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Navidad en Prisión
María Elena Cruz Varela, prisionera política en las cárceles de Cuba (1991-1993) narra, mediante historias reales y con estilo novelado, la experiencia de una dura etapa en su libro publicado por Ediciones Martínez Roca “Dios en las cárceles cubanas”, del que extraemos la descripción de una de estas Navidades en prisión en 1992.
Ya están listos los preparativos para celebrar la Navidad. Sólo nos faltaba solucionar lo del Niño Jesús, pero Nana encontró un recurso muy fácil. No voy a adelantar de qué se trata.
Elisita es elegida por la mayoría como la madre del niño Jesús. Es tan bonita, tan frágil y, a la vez, tan sólida, que pensamos que así mismo debió de ser el aspecto de la Virgen María cuando Dios la escogió como madre de su Único Hijo. Con el rey Baltazar tampoco hay problemas. Será Marcela, quien jocosa y agradecida comenta: "¡Vaya, es la primera vez que ser negra me sirve para algo!"
Magda, con su media cara aún morada, será Gaspar. Elena será Melchor, y las demás estarán en el escenario, representando a los pastores, camellos, ovejas, bueyes y la burra. Elsa, junto a las que más o menos afinan, está en el coro que Paula pródiga se empeña en dirigir ajustándose, una y otra vez, sus gruesas gafas que, para colmo de males, han perdido el tomillo de una varilla y las tiene remendadas con alambre de cobre.
Llega el día de la gran noche estamos alegres, más disciplinadas que nunca. No queremos echarlo a perder a última hora, porque nos hemos librado de las requisas. Reina una tranquilidad que casi se puede palpar.
"Esto forma parte de un complot celestial", bromea la doctora Bely, una de las solistas del coro, mientras revisamos los detalles de última hora para que no vaya a aparecer ningún fallo técnico. Las cortinas, sábanas teñidas con violeta de genciana que, a la luz amarillenta de las bombillas, se vuelven de un malva muy especial, se descorren lentamente, como debe ser en un buen teatro.
En el suelo, dormido, José se revuelve intranquilo porque está teniendo un sueño muy raro. En una esquina, el ángel se asoma sólo a medias por dos razones: porque es un sueño de José y para que las maltrechas alas no se vean mucho.
El ángel le habla muy bajito a José, que se despierta sobresaltado, a tiempo de ver cómo el ángel desaparece envuelto en su túnica de sábana blanca. Se presenta el coro con trajes violeta, a tono con las cortinas.
Paula está pasando tremendo trabajo para dirigir. En el teatro no cabe una alma y tiene que pararse como puede sobre las piernas de las que están en primera fila. "Es-ta-ba Jo-sé / el An-gel ve-nía / iSo-ña-baa Ma-rííía/ e ir-se des-pu-eeeés!"
Para el segundo acto, hicimos un establo con pedazos de plástico, de madera, con las colchonetas y las almohadas. En una esquina, José y María junto a bultos que representan a las vacas y las ovejas. La mula está sola, aparte, ramoneando en medio de los haces de paja. Todo está tan bonito que parece un belén de verdad.
Con el entusiasmo se nos han olvidado las guardias. Aparecen los tres Reyes de Oriente vestidos de rojo -mercurio cromo-, verde -azul de metileno con bijol-, y amarillo -sólo bijol-. Avanzan despacio sobre los camellos -palos de escobas con las cabezas de almohadas forradas en sacos de yute.
Las mujeres cantan lo mejor que saben y Paula dirige el coro lo mejor que puede. "iOh pue-ble-ciii-to de Be-lén! / iAfooor-tu-na-aa-do-túúúú!" Y iqué maravilla! Esta vez, Elena-Melchor no se equivoca y apunta rumbo adonde cuelga la estrella, hecha con los papeles plateados de las cajas de cigarrillos. Después viene el coro de la anunciación a los pastores. Las cortinas vuelven a abrirse para mostrarnos a la Virgen María-Elisita, que ya está con los dolores del parto, pero no suelta ni un quejido. Como suponemos le corresponde a la Madre de Jesús, traerá a su hijo al mundo con valor y elegancia. María-Elisita contrae el rostro, se concentra y... i¡iYaaa!!!
En un rincón en penumbras, directamente sobre el pesebre que, con tanta paciencia, ha armado Laura, se enciende una luz, la más brillante de todas, tan fuerte, que es el centro de atención. ¡Ha nacido la Luz del mundo! El coro arranca a cantar "Ha nacido el niño Jesús" y las lágrimas,incontenibles, ruedan por todas las mejillas, casi sin excepción, y digo casi porque en la galera está la jefa de orden interior, una mulata imponente que sustituyó a la oficial Migdalia cuando Xiomara, la de Coco Solo, y sus secuaces, la navajearon detrás de los baños. Ella no llora, pero parece hipnotizada. No nos enteramos de cómo ni cuándo entraron las guardias. El coro continuó cantando y Paula, más que nerviosa, dirigiendo sobre las piernas de dos de las muchachitas, que la sostienen por los tobillos para que no acabe reventada en el suelo.
Al terminar con la última canción, el silencio se podía cortar con unas tijeras. Durante unos segundos, la emoción nos embargó. Después, sonaron los aplausos y los vivas a Cristo Rey. Desde el fondo de la galera, una voz, sola durante breves instantes, irrumpió honda, ronca por la carga de emotividad. "Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre..." Inmediatamente, todas nos unimos a la oración prohibida, que, por primera vez, se escucha tan alto en este lugar, dándole resonancias hasta ahora desconocidas. La acústica y la conmoción se encargaron de elevar nuestra plegaria hasta el mismísimo cielo.
La atmósfera es indescriptible. Nos confundimos en un abrazo general, rotundo, olvidando la presencia de las guardias, que continúan petrificadas y nos miran sin rabia, sin desdén, con el estupor reflejado en sus semblantes.
El amanecer nos sorprende exultantes, henchidas de fervor religioso. Un milagro, únicamente un milagro pudo permitimos esta celebración. Otras veces, por menos, se armaba el lío, los golpes, los grifos, las obscenidades, pero esta vez, gracias a la intervención divina, todo transcurrió de maravilla. Sabemos que no se quedará así, que buscarán la manera de cobrárnosla, pero ya no nos importa. Ésta es una victoria, una de las más grandes victorias que Dios nos ha ayudado a obtener. Atentas y envalentonadas, permanecemos hasta la voz del... ¡de pie!.
Hagan lo que hagan, digan lo que digan no vamos a permitir que nos fastidien lo que hemos vivido esta noche, en que hemos estado tan cerca de Dios.
Remitido por Sonia Agüero
Artículo extraído de la Revista Avemaría, nº 692. Diciembre de 2003.
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