24 de junio de 2011

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Comandante en  Jefe, amén.

LA HABANA, Cuba, junio (www.cubanet.org) – Hace unos días, escuché a una niña de seis años exclamar: -¡Viva Fidel! ¡Viva Raúl! ¡Y viva Cristo Rey!, amén.   

Un hombre ya mayor  comentó: -Eso es sólo una muestra de lo confundidos que están los niños debido al excesivo adoctrinamiento; pero así andamos todos.

Después me enteré que el pastor de la congregación a la que asiste la niña es un ex teniente coronel de las Fuerzas Armadas, que introdujo a una parte de la población del barrio Cayo Hueso, en Centro Habana, en la doctrina cristiana. Algo que no me extrañó, porque en el edificio donde vivo, reside otro teniente coronel jubilado, recién graduado en Teología. Al mismo tiempo, trabaja como parqueador de autos, en el garaje del Miramar Trade Center.

Decidí acudir al lugar de culto de la pequeña para observar lo que allí sucede. El reverendo, como cada semana, habló a los fieles: “Repitan conmigo: debemos respetar y orar por nuestros gobernantes”. Luego los exhortó a asistir al trabajo voluntario y ayudar en la construcción un nuevo local de la congregación.

Muy cerca de esta comunidad cristiana, otro enclave, pero de cultos afrocubanos, trata de captar a los feligreses del barrio a partir de actividades culturales, organizadas por ex dirigentes del Ministerio del Interior (MININT), que a ritmo de tumba y toque de tambor, brindan espectáculos y bebidas en el callejón de Hamel.

En una vecina iglesia católica el panorama se repite. Los miembros del consejo parroquial pertenecieron al gobierno. Algunos ex militares comunistas (al igual que miles de ciudadanos) en la década del noventa, ante la crisis de valores ocasionada por el derrumbe del comunismo, se refugiaron en la religión. Algo que también hicieron sus hijos.

En los años 80, el astuto Fidel Castro decidió eliminar el conflicto fundamental entre el marxismo ateo y las religiones. De un plumazo, entregó, simbólicamente el carné del Partido Comunista a Cristo, Buda, Mahoma, Olofe y el Gran Arquitecto del Universo, con la complicidad, entre otros, del fraile dominico brasileño, Frei Betto.

El gobierno comprendió la inutilidad de seguir persiguiendo a la religión y optó más bien por utilizarla como aliada. La tarea era aglutinar, limar asperezas y controlar, para el régimen totalitario la mejor alternativa era no pelearse con los creyentes y sus representantes, sino captarlos o, al menos, neutralizarlos.

En cuanto a los antiguos oficiales de las FAR, devenidos ahora religiosos, nadie protesta por la conversión, los creyentes los han aceptado. Quizás la gente piense que es más conveniente que los represores jubilados del  MININT se dediquen a orar por la salud del Comandante o a dar clases de guaguancó, que a perseguir disidentes o vendedores de maní sin licencia.

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