LA MADRE INMACULADA DEL ADVIENTO
Por Gabriel González del Estal
** Me gusta imaginarme a María como a una mujer sencilla, de pueblo, socialmente marginada por el simple hecho de ser mujer, humilde, religiosa, obediente a la voluntad del Señor. Sólo la conocen sus familiares y sus vecinos, ella sólo se dedica a sus labores, es una mujer callada, alegre, servicial y amorosa.
Espera la venida del Mesías, desea ardientemente que venga el Ungido del Señor, para que ponga paz en el mundo, para que desaparezca el hambre de los pobres, para que los enfermos de lepra no vivan tan despreciados y excluidos, para que el pecado de los hombres sea vencido.
La madre del Salvador será una mujer privilegiada, admirada por todos, maravillosa en sus virtudes y en sus acciones. Ella, María, es una simple sierva, ella ama al Señor y sabe que es amada por él, pero sólo aspira a eso: a que se haga siempre en ella la voluntad de su Señor. ¡Sería maravilloso conocer a esa mujer, a la mujer que el Señor elija para ser la madre del Mesías!
Y, de pronto, un día cualquiera, a la hora del mediodía, se le aparece a ella un ángel, el ángel del Señor, y le dice: «Dios te salve, María, llena eres de gracia, el Señor está contigo, bendita tú eres entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre, Jesús».
Ella no entiende nada, cree que el ángel se ha equivocado de persona, que está hablando a otra mujer, a una mujer maravillosa, santa, famosa. Ella no puede ser la mujer a la que el ángel le ha dicho cosas tan bonitas y maravillosas. Ella no lo merece, ella es pobre, sencilla, se limita a hacer siempre lo el Señor le manda. Ella ni siquiera conoce varón.
Pero el ángel le dice que no, que no se ha equivocado, que es ella la elegida del Señor para ser la madre del Mesías que ha de venir. Sigue sin comprender, desconcertada, explotando de alegría, de amor, por dentro. Entre balbuceos pregunta: pero… ¿cómo puede ser eso, pues no conozco varón? Y el ángel le dice: «Será el Espíritu Santo el que vendrá sobre ti, y la fuerza del altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el Santo que va a nacer se llamará Hijo de Dios».
Y la dejó el ángel. En este momento comenzó para María el adviento, desde este mismo momento María se recoge aún más en sí misma, en este mismo momento sabe que ella va a ser la Madre Inmaculada del Adviento.
Betania.es
Ilustración: Inmaculada Concepción, Bartolomé Esteban Murillo,
Óleo, Museo del Prado, Madrid
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