Cómplices en la
infamia
Hermann Tertsch
ABC,
Madrid
NO les voy a hablar de Bildu y
el Tribunal Constitucional, aunque no culpo a nadie que lo haya pensado al leer
el título. No les voy a hablar de los cerca de novecientos muertos españoles, cuyos
asesinos han sido legitimados en su trayectoria por nuestro Gobierno. Erigidos
en adalides de un largo proceso de cincuenta años que entra en su nueva fase
triunfal con las camadas de nazis legalizadas para su proyecto de liquidar las
libertades en el País Vasco y en Navarra. Algunos de los responsables de esta
tropelía histórica se prometen de ello el título de “pacificadores” en nuestra
historia. A mí se me ocurren otros. En todo caso, que no pidan respeto, por
favor. Cuando lo que deberían pedir es perdón. Respeto no, por favor.
Vamos a hablar de otro muerto
que aquí han olvidado antes de que lo enterraran el pasado domingo en un
cementerio de La Habana. Juan Wilfredo Soto, de 46 años, era un cubano que
llevaba más de la mitad de su corta vida pidiendo, precisamente, respeto. Nada
menos que al poder. Juan Wilfredo pedía que le dejaran decir lo que pensaba. Y
pedía que no le pegaran ni le encarcelaran por algo tan sencillo e inocente
como decir la verdad, su verdad, en voz alta. Que no es otra verdad que la de
millones de cubanos que no se atreven a pronunciarla. Él era uno de esos pocos
que no tenía miedo. O que lo vencía a diario por un compromiso consigo mismo,
un respeto y una exigencia a un tiempo. Eso que se llama dignidad.
La mayoría
de los cubanos tiene miedo. Es lógico porque el régimen que los oprime desde
hace medio siglo es una inmensa maquinaria de producción de miedo. Todas las
demás fuentes de producción, fábricas, ingenios, talleres y granjas, se han
hundido en Cuba podridas por la desidia, el desamor, la ineficacia, la
corrupción y la mentira. Solo funciona la producción y la administración del
miedo, esa mercancía que se reparte muy equitativamente, según las reglas
comunistas, entre toda la población. Mayores y menores, hombres y mujeres,
obreros y burócratas, policías y campesinos, miembros del partido de arriba y
abajo, todos tienen miedo por igual. Como debe ser para el funcionamiento
armonioso de un sistema que, desprovisto de espíritu y alma, no funciona. Juan
Wilfredo, sin miedo, era una pieza estropeada. Como tantos cientos de cubanos
que, por alzar la voz con su verdad, con su dignidad y la exigencia de libertad
para defenderlas ambas, sufren las represalias de uno de los regímenes más
viles y putrefactos del mundo. Tras el Congreso del Partido Comunista, nuestras
gentes sin miedo pasan una vez más una dura prueba. Resuena con virulencia la
consigna del hostigamiento contra esos impertinentes que osan no tener miedo. Los
registros, las detenciones, los insultos, los asaltos vandálicos
a sus viviendas, vuelven a ser deber patriótico para la soldadesca del miedo. Y
así le han matado a Juan Wilfredo. De una paliza. Sabía que lo harían. Se lo
habían dicho. Cumplieron. Para que sus amigos no se obstinen en no tener miedo.
Y reconozcan que sólo con miedo se puede vivir con seguridad.
El Gobierno español es el mayor
defensor del régimen cubano en el mundo. Lo han elogiado en Bruselas, en
Washington y aquí. Jiménez alaba sus «reformas». Pajín en La Habana canta al
hermanamiento entre PCC y PSOE. A los cubanos sin miedo los desprecian e
ignoran. El régimen es su amigo, los disidentes «gusanos». Por eso aun no han
dicho una palabra sobre Juan Wilfredo. Porque son
cómplices. Del
crimen y la infamia.
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