La indolencia es un mal de gobierno,
no de pueblos
no de pueblos
Lic. Amelia M. Doval
dovalamela@yahoo.com
La vagancia es un mal en mentes ociosas y con poca proyección social. Vagos son los que poseen almas indolentes y de escasas aspiraciones. Humanos que acortan el espacio de sus deseos limitándose únicamente a querer lo que pueden alcanzar con levantar la vista, seres que despiertan de los sueños para evitarse caminar rumbo a ellos porque no pueden o no saben que el mundo es de los que luchan y que las manos no son el horizonte de las aspiraciones. Antiguamente la sociedad reprimía la vagancia, en estos tiempos después de estudios minuciosos se asocia con insuficiencias físicas o condiciones sociales imperfectas.
Las crisis económicas son promotoras de la disminución de los estímulos para crear metas, anhelos. Las esperanzas disminuyen en la medida que la sociedad atribuye los fracasos a un mal general.
Con los nuevos tiempos, los hijos han dejado de valorar el sacrificio de los padres porque éstos se han dado el deber de ser buenos progenitores como una tarea sin fin, sin límites, evitándoles los amargos momentos que son necesarios para aprender que la vida es un regalo y desempacar el envoltorio es una responsabilidad personal. Este concepto de protección se arraiga en la sociedad y posteriormente lo reclaman también de sus gobiernos e instituciones. Lo que se obtiene fácilmente se desprecia o se pierde. Se necesita educar, no reprimir.
Un buen gobierno es aquel que disminuye los discursos impropios para demostrar que el trabajo en conjunto crea riquezas y establece condicionamientos con disciplina, respetando el desarrollo colectivo tanto como el personal. En el siglo XXI, el Universo queda a la saga, sus expectativas se debilitan y sociedades estrictamente conceptuales reestructuran los valores para avanzar tomando ventajas.
Ante este mapa mundial de frustraciones debemos detenernos y pensar en países como Cuba, una isla que ha sido catalogada por los propios y los ajenos como zona de libre producción de vagos después del 59, fecha en que la actual dictadura comenzó a ejercer un patronato mental que ha llevado a la expropiación, concibiendo el desmoronamiento de los preceptos morales como un condicionamiento humano.
Rebatir este concepto es una tarea difícil pero pruebas hay que el pueblo dista mucho de ser el prototipo que ha vendido el gobierno como culpables de los retrasos económicos existentes para de esa manera justificar sus malas acciones. Un país que no produce como estado, aun cuando es dueño absoluto de cuanto se tiene, no puede catalogar a su pueblo como destructor o incapaz cuando lo ahoga y no le deja alcanzar las herramientas necesarias para producir, no obstante como náufragos sin islas el cubano trata de subsistir e inventar sus medios. Aunque robar es un delito capital, sólo están apropiándose de lo que por derecho les pertenece y por convicción necesitan para vivir.
Cuando los absurdos mecanismos estatales abrieron la puerta para crear pequeños negocios controlados por el gobierno, la inventiva se adueñó de las calles. Este trabajador por “cuenta propia”, tiene ante sí el mayor dilema, debe producir, pagar licencias y permisos pero no cuenta con préstamos bancarios, ni mercados legales donde obtener los productos.
Lo evidente salta a la vista, comienza el liderazgo del mercado negro, el gobierno oculta su contribución al robo con un cuerpo de inspectores que sucumben ante las negociaciones. Simple ecuación matemática que converge en un razonamiento físico, la lógica se hace negociable. Un papel de compra legal de productos, en un mercado estatal de valores triplicados, justifica las posteriores adquisiciones en el mercado negro. Esta es la parte que el mundo ve y bajo la cual se atribuye el San Benito de vividores.
Ese producto que aparenta ser ilegal, no es para consumo fácil sino para producir otros que son en provecho de una economía que se sustenta gracias a ellos. Un saco de harina comprado de manera impropia (justificado por un antiguo papel de compra legal), representa, la materia prima para elaborar pizzas que el gobierno no vende bajo sus propiedades y los nuevos comerciantes logran producir con maquinarias de invención popular para posteriormente vender en sus cafeterías a un pueblo ávido de tener una vida común al resto del mundo.
Un carpintero, necesita comprar ilegalmente la madera de la zona Oriental del país a un campesino que aunque es dueño del árbol puede venderla únicamente al gobierno que establece una tarifa baja de 30 pesos cubanos por pie cuadrado. Las empresas del estado se encargan de la venta a entidades extranjeras radicadas en Cuba o para exportación (el cedro cubano es de gran valor en la industria del tabaco) a 1 dólar el pie cuadrado. En este tratado de compra-venta estatal no se está teniendo en cuenta al pueblo.
Con lo establecido bajo la legalidad todos pierden menos los dueños absolutos de la isla que engrandecen sus arcas. Cualquiera pensaría que campesinos y carpinteros están malversando los bienes, pero no existe ley social ni moral bajo la cual una propiedad no pueda ser vendida por su dueño.
Mientras en cualquier país los propietarios de pequeños negocios son considerados estrategas pues con su riesgo personal contribuyen al funcionamiento de la rueda económica, los negociantes cubanos son valorados como crápula social, aunque existan realmente quienes tergiversan la idea y ultrajan el derecho ajeno, no es válido generalizar.
Valorar al cubano que vive dentro de la isla como un vago y medir con la regla de los delincuentes a quienes abandonan su tierra, es degradar el derecho de ser dueño de tu país; estamos suponiendo que el cubano le roba a un latifundista propietarios de las almas de sus esclavos, es seguir la oración con sus propias palabras.
La vagancia puede ser un mal de algunos, una enfermedad de muchos o un arma de resistencia civil, lo que si puede quedar como frase lapidaria es que el cubano durante cincuenta años ha pisado tierra ajena, cultivado frutos de otros, creado en industrias que no le pertenecen. Los de antes y los de ahora en su gran mayoría sacrifican el tener por el deber, continúan siendo una comunidad de trabajadores.
Amelia M. Doval
Miami, Fl
6-01-10
dovalamela@yahoo.com
La vagancia es un mal en mentes ociosas y con poca proyección social. Vagos son los que poseen almas indolentes y de escasas aspiraciones. Humanos que acortan el espacio de sus deseos limitándose únicamente a querer lo que pueden alcanzar con levantar la vista, seres que despiertan de los sueños para evitarse caminar rumbo a ellos porque no pueden o no saben que el mundo es de los que luchan y que las manos no son el horizonte de las aspiraciones. Antiguamente la sociedad reprimía la vagancia, en estos tiempos después de estudios minuciosos se asocia con insuficiencias físicas o condiciones sociales imperfectas.
Las crisis económicas son promotoras de la disminución de los estímulos para crear metas, anhelos. Las esperanzas disminuyen en la medida que la sociedad atribuye los fracasos a un mal general.
Con los nuevos tiempos, los hijos han dejado de valorar el sacrificio de los padres porque éstos se han dado el deber de ser buenos progenitores como una tarea sin fin, sin límites, evitándoles los amargos momentos que son necesarios para aprender que la vida es un regalo y desempacar el envoltorio es una responsabilidad personal. Este concepto de protección se arraiga en la sociedad y posteriormente lo reclaman también de sus gobiernos e instituciones. Lo que se obtiene fácilmente se desprecia o se pierde. Se necesita educar, no reprimir.
Un buen gobierno es aquel que disminuye los discursos impropios para demostrar que el trabajo en conjunto crea riquezas y establece condicionamientos con disciplina, respetando el desarrollo colectivo tanto como el personal. En el siglo XXI, el Universo queda a la saga, sus expectativas se debilitan y sociedades estrictamente conceptuales reestructuran los valores para avanzar tomando ventajas.
Ante este mapa mundial de frustraciones debemos detenernos y pensar en países como Cuba, una isla que ha sido catalogada por los propios y los ajenos como zona de libre producción de vagos después del 59, fecha en que la actual dictadura comenzó a ejercer un patronato mental que ha llevado a la expropiación, concibiendo el desmoronamiento de los preceptos morales como un condicionamiento humano.
Rebatir este concepto es una tarea difícil pero pruebas hay que el pueblo dista mucho de ser el prototipo que ha vendido el gobierno como culpables de los retrasos económicos existentes para de esa manera justificar sus malas acciones. Un país que no produce como estado, aun cuando es dueño absoluto de cuanto se tiene, no puede catalogar a su pueblo como destructor o incapaz cuando lo ahoga y no le deja alcanzar las herramientas necesarias para producir, no obstante como náufragos sin islas el cubano trata de subsistir e inventar sus medios. Aunque robar es un delito capital, sólo están apropiándose de lo que por derecho les pertenece y por convicción necesitan para vivir.
Cuando los absurdos mecanismos estatales abrieron la puerta para crear pequeños negocios controlados por el gobierno, la inventiva se adueñó de las calles. Este trabajador por “cuenta propia”, tiene ante sí el mayor dilema, debe producir, pagar licencias y permisos pero no cuenta con préstamos bancarios, ni mercados legales donde obtener los productos.
Lo evidente salta a la vista, comienza el liderazgo del mercado negro, el gobierno oculta su contribución al robo con un cuerpo de inspectores que sucumben ante las negociaciones. Simple ecuación matemática que converge en un razonamiento físico, la lógica se hace negociable. Un papel de compra legal de productos, en un mercado estatal de valores triplicados, justifica las posteriores adquisiciones en el mercado negro. Esta es la parte que el mundo ve y bajo la cual se atribuye el San Benito de vividores.
Ese producto que aparenta ser ilegal, no es para consumo fácil sino para producir otros que son en provecho de una economía que se sustenta gracias a ellos. Un saco de harina comprado de manera impropia (justificado por un antiguo papel de compra legal), representa, la materia prima para elaborar pizzas que el gobierno no vende bajo sus propiedades y los nuevos comerciantes logran producir con maquinarias de invención popular para posteriormente vender en sus cafeterías a un pueblo ávido de tener una vida común al resto del mundo.
Un carpintero, necesita comprar ilegalmente la madera de la zona Oriental del país a un campesino que aunque es dueño del árbol puede venderla únicamente al gobierno que establece una tarifa baja de 30 pesos cubanos por pie cuadrado. Las empresas del estado se encargan de la venta a entidades extranjeras radicadas en Cuba o para exportación (el cedro cubano es de gran valor en la industria del tabaco) a 1 dólar el pie cuadrado. En este tratado de compra-venta estatal no se está teniendo en cuenta al pueblo.
Con lo establecido bajo la legalidad todos pierden menos los dueños absolutos de la isla que engrandecen sus arcas. Cualquiera pensaría que campesinos y carpinteros están malversando los bienes, pero no existe ley social ni moral bajo la cual una propiedad no pueda ser vendida por su dueño.
Mientras en cualquier país los propietarios de pequeños negocios son considerados estrategas pues con su riesgo personal contribuyen al funcionamiento de la rueda económica, los negociantes cubanos son valorados como crápula social, aunque existan realmente quienes tergiversan la idea y ultrajan el derecho ajeno, no es válido generalizar.
Valorar al cubano que vive dentro de la isla como un vago y medir con la regla de los delincuentes a quienes abandonan su tierra, es degradar el derecho de ser dueño de tu país; estamos suponiendo que el cubano le roba a un latifundista propietarios de las almas de sus esclavos, es seguir la oración con sus propias palabras.
La vagancia puede ser un mal de algunos, una enfermedad de muchos o un arma de resistencia civil, lo que si puede quedar como frase lapidaria es que el cubano durante cincuenta años ha pisado tierra ajena, cultivado frutos de otros, creado en industrias que no le pertenecen. Los de antes y los de ahora en su gran mayoría sacrifican el tener por el deber, continúan siendo una comunidad de trabajadores.
Amelia M. Doval
Miami, Fl
6-01-10
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