EL MISTERIOSO ADMIRADOR DE EDGAR ALLAN POE
Durante sesenta años, un admirador de Edgar Allan Poe depositó, cada diecinueve de enero, media botella de coñac y tres rosas junto a la tumba del famoso escritor. El miércoles faltó a su cita por segundo año consecutivo.
Jeff Jerome, guardés de la casa museo de Poe, cuenta que el visitante, discreto, aparecía entre la medianoche y las cinco de la mañana tocado con un sombrero de ala ancha, se arrodillaba junto a la tumba del poeta y brindaba en su memoria. Allí dejaba media botella de coñac y tres rosas, marchándose después hasta el siguiente invierno.
Este año, prosigue Jerome, esperé nuevamente su llegada tras el ventanal de la iglesia de Westminster. No apareció; en su lugar se presentaron hasta cuatro impostores fingiendo ser el genuino admirador. Todos querían ser el hombre que había honrado al genio durante toda una vida, todos llevaban coñac y rosas, pero ninguno conocía el ritual que siguió escrupulosamente durante sesenta años. Sólo el guardés lo había contemplado una y otra vez. Sólo él conoce el guión.
El devoto, cuya suerte se ignora desde hace dos años, dejaba en ocasiones notas manuscritas junto al sepulcro: “Edgar, no te he olvidado”, “La antorcha será pasada”. El guardés está convencido de que no regresará. Aún así, afirma que el próximo diecinueve de enero esperará nuevamente su llegada desde la ventana.
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