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LA
NOCHE DE SAN JUAN
(23 al
24 de junio)
Los antiguos celtas llamaban Alban Heruin a
este festival y su significado primordial era el de celebrar el instante en el
que el Sol se hallaba en su máximo esplendor, cuando duraba más tiempo en el
cielo y mostraba su máximo poder a los hombres, era el día que alcanzaba su
mayor plenitud y, al mismo tiempo, el día en que empezaba a decrecer hacia su
casi muerte en el Solsticio de Invierno.
Se encendían hogueras para conmemorar
ese poder del Sol y para compartir su fuerza con él, para alabarlo y al mismo
tiempo para atraer su bendición sobre hombres, animales y campos. Resulta muy
característica la asociación de este festival a las corrientes de amor y a
pequeños rituales destinados a obtener pareja o a conservarla.
Muchos son los rituales propios de la Noche
de San Juan, la víspera del 24 de junio, pero todos giran en torno al
ensalzamiento del fuego. De hecho, este es el festival del fuego por antonomasia,
el rey de los festivales del fuego hasta el extremo de que el culto pagano del
fuego y las hogueras, se han conservado más que en otras fiestas, y la
costumbre popular ha mantenido su práctica incluso dentro del mismo
cristianismo, aunque éste no ha podido dar una explicación religiosa
convincente de dicho hábito. Realmente la noche del solsticio es la del 21 de
Junio aunque la Iglesia la ha adaptado a la festividad de San Juan.
Igualmente, la presencia del agua nos lleva a
uno de los grandes símbolos de las celebraciones de San Juan que parece no
tenerse en tanta consideración y que sin embargo, forma una parte esencial de
numerosos ritos de esta festividad, el agua, llevándonos nuevamente a la
presencia del poder femenino en esta festividad.
Otra de las costumbres, que dio a esta fiesta
el apelativo de "verbena", era la costumbre practicada en algunos
lugares por las mozas casaderas de ir a recoger verbena a las doce de la noche
la víspera de San Juan, creyendo que con ello conseguirían el amor del deseado
por su corazón. Igualmente existían numerosos ritos y filtros de amor en torno
a dicha planta.
La pareja que saltaba unida la hoguera se
decía que se procuraba así felicidad y buena fortuna.
Otra costumbre es aquella en que las mozas
arrojan guirnaldas trenzadas por ellas a sus amados a través de las llamas y
ellos deben cogerlas antes de que caigan al fuego. Las guirnaldas se guardaban
como talismanes de buena fortuna y, ocasionalmente, se quemaba alguna cinta en
el hogar para procurar protección de sus habitantes y animales.
Algunos grupos se introducen entre las olas,
tras sus ceremonias, comulgando por un corto tiempo con el mar recibiendo de él
otro tipo de fuerza que solo podemos reconocer como netamente femenino y
vinculado con el símbolo de la Diosa.
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