Origen del Tiempo de Adviento
Para llegar hasta el origen del Adviento tendremos que remontarnos al año 380, o sea el siglo IV de nuestra era, fecha en que se celebró el primer Concilio de Zaragoza. Allí, además de ocuparse de condenar prácticas heréticas, prohibir a las mujeres el celebrar reuniones religiosas y proscribir el ayuno dominical, se habló también de un tiempo preparatorio para la Navidad a partir del 17 de diciembre, es decir, una especie de novenario para la fiesta del nacimiento de Jesús. Durante este tiempo, que incluso se prolongaba hasta la Fiesta de la Epifanía el 6 de enero, los cristianos estaban obligados a asistir diariamente a la iglesia.
En Francia se acostumbraba a ayunar a partir del 11 de diciembre, con lo que el Adviento fue tomando cada vez más el carácter penitencial preparatorio para la Navidad.
Ya en el siglo IV comienza a delinearse una auténtica liturgia del Adviento, enfocado en el sentido teológico de un tiempo de preparación en espera del Señor. Un siglo después, en el V, también se hablará de la Navidad como una preparación para la Pascua, en la que se realiza el misterio de nuestra Salvación a través de la muerte y resurrección de Cristo. Así se va perfilando teológicamente el calendario litúrgico de las celebraciones cristianas.
El Papa Nicolás I en el siglo IX dispuso que el Adviento constara de cuatro semanas en las que se va perfilando la silueta del Redentor. El más célebre de estos domingos es el 3º, llamado "Gaudete" (alégrate) por la primera palabra del Introito que se lee en la Misa, y porque refleja el espíritu de la liturgia en este día, que es de extraordinaria alegría. Ese domingo la Iglesia suspende las manifestaciones de luto, cambia el color morado por el rosa y engalana con flores los altares. Es el punto culminante del camino hacia Belén.
El origen remoto de la corona de Adviento se encuentra en las costumbres paganas del pueblo germánico, que durante el invierno acostumbraba encender luces al Sol para que terminara el frío y llegara pronto el buen tiempo de los cálidos días primaverales.
Pero la idea circular de la corona de Adviento no es tan antigua. Data apenas del siglo XIX, para más precisión, 1839. Se la debemos a un educador y teólogo evangélico: Johann Hinrich Wichern, que sostenía un albergue para niños huérfanos en Hamburgo.
Cada año, al acercarse el mes de diciembre y la ansiada fecha de la Navidad, los niños no cesaban de preguntar continuamente cuántos días faltaban para la gran celebración del nacimiento de Cristo. Wichern preparó una gran rueda de madera y la colocó encima de una mesa con diecinueve pequeñas velas rojas y cuatro velas blancas mucho más grandes. Cada día iba encendiendo una de las velas pequeñas y el domingo encendía una vela de las grandes, blanca. Fue así, contando las velas que aún faltaban por encender, como los niños pudieron descubrir por sí solos los días que faltaban para la Navidad.
Definitivamente se trata de una tradición alemana, ya pensemos en su origen pagano o el sentido más cristiano con que la dotó Wichern. Se considera que no fue hasta 1925 que se vio la primera corona de Adviento de cuatro velas en una iglesia católica en Colonia. A partir de entonces, los católicos de todo el mundo han ido adoptado también esta hermosa costumbre navideña.
De acuerdo a la liturgia de la Iglesia católica, todo en la corona de Adviento tiene su simbolismo. Su forma circular representa la eternidad y su color verde significa la esperanza.
El color morado de las tres velas, nos recuerda que es tiempo de penitencia, de velar, de prepararnos a la venida de Cristo, la histórica de hace dos mil años que nos disponemos a celebrar, y a la escatológica, su venida como Rey y Señor al final de los tiempos. La vela rosada es la que coincide con el tercer domingo, el de la alegría. Muchas veces se coloca una quinta vela en el centro de la corona, blanca, más grande que las otras, y se enciende el día de Navidad.
Últimamente se ha podido apreciar cierta tendencia a sustituir el color morado de las velas por el azul, en un intento de quitar severidad a este tiempo, tan contrastante con el ambiente festivo que se vive por doquier. Esta tendencia no ha tenido mucho éxito entre los católicos en general, que se mantienen fieles a la tradición litúrgica.
En Francia se acostumbraba a ayunar a partir del 11 de diciembre, con lo que el Adviento fue tomando cada vez más el carácter penitencial preparatorio para la Navidad.
Ya en el siglo IV comienza a delinearse una auténtica liturgia del Adviento, enfocado en el sentido teológico de un tiempo de preparación en espera del Señor. Un siglo después, en el V, también se hablará de la Navidad como una preparación para la Pascua, en la que se realiza el misterio de nuestra Salvación a través de la muerte y resurrección de Cristo. Así se va perfilando teológicamente el calendario litúrgico de las celebraciones cristianas.
El Papa Nicolás I en el siglo IX dispuso que el Adviento constara de cuatro semanas en las que se va perfilando la silueta del Redentor. El más célebre de estos domingos es el 3º, llamado "Gaudete" (alégrate) por la primera palabra del Introito que se lee en la Misa, y porque refleja el espíritu de la liturgia en este día, que es de extraordinaria alegría. Ese domingo la Iglesia suspende las manifestaciones de luto, cambia el color morado por el rosa y engalana con flores los altares. Es el punto culminante del camino hacia Belén.
La Corona de Adviento
El origen remoto de la corona de Adviento se encuentra en las costumbres paganas del pueblo germánico, que durante el invierno acostumbraba encender luces al Sol para que terminara el frío y llegara pronto el buen tiempo de los cálidos días primaverales.
Pero la idea circular de la corona de Adviento no es tan antigua. Data apenas del siglo XIX, para más precisión, 1839. Se la debemos a un educador y teólogo evangélico: Johann Hinrich Wichern, que sostenía un albergue para niños huérfanos en Hamburgo.
Cada año, al acercarse el mes de diciembre y la ansiada fecha de la Navidad, los niños no cesaban de preguntar continuamente cuántos días faltaban para la gran celebración del nacimiento de Cristo. Wichern preparó una gran rueda de madera y la colocó encima de una mesa con diecinueve pequeñas velas rojas y cuatro velas blancas mucho más grandes. Cada día iba encendiendo una de las velas pequeñas y el domingo encendía una vela de las grandes, blanca. Fue así, contando las velas que aún faltaban por encender, como los niños pudieron descubrir por sí solos los días que faltaban para la Navidad.
Definitivamente se trata de una tradición alemana, ya pensemos en su origen pagano o el sentido más cristiano con que la dotó Wichern. Se considera que no fue hasta 1925 que se vio la primera corona de Adviento de cuatro velas en una iglesia católica en Colonia. A partir de entonces, los católicos de todo el mundo han ido adoptado también esta hermosa costumbre navideña.
De acuerdo a la liturgia de la Iglesia católica, todo en la corona de Adviento tiene su simbolismo. Su forma circular representa la eternidad y su color verde significa la esperanza.
El color morado de las tres velas, nos recuerda que es tiempo de penitencia, de velar, de prepararnos a la venida de Cristo, la histórica de hace dos mil años que nos disponemos a celebrar, y a la escatológica, su venida como Rey y Señor al final de los tiempos. La vela rosada es la que coincide con el tercer domingo, el de la alegría. Muchas veces se coloca una quinta vela en el centro de la corona, blanca, más grande que las otras, y se enciende el día de Navidad.
Últimamente se ha podido apreciar cierta tendencia a sustituir el color morado de las velas por el azul, en un intento de quitar severidad a este tiempo, tan contrastante con el ambiente festivo que se vive por doquier. Esta tendencia no ha tenido mucho éxito entre los católicos en general, que se mantienen fieles a la tradición litúrgica.
Ana Dolores García
Foto: Google
Foto: Google
_________________________________
No hay comentarios:
Publicar un comentario