28 de enero de 2013

DIEZ PREGUNTAS A JOSÉ MARTÍ


Diez preguntas a José Martí

POR EL REV. MARTÍN N. AÑORGA

Han pasado 160 años desde el nacimiento del Apóstol José Martí, y a pesar del siglo y medio transcurrido, su ideología y su ejemplar vida de patriótico sacrificio siguen siendo reto y camino para los seres humanos que en el mundo amamos la libertad.

Estamos atravesando circunstancias que requieren una voz de orientación, y estimamos que debemos acudir a la de José Martí, el eterno visionario que salta sobre los tiempos para ofrecer la palara oportuna y la respuesta necesitada.

Con respeto y veneración nos hemos atrevido a acercarnos a nuestro Apóstol para hacerle diez preguntas que nos aguijonean la cabeza y nos inquietan el corazón. Lo primero que quise saber fue la posición martiana frente a los que después de más de cincuenta años de destierro se sienten cansados o frustrados. La respuesta del Apóstol me renovó las esperanzas: “El cubano es independiente –dijo-, moderado y altivo. Es dueño de sí mismo y no quiere dueños. Quien pretenda ensillarlo será sacudido”.

Una de mis preocupaciones es la de la fragilidad numérica de líderes en el exilio. Todas las semanas acudo al funeral de algún compatriota, y siento que con él se va algo de mí mismo. Me cuesta trabajo enfrentarme a ese dolor y así se lo confié al Maestro. Sus palabras vibran dentro de mí con ritmo de sinfonía: “El hombre necesita sufrir. Cuando no tiene dolores reales se los crea. Purifican y preparan los dolores. La humanidad no se redime sino por determinada cantidad de sufrimiento y cuando unos la esquivan, es preciso que otros la acumulen, para que así se salven todos”. Mi carga sigue siendo pesada, pero capturado por las palabras del Apóstol le hallo renovado sentido.

Hemos notado una preocupante actitud de derrotismo entre muchos exiliados, los que probablemente azuzados por la edad, han llegado a creer en la invencibilidad del régimen castro-comunista. ¿Habrá medios que todavía nos permitan la victoria?” me atreví a preguntarle al inmortal mentor de nuestras esperanzas. Su respuesta fue firme como una roca: “El déspota cede a quien se le encara, con su única manera de ceder, que es desaparecer: no ceden jamás ante quienes se le humillan”.

En materia religiosa no nos ponemos de acuerdo para ubicar a José Martí. Entre muchas otras opiniones de él recibidas, nos conmovió en especial ésta, cuando le preguntamos acerca del sacrificio de Jesús. “Jesús no murió en Palestina –expuso-, sino que está vivo en cada hombre”. Ante nuestro inquisidor silencio, nos confió estas otras palabras: “Cristo, mirado ayer como el más pequeño de los dioses, es amado hoy como el más grande, acaso de los hombres”. No nos quedan dudas: Martí era un hombre de recia, limpia y superior espiritualidad.

Y tocamos un tema conflictivo. Al principio del exilio cubano nuestras relaciones con los hermanos que quedaron atrás, capturados entre las redes del sistema. Eran escasas, por no decir inexistentes; pero al correr de los años se fueron abriendo puertas de tal manera que hoy día somos los desterrados una poderosa fuente económica para la tiranía castrista y por medio de los viajes a la Isla nos hemos convertido en sus más generosos abastecedores. “¿Cómo mira usted a los cubanos que envían dólares a Cuba?”, le preguntamos al Apóstol. Su respuesta es inquietante: “Al enemigo que se le hace la guerra no se le puede estar sirviendo de proveedor”, y en conato a la avalancha de los viajes, nos dijo que “el hijo suyo que pisa su suelo en son de fiesta la casa de los que se la conculcan, es enemigo de su pueblo”.

Mucha sangre derramada, mucha juventud sacrificada y mucho dolor de mujer nos ha costado nuestro enfrentamiento a la tiranía. ¿Vale la pena tanta sangre aparentemente derramada en vano?”, le preguntamos con tristeza al Maestro. “¡No hay flores más lozanas ni fragantes que las que nacen sobre la tierra de los muertos! De amar las glorias pasadas, se sacan fuerzas para adquirir las glorias nuevas”, sentenció el Apóstol y entendimos que las heroicidades de este medio siglo no han sido en vano, sino sangre que fertiliza y arado de dignidad que abrirá los nuevos caminos.

Probablemente serán las nuevas generaciones las que se echen encima la responsabilidad de labrar el futuro de la patria. Confesamos que ante la incógnita de mañana nos espanta la muerte de hoy. Y le preguntamos al Apóstol: “¿Volverá el cubano a ser feliz?”. Su respuesta fue breve, profunda y retadora: “La felicidad general de un pueblo descansa en la independencia individual de sus habitantes”. Nos ha dejado inquietos el Maestro providente sobre la posibilidad de que en Cuba surjan nuevas generaciones como las que él soñara; pero una de sus reflexiones nos llama la atención a la responsabilidad que nos cabe de buscar la armonía en el mañana que habrá de llegar. “Los hombres parecen estatuas de oro que juegan con fango -indicó Martí- tienen celos unos de otros, y con el ruido que hacen sus querellas no se oyen las voces pacíficas del ejército de sabios”. Queremos adherirnos a esta advertencia del Apóstol para llenarnos el corazón de la gran esperanza: “Hay una cosa más preciada que la vida: la vida honrada. Muera la mía si no ha de serlo”. Para nuestra Cuba, amada y golpeada, queremos un porvenir de seres humanos honrados, que “busquen el alivio del dolor humano”.

A menudo la historia es como un péndulo fatal, que regresa al punto de partida. Se hacen revoluciones, guerras y confrontaciones para escalar la libertad, y tristemente al final los vencedores sacan de la fuerza de vencer el poder de las cadenas. “¡Oh, qué catástrofe si se probara que los hombres, abandonados a la libertad vuelvan voluntariamente a la tiranía!”, se lamentaba filosóficamente el Apóstol en un artículo de “La Nación”. Para Cuba no queremos, jamás, esa deshonrosa alternativa.

Desde muy joven, casi en su adolescencia, Martí fue un héroe amante de la libertad de Cuba. Vivió fuera de la Isla la mayor parte de su vida; pero la Isla no vivió jamás fuera de él. En abril del año 1893, apenas un par de años antes de su entrega heroica en Dos Ríos, Martí escribió estas lapidarias palabras: “Quien tiene patria que la honre, y quien no tenga patria que la conquiste”. Creo que esta afirmación, retadora y actual, ha de ser el lema de los cubanos, tanto dentro de Cuba como de los que andamos esparcidos por el mundo.

La respuesta a la pregunta final al Apóstol sobre la reconquista de la libertad me ha inyectado entusiasmo y agonía –increíble combinación, y la comparto con otros, porque impone compromiso y búsqueda de la dignidad, virtudes que jamás deben quedarnos ausentes: “Quien dice patria segura, que la conquiste. Quien no la conquiste viva a látigo y destierro, oteando como las fieras, echadas de un país a otro, encubriendo con la sonrisa limosnera ante el desdén de los hombres libres, la muerte del alma”.
Reproducido del Diario Las Américas

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