OSAMA BEN LADEN
TENÍA UN PLAN
Por Antonio Hualde,
El Imparcial, Madrid
La madrugada del 2 de mayo de 2011 pasará a la historia
de Estados Unidos como la fecha en que sus míticos Navy SEAL acabaron con la
vida de Osama Ben Laden. Sin embargo, se equivocan quienes piensan que eso
debilitará a los terroristas islámicos. Acusarán el golpe -más moral que
efectivo-, eso es cierto; pero una de las características de Al Qaeda es su
capacidad operativa, con o sin cabeza visible. Queda Al-Zawahiri, el médico
egipcio que fuera mentor de Osama y, para muchos, verdadera eminencia gris del
terrorismo islámico. Quedan otros, bastantes, no tan conocidos para el gran
público, aunque sí con una gran experiencia en el negocio de la muerte. Y
queda, además, la estructura de una organización sumamente asentada tanto
económica como militarmente.
Todo comenzó cuando el joven Osama acudió a Afganistán
para luchar contra los invasores soviéticos. Su formación y dotes de liderazgo
hicieron que la CIA pusiera los ojos en aquel saudí de buena familia y con amplio bagaje occidental. Empezó a
manejar una base de datos donde figuraban los nombres de los principales muyahidines que allí combatían. A esa
misma base de datos recurriría posteriormente, cuando se decidió a actuar
contra aquellos infieles norteamericanos que ahora mancillaban suelo musulmán
durante la Guerra del Golfo. En árabe, “La Base” es “Al Qaeda”; de ahí su
nombre.
No obstante, las intenciones de Osama iban más allá de
atentar contra intereses estadounidenses e israelíes. Occidente, en general,
era objetivo prioritario, y tampoco se libraban los musulmanes chiítas. Aunque
detrás de lo que era la actividad terroristas había otra, no tan manida, pero
de un calado mucho más preocupante. Ben Laden tenía un plan: hacer proselitismo
con la Sharia, imponiéndola a
machamartillo entre los infieles. Su ataque contra las Torres Gemelas fue devastador; casi tanto como el que está llevando
a cabo desde hace algún tiempo de manera sutil. Apenas se nota, y eso es lo
verdaderamente peligroso.
Gadafi, que no da puntada sin hilo, dijo hace poco: “los
vientres de nuestras mujeres han iniciado la conquista de Europa”. Profesores
denunciados por hablar del jamón ibérico en clase, solicitudes de que los
“impuros” perros lazarillos no monten en autocares públicos, necesidad de pedir
permiso al consejo escolar para cantar villancicos en Navidad y una larga
ristra de majaderías podrán parecernos eso, majaderías, mas no lo son tanto.
Muchos musulmanes dicen abominar de los métodos de Ben
Laden…casi tantos como los que musitan un “sí,
pero” cada vez que se habla de él. Porque no nos engañemos; hay un Islam
moderado, de acuerdo, pero parece subordinado al otro Islam, el que más se deja
oír. Ese que lapida a las mujeres adúlteras, justifica la violencia doméstica,
ahorca a los homosexuales, prohíbe casi en su totalidad la música y justifica
que se asesine de la peor forma posible a todos los que piensan distinto.
¿Afganistán? No, Europa. Mezquitas de Londres, París y
Madrid albergan a exaltados así. Se han criado aquí, entre nosotros, aunque se
consideran diferentes. De hecho, los terroristas que atentaron contra el metro
londinense eran británicos, nacidos y educados en Inglaterra. En el Islam
actual sólo se oye la voz de los imanes
y mulás más radicales. No hay, como
entre los católicos, un Papa que atempere y conduzca, ni un patriarca ortodoxo
que se haga escuchar, ni tampoco un Consejo Rabínico al que recurrir. Y hasta
que no surja entre las filas musulmanas alguien que ponga cordura, Ben Laden
seguirá vivo. Con la inestimable ayuda de la cohorte de memos progresistas que
le ríen las gracias a los adalides del burka
y profanaiglesias de turno.
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