LA NUEVA GRAN ESTAFA
Nelson Carbonell Cortina
El régimen
anquilosado y quebrado de los hermanos Castro está herido de muerte. No tiene cura ni salvación. Pero eso no quiere decir que su defunción sea
inminente. El régimen podría prolongar
su permanencia en el poder si no se contrarresta su maniobra de supervivencia,
su nueva gran estafa.
La estratagema
va más allá del hostigamiento, apaleo y arbitraria detención de los que
valientemente se oponen a la tiranía y reclaman sus derechos inalienables. Va
más allá de los atentados contra los adalides de la resistencia. El ardid incluye
otros métodos más sutiles e insidiosos para alcanzar tres objetivos
fundamentales:
Primero,
lograr que Estados Unidos levante o suavice más el embargo a fin de que fluya a
la isla una mayor cantidad de divisas turísticas y créditos bancarios que alivie
la asfixia financiera del régimen.
Segundo,
persuadir a la alta jerarquía de la Iglesia Católica en Cuba a que colabore con
la tiranía en aras de una falsa reconciliación bajo el sistema totalitario
imperante.
Tercero,
infiltrar y dividir al exilio y frenar el apoyo a la resistencia cívica con
promesas engañosas de reformas sustanciales y trato preferente para los
exiliados acomodadizos y respetuosos.
El politburó
cubano parece tomar como modelo el viraje táctico y fraudulento de Lenin con su
llamada “Nueva Política Económica” (NEP). A principios de 1921, la Unión
Soviética se encontraba al borde del colapso. Las industrias habían sido
arruinadas por la guerra civil, y la agricultura no lograba recuperarse. El
pueblo ruso, atormentado por el hambre, la miseria y la cruel opresión, estaba
a punto de rebelarse.
Es entonces
que Lenin decide emprender una apertura económica parcial, sin perder el
control de las grandes empresas estatales. Bajo esa apertura, los campesinos
pudieron vender parte de su producción en el mercado libre; se racionalizó el
sistema monetario, y en las áreas urbanas se les otorgó licencias a pequeños
negocios privados y a operaciones comerciales de poca monta.
Asimismo,
Lenin creó un clima de aparente tolerancia. Permitió que escritores e
intelectuales ventilaran sus inquietudes, siempre que no atentasen contra la
estabilidad del régimen comunista. Prohijó movimientos de “oposición”, tales
como la Alianza Monárquica de Rusia Central, debidamente monitoreados y
controlados por los servicios soviéticos de seguridad. Relajó las restricciones
para viajar al extranjero. Y para montar todo este tinglado, se valió no sólo
de agentes infiltrados, sino también de ilusos y aprovechados del mundo
académico y empresarial.
Creyendo que
las reformas de Lenin eran irreversibles y que iban a dar al traste con el
comunismo, o al menos humanizarlo, las potencias occidentales comenzaron a
extenderle reconocimiento diplomático y ayuda económica a la Unión Soviética.
Gracias al Tratado de Rapallo con Alemania en 1922, Moscú logró modernizar sus
fábricas de tanques y aviones de guerra. Y con la ayuda humanitaria de los
Estados Unidos a través del American Relief Administration, Rusia pudo mitigar
la escasez de alimentos ocasionada por las desastrosas cosechas de 1921 y 1922.
Unos pocos
años después, tras superar la grave crisis interna, Stalin le puso fin al
viraje táctico de Lenin, apretó las tuercas yuguladoras, y consumó la brutal
colectivización del país. Bien pudo haber dicho entonces el artífice del Gulag
soviético: “La commedia e finita”.
Veamos cómo el
NEP de Lenin se repite en Cuba, con algunas variantes criollas. A principios de
la década de los 90, se produjo la desintegración de la Unión Soviética y el
cese de su ayuda masiva a Cuba. La isla perdió de golpe el 35% del producto interior
bruto, y los hermanos Castro se vieron compelidos a iniciar el llamado “Período
Especial en Tiempos de Paz”.
A fin de
palear la aguda crisis económica, el régimen autorizó empresas mixtas con
capital extranjero; distribuyó parcelas de tierra para la producción agrícola
en cooperativas y minúsculas unidades privadas, y concedió licencias para
operar pequeños negocios familiares por cuenta propia. Pero el régimen fue más
lejos para mantenerse a flote: dolarizó la economía por varios años, dándole
curso legal a la moneda del imperio detestado.
De nuevo los
ingenuos pensaron que esas reformas eran irreversibles y darían pie a una transición al capitalismo
y eventualmente a la democracia. Pero los hermanos Castro tenían otros planes.
Temerosos de que los cuentapropistas minaran el régimen totalitario, los fueron
estrangulando con trabas burocráticas e impuestos excesivos. Y al comenzar a
recibir un torrente de petrodólares venezolanos, cortesía de Hugo Chávez, revirtieron
las reformas e iniciaron una ola de represión que culminó en “la primavera
negra” -- nombre que se le dio al arresto e infernal cautiverio de 75
abanderados de la libertad.
Actualmente,
el régimen afronta otra gravísima crisis financiera que lo está forzando a
recortar subsidios incosteables y empleos improductivos; a distribuir parcelas
de tierra en usufructo; a reactivar a los cuentapropistas, y a hacerle frente a
una oposición creciente con persecuciones implacables y detenciones constantes.
Ante esta
situación potencialmente explosiva, agravada por la posible pérdida de todo o
parte de la ayuda gigantesca de Chávez si el cáncer lo liquida o pierde las
elecciones, los hermanos Castro han iniciado una ofensiva de seducción y engaño
en tres frentes: los Estados Unidos, la Iglesia Católica, y el exilio.
Los Estados Unidos
Para
adormecer a Washington haciéndole creer
que, con el fin de la Guerra Fría, Cuba no constituía ninguna amenaza o
peligro, el régimen de Castro contó con dos espías convictos y confesos que
ejercieron gran influencia en altas esferas gubernamentales: Ana Belén Montes
en el Pentágono y Walter Kendall Myers (junto con su esposa) en el Departamento
de Estado.
Además
de pasarles secretos de estado a los hermanos Castro, estos espías minimizaron
en sus informes de inteligencia las implicaciones de la metástasis
castro-comunista en Venezuela, propagada
por más de 50,000 agentes cubanos; el refugio en Cuba de terroristas y
fugitivos de la ley; los nexos del régimen con el narcotráfico; la tecnología
para producir en la isla armas químicas y biológicas de contaminación masiva, y
las alianzas con Irán , Siria y otros países y grupos enemigos de Occidente.
Confiando
en el “pragmatismo” de Raúl Castro, la administración del Presidente Obama le
hizo varias concesiones para mejorar las relaciones y estimular las reformas
económicas en marcha; reformas superficiales y revocables, sujetas a
regulaciones e impuestos gravosos que obstaculizan el desarrollo del sector
privado. Washington no parece darse cuenta de que la supuesta apertura de Raúl no
es más que una nueva versión del viraje táctico de Lenin.
Para
reducir las tensiones y propiciar un acercamiento con el régimen de Castro, el
actual gobierno norteamericano recortó drásticamente los fondos de programas
destinados a estimular la sociedad civil en Cuba y ayudar a los familiares de
presos políticos. Y al levantar las restricciones de viajes y remesas de
cubanoamericanos a la isla, hizo posible que el régimen aliviara su ahogo
financiero con un chorro de divisas que fluctúa entre mil y dos mil millones de
dólares.
Asimismo,
Washington restableció el intercambio cultural de pueblo-a-pueblo, esperando
que el régimen permitiera un mayor flujo de ideas no filtradas o censuradas. Esperanza
vana. Mientras los agentes comunistas cubanos que viajan a Estados Unidos,
incluyendo la hija de Raúl Castro, tienen libre acceso a los medios de difusión
para martillar sus consignas y mentiras, los norteamericanos que visitan la isla en
excursiones “culturales” no pueden expresar en público opiniones que discrepen de los dogmas revolucionarios. Sólo les es dado participar en los programas
que el régimen ha diseñado para apantallarlos, seducirlos y lavarles el cerebro.
El gobierno norteamericano no acaba de
comprender que sus incentivos sólo endurecen la postura recalcitrante de los
jerarcas del régimen. Habiendo
encarcelado al subcontratista de USAID, Alan Gross, por haber distribuido en la
isla equipos de comunicación, lo retienen como rehén mientras aguardan más
concesiones de Washington. Para cubrir el expediente, dicen que están
dispuestos a discutir con los Estados Unidos todos los puntos que entrañen
controversia, pero su modo de negociación sigue el patrón que aprendieron de
los rusos: lo mío es mío, y lo tuyo es negociable.
La
solución no radica, pues, en apaciguar a la tiranía, sino en ofrecerle a la
oposición en Cuba la misma ayuda que Washington certeramente le otorgó al
movimiento de Solidaridad en Polonia.
La Iglesia Católica
Raúl
Castro le ha conferido a la alta jerarquía eclesiástica en Cuba la distinción
de ser su único interlocutor no gubernamental en la isla. Pero ese privilegio
tiene un precio deleznable: excluir del diálogo a los líderes de la resistencia
cívica; guardar silencio ante las agresiones del régimen a los pacíficos
opositores, y abogar en Washington por el levantamiento del embargo.
La
política miope y blanda de la Iglesia con la tiranía, trazada principalmente
por el actual Secretario de Estado del Vaticano, siguiendo las recomendaciones
del Nuncio Apostólico en La Habana y del primado de la Iglesia en Cuba, tiene
como objetivo ganar espacios, hasta ahora minúsculos, para llevar a cabo su
labor pastoral.
Este
acomodamiento, que recuerda el infausto colaboracionismo preconizado a mediados
de los 60 por el Encargado de Negocios de la Nunciatura Apostólica en Cuba,
Monseñor Cesare Zacchi, arroja un saldo negativo. Aun la celebrada
excarcelación de los presos políticos de la Primavera Negra, negociada por la
Iglesia, ha tenido para casi todos ellos un desenlace amargo: la deportación a
España en condiciones deplorables y sin posibilidades de regreso.
Muchos
feligreses (incluyéndome a mí) lamentamos que, como resultado del entendimiento
entre la Iglesia y el régimen de Castro, el Papa Benedicto XVI en su viaje a
Cuba no haya tenido tiempo para reunirse con las Damas de Blanco y otros
disidentes, pero sí para abrirle los brazos al tirano mayor – el excomulgado
Fidel Castro -- sin que éste haya
mostrado el más mínimo arrepentimiento.
Vino
también a nublar la visita papal la previa expulsión violenta de algunos disidentes
acampados en una parroquia de La Habana; expulsión solicitada por el Cardenal
Ortega, quien después denigró a esos pobres cristianos en la conferencia que dictó
en la Universidad de Harvard.
Pero
acaso el mayor daño que el episcopado, con honrosas excepciones, le está
haciendo a la causa de la libertad de Cuba es su prédica a favor de la
reconciliación bajo el actual régimen totalitario, que, lejos de detener la
represión, la ha intensificado. La reconciliación es uno de los pilares de la
piadosa doctrina cristiana, pero si no se apega a la verdad, la justicia y la
libertad, sólo sirve para apañar la tiranía y alelar a sus opositores.
El
canto de sirenas de la reconciliación nos trae a la mente la consigna de la
“coexistencia pacífica” que lanzaron los soviéticos, como cortina de humo, en
plena Guerra Fría. El objetivo de Moscú no fue otro que desarmar física y moralmente
a Occidente mientras consolidaba y expandía por el mundo sus áreas de dominio e
influencia. A ello se opuso Su Santidad Juan Pablo II, quien galvanizó a
Polonia y otros pueblos cautivos apocados por el conformismo, y los instó a
erguirse, sin odio y sin miedo, en pos de la libertad.
Justo
es reconocer que la errada política seguida actualmente por la alta jerarquía eclesiástica
para congraciarse con la tiranía no eclipsa ni empaña la postura vertical,
aunque discreta, de varios obispos; los aldabonazos valientes de algunos
sacerdotes, y la admirable labor humanitaria que calladamente llevan a cabo
clérigos y seglares a lo largo de la isla.
El Exilio
El
régimen de Castro le teme al exilio militante, porque a pesar de haberse
debilitado por el divisionismo, la fatiga y las pérdidas irreparables, sigue
siendo faro de orientación, tribuna de denuncia y rebeldía, y punto de apoyo
para proseguir la lucha. Por eso los hermanos Castro tratan de difamarlo y
neutralizarlo.
Su
ofensiva contra el exilio no les impide procurar que un número creciente de expatriados
subvencione indirectamente al régimen quebrado. ¿Cómo? Pues costeando gran
parte de las necesidades de familiares en la isla que antes dependían del
estado, y aportando fondos para que abran pequeños negocios, que la tiranía
tolera por el momento para ordeñarlos.
Irónicamente,
la transfusión financiera proviene de lo que los hermanos Castro llaman
despectivamente la “mafia” de Miami. Eso no les importa, porque su objetivo es
exprimir las remesas de divisas y envíos
de mercancías a Cuba con altos impuestos, aranceles y tarifas establecidas para
el cambio de moneda. Asimismo, se aprovechan de los viajes de los emigrados (ya
no exiliados) a la isla; viajes que un principio fueron humanitarios, y que
ahora incluyen visitas nostálgicas y periplos turísticos que degeneran en
pachanga.
Por
otra parte, el régimen corteja a un grupo de empresarios interesados en husmear
oportunidades para enriquecerse en la isla sojuzgada. Pero no a todos los mueve
el frío afán de lucro. Algunos proceden de buena fe, creyendo que la tragedia
cubana no tiene más salida que negociar una presunta transición con los que
aprisionan a Cuba, tomando como base las magras y revocables reformas sin libertad
dispensadas a la fecha. Olvidan que están lidiando con un dúo malvado, que si
en algo se ha distinguido en su larga y sombría trayectoria, ha sido en la
perfidia y el engaño.
¿Qué hacer para que aborte esta nueva gran estafa incubada por el régimen alevoso, que pretende engatusar a los Estados Unidos para que lo salve de la insolvencia sin ofrecer nada sustancial a cambio? Estafa que trata de manipular a la Iglesia para que silencie los atropellos y aplaque la resistencia. Estafa que procura neutralizar al exilio, sembrando el derrotismo y extrayendo de su seno divisas, colaboradores ingenuos o taimados, y agentes de influencia.
Pues
lo que se requiere, en primer término, es denunciar la coartada. Con sólo
alertar las conciencias se gana parte de la batalla.
Pero
lo más importante es avivar la fe y aunar voluntades, porque la satrapía de los
Castro está más corrompida y resquebrajada que nunca. Precisa no darle el
oxígeno financiero que necesitan para recuperarse y perpetuarse en el poder.
Los que merecen y requieren ayuda de todo tipo -- desde capital de trabajo
hasta material de propaganda e instrumentos de comunicación -– son los que en
la isla se baten a diario, sin más armas que la dignidad, contra la vil
tiranía.
Estos
valientes cubanos y cubanas representan la avanzada democrática de un
movimiento, que, aunque fragmentado, está cobrando fuerzas y habrá de contar
con amplio apoyo popular.
Hoy, conmovidos
por la reciente pérdida de héroes de la resistencia, como Orlando Zapata
Tamayo, Laura Pollán, Wilmar Villar, Oswaldo Payá y Harold Cepero, no podemos
caer en la desesperanza pensando que, con su muerte, los verdugos de Cuba han
matado la libertad. ¡No, mil veces no! Como decía Martí, «La libertad no muere jamás
de las heridas que recibe. El puñal que la hiere lleva a sus venas nueva sangre».
Remitido por Carlos Cabezas
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