María Mantilla
Dra. Josefina Leyva
Fragmento de su trabajo «Martí en dos dimensiones de su epistolario: Las cartas a María Mantilla y a Manuel Mercado», publicado en la revista Círculo, del Círculo de Cultura Panamericano de Nueva York, Volumen 25, año de 1996, páginas 27 a 35. Edición dedicada a José Martí en el centenario de su muerte.
María Mantilla nació en Nueva York el 28 de noviembre de 1880, once meses después de llegar Martí a la casa de huéspedes de sus padres, y poco antes de la partida del Apóstol hacia Venezuela, donde pensaba reunirse con Carmen Zayas Bazán y con su hijo Pepito, que abandonaron a su vez Nueva York por entonces. Martí apadrinó a María el 6 de enero de 1881.
El padre de esta niña fue Manuel Mantilla, cubano inválido y muy enfermo del corazón, cinco años mayor que su esposa. Manuel murió cinco años después de nacida María, cuya madre fue Carmen Miyares, nacida en Santiago de Cuba y cinco años mayor que Martí.
Carmen Miyares era de distinguida familia venezolana con ascendencia italiana. Era robusta, caritativa, incansable, con firmes convicciones y fuerte personalidad. No era culta, pero sí inteligente. A los dieciséis años de edad, Carmita Miyares perdió a sus padres. El santiaguero Mantilla, al casarse con ella, le amparó a los cuatro hermanos (cinco al contarla a ella). Por razones políticas emigraron a Santo Domingo y a Nueva York.
Las cartas de Martí a María Mantilla son ocho; breves o extensas, y sus fechas van de mayo veintiocho de 1894 hasta abril nueve de 1895. Martí las escribió en Georgia, México, Santiago de los Caballeros y Cabo Haitiano. Hay una sin indicación de lugar.
María tenía catorce y quince años cuando las recibió. Posteriores en días son las cinco cartas que Martí envió a Carmita Miyares viuda de Mantilla en viaje hacia Cuba en armas y en la manigua; y de la misma etapa las cinco que redactó para Carmita, la hermana mayor de María. Aunque muy afectuosas, estas diez cartas no tienen la intensidad, la dedicación y la exclusividad que mostró a María.
Martí encabezó las cartas a María llamándola: "María mía", "Maricusa mía", "mi niña querida". En ellas, juntó lo ético a lo estético con un paternal anhelo formativo, poniendo la ternura como elemento afectivo dominante. Le enseñó la armonía, el amor, el respeto humano, la devoción por el trabajo que da dignidad y libertad. Por eso le aconsejó fundar una escuela junto con su hermana Carmita.
Le sugirió que la actividad con dignidad era el único camino hacia la libertad. Cito: «para no tener que vender la libertad de su corazón y su hermosura por la mesa y por el vestido. Eso es lo que las mujeres esclavas -esclavas por su ignorancia y su incapacidad de valerse- llaman en el mundo 'amor’». Y entró a definir este sentimiento como «delicadeza, esperanza fina, merecimiento y respeto».
La riqueza espiritual que Martí le transmitió a María, contrastaba con la involuntaria pobreza material en la dádiva. Cito: «Yo todo lo que veo quisiera llevárselo, y no puedo nada». Y si le prometía algo, era sólo de valor espiritual, como un puñado de partituras musicales. Martí le enseñó a María a desechar el racismo. Dijo: «He estado enfermo y me atendió muy bien la cubana Paulina, que es negra de color y muy señora en su alma...» Martí creó para María aforismos: «Enseñar es crecer».
Él no intentó sacar a María de los moldes a que debía ajustarse una dama de su época. Quería que ella fuera pudorosa, a la manera de las mujeres mexicanas. (Cito:) «...que hablan con sus amigos con toda la libertad necesaria, pero a distancia, como debe estar el gusano de la flor». Martí esperaba que María fuera esposa y madre; que fuera moral, culta, inteligente, libre.
No le dijo que asistiera a la universidad, ni la instó a convertirse en erudita. Le reveló su preocupación por el hombre de quien ella se enamorara un día, con temor de que la deslumbrara una falsa apariencia humana. Le dijo: «Estás lejos, entusiasmada con los héroes de colorín del teatro, y olvidada de nosotros, los héroes verdaderos de la vida". Y aquí como otras veces Martí reveló su autoestima».
El nunca se acercó a María como padre autoritario, sino comprensivo, aunque seguro de sus principios. La exhortó a practicar la caridad; a cuidar y a amar a los suyos, en especial a su madre; a ser estoica: «No tengas nunca miedo de sufrir».
Le transmitió una actitud vital. Cito: «Y la receta que yo tengo para todo, que es saber más que los demás, vivir humildemente y tener la compasión y la paciencia que los demás no tienen». Le enseñó a compensar la mediocridad del medio con la superioridad interior. Cito: «Para la gente común, su poco de música común, porque es un pecado en este mundo tener la cabeza un poco más alta que los demás».
Con la ternura suprema que preside estas cartas, tejió Martí metáforas preciosas, de gran plasticidad, como: «Tu alma es tu seda», y «Yo ando sembrándote por dondequiera que voy, para que te sea amiga la vida».
La despedida a María fue trágica y lírica ante la certidumbre de la muerte de la que no le mencionó la esperanza del «más allá». Quería ser para ella, aun después de muerto, una compañía positiva. La cita dice: «Y si no me vuelves a ver...pon un libro, el libro que te pido --sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres. Trabaja. Un beso. Y espérame».
La paternidad espiritual de Martí con respecto a María Mantilla, es incuestionable.
La cuestionada paternidad biológica de Martí ante esta niña, ha sido negada por el Dr. Carlos Ripoll. Cito: «Cuando [Carmita Mantilla] enviudó, y después de varios años de haber abandonado Carmen Zayas Bazán a su esposo, se convirtió en la fiel compañera y amante de Martí».
Esa paternidad biológica fue evadida por Jorge Mañach, biógrafo cubano de Martí. Gonzalo de Quesada y Miranda, a quien dejó Martí encargado de salvaguardar su obra, en su libro Martí, Hombre, dejó a un lado a María. Destacó la «honda afinidad entre el... solitario proscripto y una mujer noble y luchadora, pronta a quedar viuda y desamparada con sus hijos».
Félix Lisazo describió así el encuentro de ellos, al llegar Martí a la casa de huéspedes de los Mantilla: «Sale a recibirlo Carmita... con una sonrisa encantadora».
Blanca Z. de Baralt, por diez años amiga de Martí, relató: «... La última niña, a quien vio Martí nacer ... fue el ser que más amó en el mundo».
Susana Redondo, cubana, Profesora Emérita en Columbia University, en Vida y Obra, afirmó: «La incomprensión hace amarga y difícil su existencia ... sólo llevadera gracias ... a Carmen Mantilla, en cuya casa sigue hospedado. Martí se refugió en ella... y la amó, la consideró su verdadera compañera».
Manuel Pedro González en Epistolario de Martí, nos dejó su impresión sobre María, a quien visitó varias veces. Cito: «Sus recuerdos de Martí se manifestaban… nítidos, y su devoción por él era auténticamente filial… Lo llamaba Martí. Sus rasgos fisonómicos eran idénticos a los del Apóstol, y hasta su gesticulación, cuando se exaltaba, recordaba la que a Martí le atribuyen los que lo conocieron en la intimidad». Ezequiel Martínez Estrada le atribuyó a Martí la paternidad de María.
El escritor peruano José Miguel Oviedo, en su libro «La niña de Nueva York», relató su visita en Los Ángeles, a César Romero, cuya declaración grabó.
Dijo César: «En 1953, [mi madre] fue como invitada especial a La Habana, a participar en la celebración del centenario de José Martí. Entregó [las cartas] a Batista. Las cartas están en los archivos de La Habana». César añadió que en 1935, supo su madre que Martí era su padre por Ubaldina, la esposa de Benjamín Guerra, tesorero de la Junta Revolucionaria Cubana de Nueva York.
Ubaldina, con más de noventa años, visitó a María en Nueva Jersey [y le dijo]: “Yo estaba con Carmita cuando ella recibió la noticia de que Martí había muerto en Cuba. En medio de su dolor y su angustia, ella me lo contó».
César concluyó su relato: «Y mi madre me escribió una carta (todavía la conservo) en la que me decía: 'Por favor, nunca me vuelvas a decir que él era mi padrino, porque tú ves, hijo querido, él fue realmente mi padre. Algún día tendré una larga conversación contigo sobre esto.’»
He hablado acerca de estas opiniones para complementar mi información en torno a las cartas de Martí a María, pero ciento quince años después del nacimiento de ella, no puedo afirmar ni negar que Martí haya sido su padre.
Si algún día se comprobara este hecho por algún documento todavía inédito, yo lo comprendería por la desolación de Martí y porque Carmita se había casado muy joven, por desamparo probablemente, no por amor. Al conocer a nuestro apóstol estaba ella en el exilio y desvalida con sus tres hijos por la mala salud de su esposo.
Dra. Josefina Leyva
http://jose-marti.org/ «Martí en dos dimensiones de su epistolario: Las cartas a María Mantilla y a Manuel Mercado»
Foto: Google, foto circa 1930, María Mantilla con su esposo y su hijo César Romero.
El padre de esta niña fue Manuel Mantilla, cubano inválido y muy enfermo del corazón, cinco años mayor que su esposa. Manuel murió cinco años después de nacida María, cuya madre fue Carmen Miyares, nacida en Santiago de Cuba y cinco años mayor que Martí.
Carmen Miyares era de distinguida familia venezolana con ascendencia italiana. Era robusta, caritativa, incansable, con firmes convicciones y fuerte personalidad. No era culta, pero sí inteligente. A los dieciséis años de edad, Carmita Miyares perdió a sus padres. El santiaguero Mantilla, al casarse con ella, le amparó a los cuatro hermanos (cinco al contarla a ella). Por razones políticas emigraron a Santo Domingo y a Nueva York.
Las cartas de Martí a María Mantilla son ocho; breves o extensas, y sus fechas van de mayo veintiocho de 1894 hasta abril nueve de 1895. Martí las escribió en Georgia, México, Santiago de los Caballeros y Cabo Haitiano. Hay una sin indicación de lugar.
María tenía catorce y quince años cuando las recibió. Posteriores en días son las cinco cartas que Martí envió a Carmita Miyares viuda de Mantilla en viaje hacia Cuba en armas y en la manigua; y de la misma etapa las cinco que redactó para Carmita, la hermana mayor de María. Aunque muy afectuosas, estas diez cartas no tienen la intensidad, la dedicación y la exclusividad que mostró a María.
Martí encabezó las cartas a María llamándola: "María mía", "Maricusa mía", "mi niña querida". En ellas, juntó lo ético a lo estético con un paternal anhelo formativo, poniendo la ternura como elemento afectivo dominante. Le enseñó la armonía, el amor, el respeto humano, la devoción por el trabajo que da dignidad y libertad. Por eso le aconsejó fundar una escuela junto con su hermana Carmita.
Le sugirió que la actividad con dignidad era el único camino hacia la libertad. Cito: «para no tener que vender la libertad de su corazón y su hermosura por la mesa y por el vestido. Eso es lo que las mujeres esclavas -esclavas por su ignorancia y su incapacidad de valerse- llaman en el mundo 'amor’». Y entró a definir este sentimiento como «delicadeza, esperanza fina, merecimiento y respeto».
La riqueza espiritual que Martí le transmitió a María, contrastaba con la involuntaria pobreza material en la dádiva. Cito: «Yo todo lo que veo quisiera llevárselo, y no puedo nada». Y si le prometía algo, era sólo de valor espiritual, como un puñado de partituras musicales. Martí le enseñó a María a desechar el racismo. Dijo: «He estado enfermo y me atendió muy bien la cubana Paulina, que es negra de color y muy señora en su alma...» Martí creó para María aforismos: «Enseñar es crecer».
Él no intentó sacar a María de los moldes a que debía ajustarse una dama de su época. Quería que ella fuera pudorosa, a la manera de las mujeres mexicanas. (Cito:) «...que hablan con sus amigos con toda la libertad necesaria, pero a distancia, como debe estar el gusano de la flor». Martí esperaba que María fuera esposa y madre; que fuera moral, culta, inteligente, libre.
No le dijo que asistiera a la universidad, ni la instó a convertirse en erudita. Le reveló su preocupación por el hombre de quien ella se enamorara un día, con temor de que la deslumbrara una falsa apariencia humana. Le dijo: «Estás lejos, entusiasmada con los héroes de colorín del teatro, y olvidada de nosotros, los héroes verdaderos de la vida". Y aquí como otras veces Martí reveló su autoestima».
El nunca se acercó a María como padre autoritario, sino comprensivo, aunque seguro de sus principios. La exhortó a practicar la caridad; a cuidar y a amar a los suyos, en especial a su madre; a ser estoica: «No tengas nunca miedo de sufrir».
Le transmitió una actitud vital. Cito: «Y la receta que yo tengo para todo, que es saber más que los demás, vivir humildemente y tener la compasión y la paciencia que los demás no tienen». Le enseñó a compensar la mediocridad del medio con la superioridad interior. Cito: «Para la gente común, su poco de música común, porque es un pecado en este mundo tener la cabeza un poco más alta que los demás».
Con la ternura suprema que preside estas cartas, tejió Martí metáforas preciosas, de gran plasticidad, como: «Tu alma es tu seda», y «Yo ando sembrándote por dondequiera que voy, para que te sea amiga la vida».
La despedida a María fue trágica y lírica ante la certidumbre de la muerte de la que no le mencionó la esperanza del «más allá». Quería ser para ella, aun después de muerto, una compañía positiva. La cita dice: «Y si no me vuelves a ver...pon un libro, el libro que te pido --sobre la sepultura. O sobre tu pecho, porque ahí estaré enterrado yo si muero donde no lo sepan los hombres. Trabaja. Un beso. Y espérame».
La paternidad espiritual de Martí con respecto a María Mantilla, es incuestionable.
La cuestionada paternidad biológica de Martí ante esta niña, ha sido negada por el Dr. Carlos Ripoll. Cito: «Cuando [Carmita Mantilla] enviudó, y después de varios años de haber abandonado Carmen Zayas Bazán a su esposo, se convirtió en la fiel compañera y amante de Martí».
Esa paternidad biológica fue evadida por Jorge Mañach, biógrafo cubano de Martí. Gonzalo de Quesada y Miranda, a quien dejó Martí encargado de salvaguardar su obra, en su libro Martí, Hombre, dejó a un lado a María. Destacó la «honda afinidad entre el... solitario proscripto y una mujer noble y luchadora, pronta a quedar viuda y desamparada con sus hijos».
Félix Lisazo describió así el encuentro de ellos, al llegar Martí a la casa de huéspedes de los Mantilla: «Sale a recibirlo Carmita... con una sonrisa encantadora».
Blanca Z. de Baralt, por diez años amiga de Martí, relató: «... La última niña, a quien vio Martí nacer ... fue el ser que más amó en el mundo».
Susana Redondo, cubana, Profesora Emérita en Columbia University, en Vida y Obra, afirmó: «La incomprensión hace amarga y difícil su existencia ... sólo llevadera gracias ... a Carmen Mantilla, en cuya casa sigue hospedado. Martí se refugió en ella... y la amó, la consideró su verdadera compañera».
Manuel Pedro González en Epistolario de Martí, nos dejó su impresión sobre María, a quien visitó varias veces. Cito: «Sus recuerdos de Martí se manifestaban… nítidos, y su devoción por él era auténticamente filial… Lo llamaba Martí. Sus rasgos fisonómicos eran idénticos a los del Apóstol, y hasta su gesticulación, cuando se exaltaba, recordaba la que a Martí le atribuyen los que lo conocieron en la intimidad». Ezequiel Martínez Estrada le atribuyó a Martí la paternidad de María.
El escritor peruano José Miguel Oviedo, en su libro «La niña de Nueva York», relató su visita en Los Ángeles, a César Romero, cuya declaración grabó.
Dijo César: «En 1953, [mi madre] fue como invitada especial a La Habana, a participar en la celebración del centenario de José Martí. Entregó [las cartas] a Batista. Las cartas están en los archivos de La Habana». César añadió que en 1935, supo su madre que Martí era su padre por Ubaldina, la esposa de Benjamín Guerra, tesorero de la Junta Revolucionaria Cubana de Nueva York.
Ubaldina, con más de noventa años, visitó a María en Nueva Jersey [y le dijo]: “Yo estaba con Carmita cuando ella recibió la noticia de que Martí había muerto en Cuba. En medio de su dolor y su angustia, ella me lo contó».
César concluyó su relato: «Y mi madre me escribió una carta (todavía la conservo) en la que me decía: 'Por favor, nunca me vuelvas a decir que él era mi padrino, porque tú ves, hijo querido, él fue realmente mi padre. Algún día tendré una larga conversación contigo sobre esto.’»
He hablado acerca de estas opiniones para complementar mi información en torno a las cartas de Martí a María, pero ciento quince años después del nacimiento de ella, no puedo afirmar ni negar que Martí haya sido su padre.
Si algún día se comprobara este hecho por algún documento todavía inédito, yo lo comprendería por la desolación de Martí y porque Carmita se había casado muy joven, por desamparo probablemente, no por amor. Al conocer a nuestro apóstol estaba ella en el exilio y desvalida con sus tres hijos por la mala salud de su esposo.
Dra. Josefina Leyva
http://jose-marti.org/ «Martí en dos dimensiones de su epistolario: Las cartas a María Mantilla y a Manuel Mercado»
Foto: Google, foto circa 1930, María Mantilla con su esposo y su hijo César Romero.
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Yo sinceramente no dudo de los amores de Martí con Carmen, y que de esos amores naciera María Mantilla. No juzgo a ninguno de los dos porque pienso que era fácil enamorarse de un hombre como Martí, sensible, apasionado y soñador.
ResponderEliminarLo mismo ocurrió con la Niña de Guatemala. Martí regresó a Cuba a casarse con la muchacha con la que estaba comprometido. Al volver a Guatemala, la niña enamorada, se quitó la vida.
Cosas pasan en la vida de las personas y hay que respetarlas. Por eso no me agrada cuando dicen cosas que manchan el nombre del Apóstol.
Muy bueno este escrito.
Martha Pardiño