23 de junio de 2011

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Nada tengo mientras no tenga patria

Francisco Vicente Aguilera nació el 23 de junio de 1821 en la ciudad e Bayamo.  En Santiago de Cuba recibió instrucción primaria. En la Habana, y en el colegio Carraguao, colegio de que era uno de los profesores el ilustre prócer José Silverio Jorrín, instrucción superior. Viajó por los Estados Unidos, y de regreso en Bayamo, vio morir a su padre, y contrajo matrimonio. 

Dueño de inmensa fortuna, todo parecía sonreírle. Y no era así: en el pecho, el dolor de su patria esclava no lo dejaba dormir tranquilo.  Cuando en 1836 murió su padre, le dejó el cometido de obtener para la familia, utilizando las rentas del ingenio azucarero Pilar de Jucaibama, un título nobiliario de Castilla, aparte de continuar la tradición de poseer los de Regidor Alcalde Mayor y el grado militar de coronel de los Reales Ejércitos y del Batallón de Milicias Blancas Disciplinadas de Infantería de Bayamo y Santiago de Cuba.

El joven Francisco Vicente Aguilera y Tamayo no cumplió esta encomienda. Su aspiración era subvertir la sujeción colonial que ataba a Cuba de España. Y es que en el transcurso de una generación se había operado una transformación en el pensamiento político de la familia Aguilera, como sucedió en casi toda la sociedad bayamesa. De un ideario monárquico y pro español, se evolucionó al republicano independentista.

La toma de conciencia en Aguilera se manifiesta desde su juventud. En 1851, con 30 años, ya era miembro de la conspiración -y su jefe en Bayamo-, liderada por el camagüeyano Joaquín Agüero, quien proyectaba un alzamiento separatista nacional. También participó en un proyecto, en unión de Carlos Manuel de Céspedes, que pretendía iniciar un levantamiento contra el colonialismo español y cuyas primeras acciones serían tomar las ciudades de Bayamo y Manzanillo.

Después de la muerte de su madre, Juana Tamayo, ocurrida en 1863, inició un periplo por diferentes países de Europa y por los Estados Unidos. Este incidió en su formación, pues lo puso en contacto con las ideas políticas y económicas más avanzadas. Desde su arribo a Bayamo comenzó a elevar proyectos al Gobierno de la Isla, para desarrollar económicamente la jurisdicción, en los que se aplicaran los adelantos de la ciencia y la técnica. El más importante era la construcción de un ferrocarril entre Bayamo y Santiago de Cuba.

A partir de este momento es un revolucionario en extensión y profundidad. Su acción se manifiesta en dos aristas definidas: el logro de la independencia de Cuba, y, mientras esto no suceda, la transformación del régimen económico arcaico existente en Bayamo. Este ímpetu capitalista lo llevó a convertirse en el hombre de mayor fortuna en la región oriental de Cuba. En 1868 su caudal activo ascendía a dos millones 168 mil 54 pesos.

 En 1867 fundó el Comité Revolucionario de Bayamo. Su pensamiento revolucionario se radicalizaba. Se discutía la fecha del alzamiento subordinándola a la existencia de pertrechos militares con que enfrentar al Ejército Español. Aguilera era de la opinión que debía posponerse para poder acopiar armas. Y es en este momento cuando se compromete a trasladarse a los Estados Unidos y regresar antes del 24 de diciembre, fecha máxima aceptada por los conspiradores para pronunciarse, con suficiente material de guerra para dar comienzo a la Revolución. Los hechos se precipitaron y el 10 de octubre de 1868, en el ingenio Demajagua, Céspedes protagonizó el alzamiento.

Ya en la guerra, Aguilera ocupó importantes responsabilidades político-militares. Carlos Manuel de Céspedes decidió enviarlo a Estados Unidos para unificar a los emigrados y lograr el envío de expediciones con logística con las cuales abastecer las tropas del Ejército Libertador.  Partió en 1871.

En esta determinación de Céspedes debieron pesar varias causas, entre ellas que Aguilera había sido partidario de esta idea antes del inicio de la Revolución, por los conocimientos que poseía en el manejo de fondos, pues había creado una fortuna millonaria, así como por su pensamiento y forma de actuar, que lo habían convertido en paradigma del pensamiento unitario. Las distintas fracciones políticas, civiles y militares, lo veían como un hombre íntegro, ético y revolucionario.

No tardará Aguilera, para su pesar, en chocar con la cruda realidad. Los cubanos que encontró Aguilera en Estados Unidos estaban divididos, unos alrededor del reformista Miguel Aldana, y otros alrededor de Manuel de Quesada.  Aguilera no aceptaba regresar a Cuba sino era con una gran expedición que llevara muchos armamentos, y en tal sentido agotó todas las posibilidades. Marchó entonces con esa finalidad a Europa.   

Un año después está de nuevo en New York. Al poco tiempo la Cámara deponía al presidente Céspedes. Como Aguilera era el vicepresidente, el presidente de la Cámara, Salvador Cisneros Betancourt,  que desempeñaba interinamente    la Presidencia de la República en Armas, escribió a Francisco Vicente Aguilera: «… grandes ventajas reportará al país que vuelva a él un hombre que no ha escatimado sacrificios por su libertad …  Ud. Está en mejor situación para administrar la República, venga y salvaremos la Revolución».

Aguilera respondió al Presidente de la Cámara que sí, que vendría a Cuba, pero cuando pudiera llevar a Occidente una fuerte expedición. 

Su retorno a Nueva York significó continuar trabajando en el envío de una gran expedición a Cuba. Pero ahora la situación había cambiado. Ya no era el Agente General, sino un emigrado, solo lo diferenciaba el hecho de ser iniciador de la revolución y el prestigio que poseía por su honradez y desinterés por la independencia de Cuba.

En estas circunstancias desarrolló su obra, sin incorporarse a las luchas intestinas que desangraban a la emigración. Y es a partir de este momento cuando quedó plasmado el perfil que hoy poseemos de él. Las dificultades por las que tuvo que atravesar, la miseria en que vivió y murió, las penurias de su familia dejó estupefactos a quienes lo conocieron.

Inició un recorrido por ciudades norteamericanas con el objeto de buscar un vapor que lo trasladase a Cuba, así como para recaudar dinero. Visitó Baltimore, Filadelfia, Nueva Orleans y Cayo Hueso. En esta última se comenzaba a desarrollar un importante concentrado de emigrados cubanos, los que aportaron una cifra considerable de dinero, unos siete mil pesos, entre los meses de febrero-abril de 1874. Este desprendimiento le causó profunda impresión.

Fue tanta la desidia que padeció Aguilera que finalmente, al no poder armar una gran expedición -y carente de recursos-, decidió regresar a Cuba. El 22 de abril de 1876 efectuó su último intento. Llegó a Las Bahamas, donde pretendía abordar el buque Anna, y al no encontrarlo se dirigió a Nassau. El 12 de junio embarcó rumbo a Haití. El viaje resultó imposible. Arribó a Nueva York el 15 de agosto de 1876. Ya se encontraba gravemente enfermo del cáncer que lo aquejaba, pero aún así insistía en volver a la Patria, aunque fuera en un bote.

El 22 de febrero de 1877 falleció Francisco Vicente Aguilera en Nueva York, rodeado de su esposa e hijos, sin haber podido cumplir su mayor anhelo: libertar a su Patria; ni su sueño de regresar a Cuba con una fuerte expedición.

Las aspiraciones de Francisco Vicente Aguilera fueron más ambiciosas que las de sus ancestros y se centró en fundar un pensamiento político que contemplaba la idea de lograr la independencia de Cuba del colonialismo español empuñando las armas.

El engrandecimiento que le reportaría a su familia no sería en el orden de lo que soñó su padre, o sea en la obtención de un título nobiliario, detentar cargos políticos en la estructura de gobierno de la villa o provincia, o en la milicia, sino al convertir, al linaje Aguilera, en uno de los fundadores de la nación cubana.

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