22 de marzo de 2012

LA MUERTE DE LA HISTORIA



LA MUERTE DE LA HISTORIA



Por Amelia María Doval
dovalamela@yahoo.com
Fotos: Adrián De la Paz

En Cuba se derrumban las paredes, conjuntamente ha venido abajo la historia, llevándose lo mejor de un pueblo, su cultura. En esta casa aparentemente abandonada, perenne rostro de la pobreza, vive un ser humano que ha heredado la sangre de un gran cubano. Dentro de esta miseria se refugia parte de la gloria de un país. Clara Serpa, la hija de un poeta, escritor, periodista y fotógrafo cubano: Enrique Serpa (1900-1968). Detrás de este lamento arquitectónico, la albacea de los bienes creativos de uno de los clásicos de la literatura cubana, deja escapar su vida en la incertidumbre de no tener respuesta.

La impúdica desnudez de las paredes, desprovistas de toda protección se desmoronan, más por la miseria del pueblo que por el peso de los años, deja paso al impropio deambular de la raíces de un árbol que penetra la conciencia de esta hermosa mansión perdida en el tiempo de lo eterno. Es vergonzoso mostrar imágenes de un país que se ha transformado en ruinas no por la guerra sino por el deseo constante de sus gobernantes de terminar con su propio pueblo. El ego de poder ha destruido con balas de incapacidad lo que el hombre inteligente había construido.

Para quienes no lo recuerdan o no lo conocieron, Enrique Serpa no fue un hombre común, fue un escritor renovador, contaba sus historias escondidas entre las luces y sombras de una sociedad que conocía muy bien, quizás porque desde los 20 años fue secretario en el bufete del antropólogo cubano Fernando Ortiz, o tal vez porque su carne sintió el peso de lo injusto de la vida. Un hombre nacido para el arte que escaló las montañas del éxito con un Premio Nacional de Novela en 1938, Premio Catá en 1942. Sus obras han cruzado fronteras y han sido traducidas a varios idiomas. Supo deslizar el verso sin romper las líneas de la narración y mostró una manera de decir muy diferente: "Tengo una amiga que ha rehusado siempre ser mi amante", una atrevida oración que da pie para comenzar su cuento "Felisa y yo".

"Aletas de tiburón", quizás la más conocida de sus narraciones, comienza describiendo un amanecer de pobreza que irrumpe con una descripción poética: "Felipe tuvo la oscura sensación de que el estrépito del despertador lo perseguía, como un pez vertiginoso, entre las aguas del sueño", estampa de la historia cotidiana que puede trascender y llegar a los momentos actuales. Su pluma criticó con delicadeza literaria ofreciendo un inmenso contraste con la injusticia social. No es justo ahuyentar nuestro patrimonio y dejarlo reducido a un minúsculo espacio, encerrado en su propia riqueza artística. Es degradante apropiarse  de la creatividad personal en detrimento del desarrollo cultural.

Recientemente leía sobre la preocupación de Clara Serpa. que tenía entre sus propiedades una mascarilla en bronce del rostro de Rubén Martínez Villena, obra única realizada especialmente por Sicre en el Instituto Cívico Militar de Ceiba del Agua, como regalo a Serpa, por más que contactara a personalidades e instituciones de la isla, nadie reconocía el valor y la necesidad de conservarla. El bache educativo que araña  las paredes culturales deja sin valor otra pieza histórica que forma parte indiscutible de la historia cubana.

El escultor Juan José Sicre (Matanzas 1898-EUA 1974), fundador de la vanguardia escultórica cubana, creador de la estatua de José Martí en la Plaza Cívica de La Habana, otro apellido conocido dentro de las artes; el receptor, Sepa, un escritor universal. El rostro, Villena, conocido de todos los cubanos. La historia tiene borrones que manchan las líneas y destruyen la secuencia, un pueblo sin historia lineal carece de memoria, de cultura y de raíces que le permitan reclamar sus derechos.

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