EL DOMINGO DE LA CONVERSIÓN
Conviérteme, Señor,
de mi voz, tímida para pregonarte,
a un testimonio vivo, eficaz y valiente,
para proclamar que, como tú,
nada ni nadie ha de salvar al hombre.
Conviérteme, Señor,
de mi autosuficiencia, orgullo y seguridades
a la humildad para saber y poder encontrarte.
Conviérteme, Señor,
de mis apariencias, simples e interesadas,
a la plenitud que me ofrece tu presencia,
real y misteriosa, dulce y exigente,
divina y humana, audible….y a veces silenciosa,
con respuestas….y a veces con interrogantes.
Conviérteme, Señor,
y dame un nuevo corazón para alabarte
y un nuevo corazón para bendecirte
y un nuevo corazón para esperarte
y un nuevo corazón para amarte.
Javier Leoz, Betania.com
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