Isaac Albéniz y Pascual, célebre compositor y pianista español, de cuyo nacimiento se cumplieron ayer precisamente ciento cincuenta años. En efecto, había nacido en Camprodón, Gerona, el 29 de mayo de 1860.
Fue un niño prodigio que desde temprana edad efectuó diversas giras por Europa y América. A los dieciséis años recibió una beca del rey Alfonso XII de España para estudiar en el Conservatorio de Bruselas, de donde se graduó en 1879 con un primer premio en piano, que le fue otorgado de forma unánime.
Regresó a España para establecerse como un experto virtuoso; además, empezó a componer y a dirigir. Enseguida comenzó como director de una compañía ambulante de zarzuelas y escribió tres zarzuelas que lamentablemente no se conservan. Cada vez más, Albéniz incorporaba sus propias composiciones en sus recitales.
A pesar de ser un famoso compositor de piano, Isaac Albéniz de ningún modo se limitó a la música para dicho instrumento. De hecho, dedicó más de una década de sus casi cuarenta y nueve años en vida a escribir temas para teatro (temas que recibieron recientemente una especial atención con el reestreno de su más exitoso trabajo operístico, “Pepita Jiménez”, interpretaciones de conciertos y la grabación de “Merlín”, con Plácido Domingo), mientras que intermitentemente durante su carrera escribió canciones -más de dos docenas- así como varios temas orquestales y de cámara.
La reputación de Albéniz como pianista y compositor siguió creciendo. En la primavera de 1889 viajó a París, donde apareció en los Conciertos Colonne en un concierto que incluía su “Concierto para piano, op. 78”. Desde París siguió hasta Inglaterra, allí sus interpretaciones le aportaron un éxito al instante y ompuso “El Ópalo Mágico”, una comedia lírica en el estilo de Gilbert y Sullivan.
De nuevo en París, desde 1898 hasta 1900 enseñó piano avanzado en la Schola Cantorum, pero a causa de su pobre salud regresó en 1900 al cálido clima español. Empezó un arduo trabajo junto a Enrique Morera con la promoción de trabajos líricos catalanes. Cuando, sin embargo, sus esfuerzos no lograron que se produjeran sus propios trabajos teatrales, regresó a París, donde su música era aceptada, elogiada e interpretada. La residencia de Albéniz en París empezó a ser un refugio para artistas españoles (entre los que están Joaquín Turina y Manuel de Falla); allí encontraron apoyo y ánimo por su propio esfuerzo.
La preocupación de Albéniz con las formas musicales más largas produjo un cambio en su estilo composicional desde lo básicamente ligero, piezas atractivas de su temprana carrera, hacia un arte más complejo. Albéniz poco a poco volvió al piano y a su nativo paisaje de inspiración, “La Vega” (1896-98), presagiando su posterior estilo, que floreció con su obra maestra “Iberia” (1905-1908). También hay que destacar dos obras para piano compuestas previamente a la Suite Iberia, que son la “Suite española I” y la “Suite española II”. Ambas obras, dada su importancia, merecen mención.
Como curiosa historia, pocos días antes de su muerte, vino a visitarlo su gran amigo y paisano Enrique Granados. Albéniz le pidió que le tocara algo al piano y este interpretó su obra "La maja y el Ruiseñor" (obra inédita por entonces) cuando de repente, tocó la barcarola "Mallorca" obra compuesta por Albéniz en un viaje que hicieron los dos a las Islas Baleares. Albéniz moriría días después a causa de una nefritis, el 18 de mayo de 1808 en Cambo-les-Bains, en los Pirineos franceses, antes de que el gobierno francés le entregara la Gran Cruz de la Legión de Honor a petición de otros destacados pianistas como Fauré, Debussy o el mismo Granados.
A la muerte de Albéniz, Rosina, su viuda, pidió a su gran amigo Granados que terminase la última obra de su difunto esposo, "Azulejos". Granados la terminó de forma impecable de tal manera que resulta muy difícil distinguir donde acaba Albéniz y donde empieza Granados.
Texto editado de Wikipedia.org
Foto: Google
Leyenda, de Isaac Albéniz, interpretada por Andrés Segovia:
http://www.youtube.com/watch?v=XiBTqaLOKYw&feature=related
Fue un niño prodigio que desde temprana edad efectuó diversas giras por Europa y América. A los dieciséis años recibió una beca del rey Alfonso XII de España para estudiar en el Conservatorio de Bruselas, de donde se graduó en 1879 con un primer premio en piano, que le fue otorgado de forma unánime.
Regresó a España para establecerse como un experto virtuoso; además, empezó a componer y a dirigir. Enseguida comenzó como director de una compañía ambulante de zarzuelas y escribió tres zarzuelas que lamentablemente no se conservan. Cada vez más, Albéniz incorporaba sus propias composiciones en sus recitales.
A pesar de ser un famoso compositor de piano, Isaac Albéniz de ningún modo se limitó a la música para dicho instrumento. De hecho, dedicó más de una década de sus casi cuarenta y nueve años en vida a escribir temas para teatro (temas que recibieron recientemente una especial atención con el reestreno de su más exitoso trabajo operístico, “Pepita Jiménez”, interpretaciones de conciertos y la grabación de “Merlín”, con Plácido Domingo), mientras que intermitentemente durante su carrera escribió canciones -más de dos docenas- así como varios temas orquestales y de cámara.
La reputación de Albéniz como pianista y compositor siguió creciendo. En la primavera de 1889 viajó a París, donde apareció en los Conciertos Colonne en un concierto que incluía su “Concierto para piano, op. 78”. Desde París siguió hasta Inglaterra, allí sus interpretaciones le aportaron un éxito al instante y ompuso “El Ópalo Mágico”, una comedia lírica en el estilo de Gilbert y Sullivan.
De nuevo en París, desde 1898 hasta 1900 enseñó piano avanzado en la Schola Cantorum, pero a causa de su pobre salud regresó en 1900 al cálido clima español. Empezó un arduo trabajo junto a Enrique Morera con la promoción de trabajos líricos catalanes. Cuando, sin embargo, sus esfuerzos no lograron que se produjeran sus propios trabajos teatrales, regresó a París, donde su música era aceptada, elogiada e interpretada. La residencia de Albéniz en París empezó a ser un refugio para artistas españoles (entre los que están Joaquín Turina y Manuel de Falla); allí encontraron apoyo y ánimo por su propio esfuerzo.
La preocupación de Albéniz con las formas musicales más largas produjo un cambio en su estilo composicional desde lo básicamente ligero, piezas atractivas de su temprana carrera, hacia un arte más complejo. Albéniz poco a poco volvió al piano y a su nativo paisaje de inspiración, “La Vega” (1896-98), presagiando su posterior estilo, que floreció con su obra maestra “Iberia” (1905-1908). También hay que destacar dos obras para piano compuestas previamente a la Suite Iberia, que son la “Suite española I” y la “Suite española II”. Ambas obras, dada su importancia, merecen mención.
Como curiosa historia, pocos días antes de su muerte, vino a visitarlo su gran amigo y paisano Enrique Granados. Albéniz le pidió que le tocara algo al piano y este interpretó su obra "La maja y el Ruiseñor" (obra inédita por entonces) cuando de repente, tocó la barcarola "Mallorca" obra compuesta por Albéniz en un viaje que hicieron los dos a las Islas Baleares. Albéniz moriría días después a causa de una nefritis, el 18 de mayo de 1808 en Cambo-les-Bains, en los Pirineos franceses, antes de que el gobierno francés le entregara la Gran Cruz de la Legión de Honor a petición de otros destacados pianistas como Fauré, Debussy o el mismo Granados.
A la muerte de Albéniz, Rosina, su viuda, pidió a su gran amigo Granados que terminase la última obra de su difunto esposo, "Azulejos". Granados la terminó de forma impecable de tal manera que resulta muy difícil distinguir donde acaba Albéniz y donde empieza Granados.
Texto editado de Wikipedia.org
Foto: Google
Leyenda, de Isaac Albéniz, interpretada por Andrés Segovia:
http://www.youtube.com/watch?v=XiBTqaLOKYw&feature=related
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