14 de septiembre de 2009

SZENTENDRE, HUNGR'IA


Szentendre
(San Andrés)

Ana Dolores García

Hungría, además de tener en Budapest una de las ciudades más hermosas de la Europa Central, no escatima paisajes y alicientes para ofrecer a quienes la visitan.

Siguiendo la ruta del Danubio nos llegamos hasta Szentendre, -que se entiende mejor si decimos San Andrés-, una pequeña ciudad distante de Budapest a una media hora por carretera.

La mayoría de quienes visitamos por primera vez la capital magyar, ignoramos la existencia de un lugar que no puede estar excluido del recorrido que ofrecen las agencias de viajes. Y bien que valió la pena que nos llevaran hasta allá. La llaman la ciudad de las artes y los museos, aunque estos últimos no puedan compararse con los que existen en Budapest.

Originalidad no les falta, como el del mazapán que, aunque repetido en varias ciudades de España, puede ser considerado como de los más importantes del mundo. Y es que San Andrés, además de ofrecernos en otro museo los trabajos de la ceramista más conocida del país, Margarita Kovács, no puede renunciar a sorprendernos y ganar nuestra admiración con la talla de estupendas figuras, no ya en cerámica ni en bronce, sino en apetitoso turrón de almendra.

San Andrés es un pueblo encantador, lleno de rincones adorables y muy fotogénicos. Posee dos pequeñas iglesias, una ortodoxa y otra católica. Entramos en la católica, barroca. Su sacristana, al ver las cámaras fotográfícas, nos presentaba un rústico papel en el que se leía «100». Y no hacían falta palabras para que entendiéramos que había que pagar 100 forines para poder tomar fotos. Nada criticable, porque de algún provecho tendrían que servir las visitas turísticas a la vieja iglesia.

El Danubio, rincones fotogénicos, dos pequeñas iglesias, muchos cafés con terrazas y muchas, muchas, muchas tiendas. Allí encontramos toda clase de típicas cerámicas húngaras, y hasta paprika, hígado de oca (nos dicen que los franceses lo venden luego como propio), y licores como el Unicom, bebida digestiva muy amarga, y vinos como el Bikavér (tinto) o el Tokay, (dulce) complemento indispensable para deleitar el foie gras.

Fue un día encantadoramente sorpresivo. Al final, la inevitable espera por los excursionistas que no lograban desprenderse de las múltiples tiendas e intentaban fisgonearlas todas.

Foto y texto
Ana Dolores García

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