No tenemos hambre…
«Os aseguro que no me buscáis porque
habéis visto milagros,
sino porque habéis comido pan hasta
hartaros.
Procuraos no el alimento que pasa,
sino el que dura para la vida eterna;
el que os da el hijo del hombre,
a
quien Dios Padre acreditó con su sello».
Juan, 6
Todavía olía el ambiente a pan
recién hecho por la multiplicación de los panes cuando sucede esta escena del
evangelio de hoy, en que aparece otro pan con otro aroma, que no satisface los
estómagos vacíos sino los corazones hambrientos.
«Me buscáis porque habéis
comido hasta saciaros», es la queja del Señor, que no quiere convertirse en
nuestro proveedor del supermercado.
El Señor sabe que no nos atrae
el aroma de Dios, que tenemos atrofiado el olfato para el pan que ha bajado del
cielo, mientras nos entusiasma el aroma del pan recién hecho, como a los judíos.
Nuestra petición no debería ser
«Señor, tenemos hambre», sino «Ayúdanos porque es que no tenemos hambre de Ti».
Tenemos el corazón y los
sentidos tan llenos de ruidos, de sensualidad, de colores chillones, de ese
pasarlo bien, que no tenemos hambre para buscar a Dios.
No te buscamos, Señor, porque no
tenemos hambre, y qué terrible es haber perdido el apetito. ¿Es que buscamos al
Señor, con la mera curiosidad con que Herodes buscaba ver al Señor?
Todos tenemos experiencia de
esta nuestra falta de apetito, una misa o una ceremonia que se alargue un poco
más nos aburre mientras una telenovela se nos pasa en un santiamén y no nos
perdemos un capítulo.
Nos insultamos de ventanilla a
ventanilla yendo en el coche a prisa a no se sabe dónde y nunca tenemos prisa
por llegar a misa a tiempo.
Y es que no tenemos hambre.
Dios es algo bueno para nosotros, pero superfluo. No es de vida o muerte como
el pan para el hambriento.
El señor nos dé hambre de Él,
para que no muramos de indigestión de otras cosas.
José María Maruri SJ
Betania.es
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