5 de agosto de 2012

REFLEXIONES



No tenemos hambre…

«Os aseguro que no me buscáis porque habéis visto milagros,
sino porque habéis comido pan hasta hartaros.
Procuraos no el alimento que pasa,
sino el que dura para la vida eterna;
el que os da el hijo del hombre,
 a quien Dios Padre acreditó con su sello».
Juan, 6


Todavía olía el ambiente a pan recién hecho por la multiplicación de los panes cuando sucede esta escena del evangelio de hoy, en que aparece otro pan con otro aroma, que no satisface los estómagos vacíos sino los corazones hambrientos.

«Me buscáis porque habéis comido hasta saciaros», es la queja del Señor, que no quiere convertirse en nuestro proveedor del supermercado.  

El Señor sabe que no nos atrae el aroma de Dios, que tenemos atrofiado el olfato para el pan que ha bajado del cielo, mientras nos entusiasma el aroma del pan recién hecho,  como a los judíos.

Nuestra petición no debería ser «Señor, tenemos hambre», sino «Ayúdanos porque es que no tenemos hambre de Ti».

Tenemos el corazón y los sentidos tan llenos de ruidos, de sensualidad, de colores chillones, de ese pasarlo bien, que no tenemos hambre para buscar a Dios.

No te buscamos, Señor, porque no tenemos hambre, y qué terrible es haber perdido el apetito. ¿Es que buscamos al Señor, con la mera curiosidad con que Herodes buscaba ver al Señor?

Todos tenemos experiencia de esta nuestra falta de apetito, una misa o una ceremonia que se alargue un poco más nos aburre mientras una telenovela se nos pasa en un santiamén y no nos perdemos un capítulo.

Nos insultamos de ventanilla a ventanilla yendo en el coche a prisa a no se sabe dónde y nunca tenemos prisa por llegar a misa a tiempo.

Y es que no tenemos hambre. Dios es algo bueno para nosotros, pero superfluo. No es de vida o muerte como el pan para el hambriento.

El señor nos dé hambre de Él, para que no muramos de indigestión de otras cosas.

José María Maruri SJ
Betania.es

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