. Dos años
después fue expulsado a España junto a otros 130 religiosos por el gobierno
comunista de Fidel Castro. Trabajó cuatro años en Chile como misionero en la
Sociedad de Misiones Extranjeras. De paso por Miami en 1966, exiliados cubanos
lo convencieron de que ya era inminente la libertad en Cuba.
“Pensé entonces que era mejor quedarme para
regresar desde aquí a la patria”, señaló Román el año pasado.
En septiembre de 1967, el primer arzobispo de
Miami, Coleman Carroll, lo nombró rector de la Ermita, un nuevo santuario que
sería erigido en un terreno de la arquidiócesis aledaño al Hospital Mercy, en
el cual los exiliados venerarían a la Virgen de la Caridad, patrona de Cuba.
También fue designado capellán del hospital, función que desempeñó hasta 1973
para luego dedicarse plenamente a la Ermita.
Días antes de recibir la llamada de McCarthy,
Román ofició una misa dominical en la que leyeron el Capítulo 9 de la Primera
Carta de San Pablo a los Corintios, que reza: “Ay de mí si no predico el
Evangelio”.
Se le quedaron grabadas esas palabras. Cuando
McCarthy le indicó que debía escoger el lema de su episcopado, no tuvo que
pensarlo dos veces.
“Sentí que Dios quería eso de mí”, acotó Román al
describir su obispado.
Resignado a no poder volver a su patria, Román
dijo hace algún tiempo: “Sé que cuando esté en el cielo, podré ver a Cuba mucho
mejor”.
Hemos perdido a un gran seguidor de Cristo, a un gran hombre y sobre todo a un gran patriota.
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