Frutas cubanas
Oscar Mario González
(Septiembre, 2009). Los renglones más conocidos con presencia habitual en el mercado se reducen a menos de una decena e incluyen a algunos cítricos, la papaya o fruta bomba, el mamey, el mango, el plátano o banano; la guayaba, el coco… Otras variedades aparecen en el mercado libre o privado de manera esporádica y algunas nunca se dejan ver.
Ya nos hemos olvidado del tamarindo con cuya pulpa de color carmelita se prepara un exquisito refresco. Tampoco las variedades de semillas cremosas como la guanábana, la chirimoya, el anón y así como las ricas champolas que con estas frutas se preparan. Sobre todo la guanábana tan refrescante al estómago durante los tormentosos días del verano insular.
¿Adónde fue a parar el níspero que reseca y endulza; el mamey colorado con cuya masa carnosa se prepara el mejor de los batidos y el de Santo Domingo que tanto halaga al paladar cuando está bien maduro. El marañón que aprieta los labios y su simpática semilla parecida a la cabeza del caballito de mar cuyo delicioso sabor, luego de ser tostada, entretiene y satisface siempre que se le libere de la cáscara, porque ésta, da picazón.
La ciruela y la cereza brillan por su ausencia, privándonos de aquellas mermeladas para comer con galleta de sal acompañada de refresco de mamoncillo. Frutas cubanas a cuyo honor el santiaguero Félix Benjamín Caignet dedicó una de las páginas más hermosas del cancionero cubano.
Dos generaciones de cubanos desconocen las maravillas de estas frutas que antes de 1959 se vendían en todos los puestos de viandas y hortalizas y llegaban hasta los repartos periféricos de las ciudades en carretillas acompañadas del pregón del vendedor ambulante. Insólitamente, conocen las manzanas rusas y americanas.
En las zonas rurales muchas de estas delicias frutales criollas crecían silvestres entre arbustos y matorrales, al lado de la guásima y la yagruma. ¿Qué pasó con ellas? ¿Acaso el bloqueo las acabó? De ser así, ¿cuál de los bloqueos? Porque a diferencia de no pocas naciones del mundo donde el suelo cultivable es una porción minoritaria de la extensión total del territorio, Cuba cuenta con el 90% de su suelo apto para la agricultura. Parece como si el creador hubiese querido privilegiar a nuestro pueblo de modo que nunca careciera de frutales.
Las frutas, además del placer que producen y el reconocido beneficio que reportan al organismo humano, constituyen un elemento identificador de la cultura nacional. Ellas embalsaman el aire de un aroma propio, se integran en el arte culinario y resultan fuente de inspiración para artistas de todo tipo. Un pueblo es tal por todo su quehacer y por todos los atributos y elementos que le identifican y entre estos atributos se encuentran las frutas.
El cubano pudo alguna vez haber concebido cualquier infortunio pero lo que nunca pudo imaginar es que el suelo de la Isla, feraz y generoso, le pudiera negar el dulzor de sus entrañas. ¿Qué le pasa a la madre tierra cubana que parece negar los frutos a sus hijos?
Nadie quiere hurgar en la respuesta pero todos saben que la tierra es la misma y que son el mismo sol, la misma lluvia y el mismo viento los que nutren esa tierra. El hombre, sin embargo, siendo el mismo, ha cambiado. Ahora no es aquel que cultivaba su pedazo de tierra con preocupaciones en la cabeza pero con esperanzas de futuro en la mente y en el corazón.
La tierra no ha cambiado pero sí el guajiro que de libre competidor pasó a ser un simple engranaje de la maquinaria totalitarista. Esto es razón suficiente para la ausencia del caimito y la cañandonga, para la escasez del limón y la guayaba.
Oscar Mario González,
Periodista Independiente
osmariogon@yahoo.com
Reproducido de
http://www.primaveradigital.org/
Ilustración: Google
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(Septiembre, 2009). Los renglones más conocidos con presencia habitual en el mercado se reducen a menos de una decena e incluyen a algunos cítricos, la papaya o fruta bomba, el mamey, el mango, el plátano o banano; la guayaba, el coco… Otras variedades aparecen en el mercado libre o privado de manera esporádica y algunas nunca se dejan ver.
Ya nos hemos olvidado del tamarindo con cuya pulpa de color carmelita se prepara un exquisito refresco. Tampoco las variedades de semillas cremosas como la guanábana, la chirimoya, el anón y así como las ricas champolas que con estas frutas se preparan. Sobre todo la guanábana tan refrescante al estómago durante los tormentosos días del verano insular.
¿Adónde fue a parar el níspero que reseca y endulza; el mamey colorado con cuya masa carnosa se prepara el mejor de los batidos y el de Santo Domingo que tanto halaga al paladar cuando está bien maduro. El marañón que aprieta los labios y su simpática semilla parecida a la cabeza del caballito de mar cuyo delicioso sabor, luego de ser tostada, entretiene y satisface siempre que se le libere de la cáscara, porque ésta, da picazón.
La ciruela y la cereza brillan por su ausencia, privándonos de aquellas mermeladas para comer con galleta de sal acompañada de refresco de mamoncillo. Frutas cubanas a cuyo honor el santiaguero Félix Benjamín Caignet dedicó una de las páginas más hermosas del cancionero cubano.
Dos generaciones de cubanos desconocen las maravillas de estas frutas que antes de 1959 se vendían en todos los puestos de viandas y hortalizas y llegaban hasta los repartos periféricos de las ciudades en carretillas acompañadas del pregón del vendedor ambulante. Insólitamente, conocen las manzanas rusas y americanas.
En las zonas rurales muchas de estas delicias frutales criollas crecían silvestres entre arbustos y matorrales, al lado de la guásima y la yagruma. ¿Qué pasó con ellas? ¿Acaso el bloqueo las acabó? De ser así, ¿cuál de los bloqueos? Porque a diferencia de no pocas naciones del mundo donde el suelo cultivable es una porción minoritaria de la extensión total del territorio, Cuba cuenta con el 90% de su suelo apto para la agricultura. Parece como si el creador hubiese querido privilegiar a nuestro pueblo de modo que nunca careciera de frutales.
Las frutas, además del placer que producen y el reconocido beneficio que reportan al organismo humano, constituyen un elemento identificador de la cultura nacional. Ellas embalsaman el aire de un aroma propio, se integran en el arte culinario y resultan fuente de inspiración para artistas de todo tipo. Un pueblo es tal por todo su quehacer y por todos los atributos y elementos que le identifican y entre estos atributos se encuentran las frutas.
El cubano pudo alguna vez haber concebido cualquier infortunio pero lo que nunca pudo imaginar es que el suelo de la Isla, feraz y generoso, le pudiera negar el dulzor de sus entrañas. ¿Qué le pasa a la madre tierra cubana que parece negar los frutos a sus hijos?
Nadie quiere hurgar en la respuesta pero todos saben que la tierra es la misma y que son el mismo sol, la misma lluvia y el mismo viento los que nutren esa tierra. El hombre, sin embargo, siendo el mismo, ha cambiado. Ahora no es aquel que cultivaba su pedazo de tierra con preocupaciones en la cabeza pero con esperanzas de futuro en la mente y en el corazón.
La tierra no ha cambiado pero sí el guajiro que de libre competidor pasó a ser un simple engranaje de la maquinaria totalitarista. Esto es razón suficiente para la ausencia del caimito y la cañandonga, para la escasez del limón y la guayaba.
Oscar Mario González,
Periodista Independiente
osmariogon@yahoo.com
Reproducido de
http://www.primaveradigital.org/
Ilustración: Google
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