Estampa costumbrista
Los borrachos
Los borrachos
Eladio Secades
Un borracho suele ser un cuerdo que ha querido enloquecer un poco para divertirse. Los locos se divierten a expensas de los cuerdos que tienen que soportarlos. Cuando el amigo borracho nos invita a tomar y pedimos un refresco, acabamos de recibirnos de loqueros. Lo mejor en estos casos es emborracharse también. Para soltar la camisa de fuerza y quitarle las enaguas a la pena que nos daba.
Todo lo que aparentemente el borracho pierde con el licor, lo tenía perdido ya. La vergüenza inclusive. Lo único que el borracho pierde de veras es el equilibrio. Y las ganas de volver a casa. El peor de todos los borrachos es el que nos abraza, nos escupe al hablar de cerca y encima no nos deja ir. El borracho de clinche. El terrible borracho de yo soy tu amigo.
La amistad del borracho es adherente y el desprendimiento doloroso. Como arrancarse una postilla. Junto al borracho que profesa el látigo de la amistad, siempre hay una pobre víctima que acude a tomar la última. Pero el amigo ebrio le recuerda que no se dice la última. Sino la penúltima. Porque la última la toman los que van a morirse. Más que chiste y más que superstición, es un pretexto para seguir bebiendo.
Aquellos que se emborrachan en los bares son pensadores en voz alta. El alcohol les inflama las reservas de la sinceridad. Y de la esplendidez. Y de la valentía. No se puede creer en la sinceridad del borracho, por lo mismo que la dignidad no viene en botellas. Ni se puede creer tampoco en su esplendidez. Porque es frecuente que lo que gasta en bebida, lo quita del diario de la familia. Ni debe tampoco creer en su valor, porque después de quererse fajar con todo el mundo, acaba invitando al policía de la posta. Y diciéndole que no hay problema. Porque él es una persona decente. Y para convencerlo, le dice quien es. En Cuba todos somos alguien. Todos tenemos influencia para cerrar el café donde han querido cobrarnos de más. Por lo menos pensamos mandarle un inspector amigo para que vea los servicios sanitarios. Que es cuando el criollo se pone bravo y dice que ahora van a saber quien es él.
No hay cubano que alguna vez no haya pensado en cerrar un establecimiento. O quitar una multa en un juzgado Correccional. Si no fuera `por los estallidos del carácter, se nos olvidaría que somos personas influyentes. Con un amigo político a quien nunca hemos molestado. Y un pariente que sale con el juez, de pesquería. O que juega dominó con el secretario. El Juez Correccional puede ser un estado de ánimo. Es lo más humano que tiene la ley. Por eso se equivoca. En algunos juzgados los curiosos esperan que empiecen los juicios, para adivinar como ha de ser la sesión. Nada más fiel al cálculo previo que un pitcher bueno y un juez malo. Sólo hay que ver como empiezan.
Existe el borracho de la calle. La bufa ambulante. La que convierte al esposo que vuelve tarde en recuerdo de Chaplin. El traspiés en la acera y el vómito junto al farol. Un borracho vomitando es un forzudo empeñado en jorobar un poste. Hay que mirar al suelo, porque la madrugada da vueltas. Los marcos de las ventanas van pasando por la mente. Como ideas cuadradas. El cielo parece de opereta. La luna es una tajada de monóculo. La niña sentimental que sale del cabaret ve una ventana iluminada en la madrugada y teme que sea un enfermo que sufre. El amigo irónico sospecha que puede ser una escena de amor. A lo peor es un panadero que se está levantando. Yo nunca he visto una madrugada sin un gato. El borra cono puede entrar porque con la punta del llavín no acaba de encontrar el ombligo de la cerradura. Será fantasía imperdonable, pero a veces pensamos que a la madrugada criolla le hace falta el sereno español. Con el farol, los bigotes y los botines en que envolvía los callos. Nadie supo nunca por qué aquellos serenos le cantaban la hora a un vecindario que estaba durmiendo. La madrugada de hoy no tiene encanto. Una madrugada con serenos que se afeitan y muchachas que han salido de los salones de baile y están esperando la guagua.
Del libro
«Las mejores estampas de
Eladio Secades», Edición 1983.
Ilustración: Google
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Un borracho suele ser un cuerdo que ha querido enloquecer un poco para divertirse. Los locos se divierten a expensas de los cuerdos que tienen que soportarlos. Cuando el amigo borracho nos invita a tomar y pedimos un refresco, acabamos de recibirnos de loqueros. Lo mejor en estos casos es emborracharse también. Para soltar la camisa de fuerza y quitarle las enaguas a la pena que nos daba.
Todo lo que aparentemente el borracho pierde con el licor, lo tenía perdido ya. La vergüenza inclusive. Lo único que el borracho pierde de veras es el equilibrio. Y las ganas de volver a casa. El peor de todos los borrachos es el que nos abraza, nos escupe al hablar de cerca y encima no nos deja ir. El borracho de clinche. El terrible borracho de yo soy tu amigo.
La amistad del borracho es adherente y el desprendimiento doloroso. Como arrancarse una postilla. Junto al borracho que profesa el látigo de la amistad, siempre hay una pobre víctima que acude a tomar la última. Pero el amigo ebrio le recuerda que no se dice la última. Sino la penúltima. Porque la última la toman los que van a morirse. Más que chiste y más que superstición, es un pretexto para seguir bebiendo.
Aquellos que se emborrachan en los bares son pensadores en voz alta. El alcohol les inflama las reservas de la sinceridad. Y de la esplendidez. Y de la valentía. No se puede creer en la sinceridad del borracho, por lo mismo que la dignidad no viene en botellas. Ni se puede creer tampoco en su esplendidez. Porque es frecuente que lo que gasta en bebida, lo quita del diario de la familia. Ni debe tampoco creer en su valor, porque después de quererse fajar con todo el mundo, acaba invitando al policía de la posta. Y diciéndole que no hay problema. Porque él es una persona decente. Y para convencerlo, le dice quien es. En Cuba todos somos alguien. Todos tenemos influencia para cerrar el café donde han querido cobrarnos de más. Por lo menos pensamos mandarle un inspector amigo para que vea los servicios sanitarios. Que es cuando el criollo se pone bravo y dice que ahora van a saber quien es él.
No hay cubano que alguna vez no haya pensado en cerrar un establecimiento. O quitar una multa en un juzgado Correccional. Si no fuera `por los estallidos del carácter, se nos olvidaría que somos personas influyentes. Con un amigo político a quien nunca hemos molestado. Y un pariente que sale con el juez, de pesquería. O que juega dominó con el secretario. El Juez Correccional puede ser un estado de ánimo. Es lo más humano que tiene la ley. Por eso se equivoca. En algunos juzgados los curiosos esperan que empiecen los juicios, para adivinar como ha de ser la sesión. Nada más fiel al cálculo previo que un pitcher bueno y un juez malo. Sólo hay que ver como empiezan.
Existe el borracho de la calle. La bufa ambulante. La que convierte al esposo que vuelve tarde en recuerdo de Chaplin. El traspiés en la acera y el vómito junto al farol. Un borracho vomitando es un forzudo empeñado en jorobar un poste. Hay que mirar al suelo, porque la madrugada da vueltas. Los marcos de las ventanas van pasando por la mente. Como ideas cuadradas. El cielo parece de opereta. La luna es una tajada de monóculo. La niña sentimental que sale del cabaret ve una ventana iluminada en la madrugada y teme que sea un enfermo que sufre. El amigo irónico sospecha que puede ser una escena de amor. A lo peor es un panadero que se está levantando. Yo nunca he visto una madrugada sin un gato. El borra cono puede entrar porque con la punta del llavín no acaba de encontrar el ombligo de la cerradura. Será fantasía imperdonable, pero a veces pensamos que a la madrugada criolla le hace falta el sereno español. Con el farol, los bigotes y los botines en que envolvía los callos. Nadie supo nunca por qué aquellos serenos le cantaban la hora a un vecindario que estaba durmiendo. La madrugada de hoy no tiene encanto. Una madrugada con serenos que se afeitan y muchachas que han salido de los salones de baile y están esperando la guagua.
Del libro
«Las mejores estampas de
Eladio Secades», Edición 1983.
Ilustración: Google
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