DE GUERRILLERA A DAMA DO PLANALTO
- Carmen Carlos, Sao Paulo -
ABC, Madrid.
Hija de emigrante búlgaro, ha restaurado su rostro, su pasado y su ideario político. «Tenía una formación intelectual precoz. Leía a Marcel Proust y a Jean Paul Sartre». El recuerdo pertenece a Claudio Galeno Magalhaes, el hombre con el que Dilma Rousseff se casó a los 19 años. A él le atribuyen su iniciación en las armas de la guerrilla.
Corrían los años 60 y la joven estudiante, hoy especialista en Economía y virtual presidenta de Brasil según los sondeos, se curtiría primero en diversos movimientos clandestinos. Más tarde lo haría en la tortura y el encierro, de dos años y un mes, tras los barrotes de una cárcel. Un Tribunal Superior de Justicia militar la condenaría por subversión. «El arte de aguantar la prisión es vivir con ella», declaró hace unas semanas.
El telón de los golpes de Estado en América del Sur lo levantaría Brasil el 31 de marzo de 1964, año en el que comienza una historia dramática de la que hoy, una de sus protagonistas, no quiere acordarse y cuando lo hace rechaza haber empuñado un fusil, asaltado bancos o haber participado en operaciones donde corriera la sangre.
Sus compañeros y los archivos parecen tener mejor memoria e insisten en que Stella, Luisa, Wanda, Marina, Mary y Lucy —los nombres de guerra que utilizó la candidata presidencial— estaba allí. Eran otros tiempos, difíciles de explicar hoy a un electorado al que Dilma sólo reconoce haber estado en la clandestinidad frente «a un Gobierno represor».
La guerrillera de ayer
Aquella guerrillera nacida en Belo Horizonte, de gafas de culo de vaso —miope con nueve dioptrías—, hoy es un espejismo en la forma y en el fondo. Ha restaurado su aspecto y democratizado la visión revolucionaria de Regis De Bray, el filósofo francés de referencia de los grupos guerrilleros suramericanos.
La ex ministra de Minas y Energía y ex jefa de la Casa Civil, equivalente al número dos del Gobierno, ha abierto los ojos, con lentillas, al bisturí —párpados caídos y bolsas han quedado desterrados— y puesto la cara para un nuevo rostro más fresco. La experiencia, con éxito, fue el pasado año en la clínica Moinhos de Porto Alegre, donde todavía supervisa las intervenciones el cirujano Renato Vieira, el mismo que tuvo en el quirófano a Sara Montiel.
El pasado año se puede entender como el de la resurrección de Dilma porque, además, logró superar un cáncer linfático como el que padece el presidente de Paraguay, Fernando Lugo.
Considerada una mujer fuerte y ejecutiva no forma parte de los históricos del PT (Partido de los Trabajadores). Con 62 años, apenas lleva diez de militancia. «El presidente hace lo que quiere en el PT pero ella lo va a tener mucho más difícil. Para abrirse camino tendrá que pactar con algunas de las corrientes que hoy se disputan el poder», analiza Antonio Carlos Pereira, subdirector de Opinión del diario «O Estado» de Sao Paulo.
Elegida a dedo por Lula, la hija de un emigrante búlgaro de clase media acomodada, o la presa 097 que de niña —como confiesa— «leía a los hermanos Grimm», está a punto de escribir un nuevo cuento de la historia de Brasil. Como futura dama del Palacio do Planalto, el final es cosa suya.
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