Un hombre
de este pueblo
Paseo por las
calles de una infancia en Wadowice,
que nunca pudo olvidar
Por Ramiro Villapadierna / Wadowize (Polonia)
ABC, Madrid
Oyes hablar de él y lo desarmante —y así parecía serlo
para sus adversos— es que era «un hombre muy normal», demasiado normal, como
dice Przemyslaw Hauser, un «tipo entero, de una pieza, pero lleno de facetas»,
recalca quien ha producido para el cine su vida. Hasta su digno deterioro y
muerte: «Me enseñó más verlo morir que todo su pontificado», dice la joven
Claudia Popinski.
El Papa camino de la santidad
era una persona llena de historias, debilidades y pasiones humanas que nunca
ocultó, ni de las que tampoco presumió: su habilidad futbolística o teatral, su
relación con las chicas o su predilección por los judíos, su pasado resistente
y prisión a manos nazis, su persecución en el comunismo y su trabajo en la
mina, su sensibilidad sindical y despreocupado coraje, su afición montañera, su
debilidad por los pasteles o sus dotes lingüísticas y musicales, enumera Pawel
Pitera, el director del filme de su vida, «Testimonio».<MC> Lo cierto es
que todo ello sumado compendia todo menos una persona normal, pero sí habla de
alguien humano. Si de algo se sorprende aún su viejo secretario, Stanislaw
Dziwisz, era «de su bondad natural» y agrega en prueba que «me soportó 38
años…».
El pequeño Karol nació, en la
pequeña casa junto a la iglesia, dos años después de la independencia de
Polonia y tres meses antes del «milagro del Vístula», la victoria polaca sobre
los soviets. Su vecina entonces, que aún sobrevive en la misma casa color gris,
era la señora Sziukowska. Cuando parte a la universidad de Cracovia, Hitler
acaba de anexionarse la región Sudete de Checoslovaquia y su «mundo de antes»
acabó al año siguiente con la invasión de Polonia y el comienzo de la guerra. Ya
de muchacho parecía ser el «buen grandullón» de la clase, recuerda Eugeniusz
Mróz, tan dispuesto como el que más a ser un trasto como a proteger al último
de la clase o «jugar con los que perdían». Era el vecino «al que sí le
comprarías un coche usado». Era tan legal que Mróz, que se sentaba en el
pupitre de detrás, asegura a sus 91 años que, aunque «era el primero en
terminar los trabajos de clase, no los entregaba hasta que lo hacía el último,
para no desmoralizarnos».
El reloj de sol
Junto a la iglesia de la
Ofrenda de María permanece en pie la casa en que nació Karol Wojtyla, en dos
pequeñas habitaciones que miraban al costado del templo, donde el reloj de sol.
El museo de su vida alberga algunos de sus pequeños objetos más personales,
explica la hermana Magdalena: en una austera habitación, una cuna campesina de
roble, una mesita de pared con un cirio, cinco grabados y fotos familiares
ofrecen el modesto escenario vital. Pero están sus esquís y ropa deportiva de
montañero de los años 50, su viejo escapulario recibido de los carmelitas del
monasterio de Na Górce, la foto de cuando cantó misa, el rosario que empleaba
cuando rezaba Urbi et Orbi en Radio Vaticano, así como el que le entregó Lucía
de Fátima en el año 2000, su último atuendo de cardenal, del funeral del
antecesor y cónclave que lo eligió.
Sin embargo, aclara esta monja
que lleva décadas entregada a consagrar la memoria de su paisano, todo esto no
se podrá ver hasta que no se reinaugure la casa museo. Pues esto no sería
Polonia si hubiera estado perfectamente previsto el fin de las obras, y las de
la propia Plaza Mayor, para fecha tan significada.
En cambio está toda la plaza
levantada y la casa museo en obra mayor. Wojtyla «hizo de todo Wadowice su
propia familia», al perder la suya joven, explica la hermana Strzelecka, «por
eso le afectaba volver a pisar estas calles, tenía una necesidad vital de
sentirse en casa». En Polonia, pero sobre todo en Wadowice, se descubría al
hombre tras la púrpura: el vecino, el conversador, el bromista, el interesado
en cómo les había ido a sus antiguos compañeros y vecinos.
Aquí aprendió a dar patadas
«al balón, a rezar, a esquiar, a escribir y hacer teatro». «No había campo de
fútbol y jugábamos en la ribera del Skawa», cuenta su compañero en el instituto
Kaszimierz Sawicki: su fama de ecuánime hacía confiarle tanto las disputas como
la tesorería común en las pequeñas ventas y trapicheos que hacían: «siempre
podías confiar en él». Otros sitios que lo recuerdan es el monasterio y vía
crucis campestre de Kalwaria Zebrzydowska, lugar de peregrinaje donde el joven
Karol dice haberse encomendado a la Virgen al morir su madre. También la
congregación de nazarenas que se ocupaban del hospicio y del parvulario a donde
fue de niño. Y el Instituto Marcin Wadowita, donde se graduó como bachiller en
1938, el monasterio de los Carmelitas y naturalmente la basílica de la Ofrenda
de María, esquina con esquina con la casa natal del luego Papa. En su costado,
el viejo reloj solar marca ahora siempre la hora en que falleció, hace ya seis
años.
Pero en un caso probablemente
único, ésta será la casa de un santo que rendirá asimismo homenaje a los
judíos: «Este Papa encarnó como ninguno la amistad entre cristianos y hebreos»,
dice Ron Balamuth, nieto de los caseros de los Wojtyla.<MC1> En Cracovia,
Adam Boniecki hace balance del tiempo pasado y «cómo este Papa cambió a
Polonia». El director del semanario cultural Tygodniz Powszechny también creyó
que «los polacos eran más juanpablistas que cristianos y todo acabaría con su
muerte... pero este papado dejó un vínculo profundo con Europa». Los polacos se
han sentido más europeos que nunca y Roma se convirtió en un destino de viaje
común.
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