Ha fallecido Chavela Vargas
Por Segi Doria
Decir México es decir Muerte, y de la Muerte Chavela Vargas sabía
un rato: agarrarse a la Parca como el borracho que amortigua una caída que
no provoca el tequila, sino el dolor ardoroso de amores imposibles. Nacida un
17 de abril de 1919 en la población costarricense de San Joaquín de las Flores,
Isabel Vargas Lizcano alimentó el coraje desde niña. Hija de padres
divorciados, pasó a depender de sus tíos y cargó toneladas de fruta con sólo
siete años. La intemperie infantil se agravó con una afección ocular de la que
la salvó un chamán: de ese misticismo selvático, el medallón que Chavela
conservó sobre su pecho en el hospital de Cuernavaca donde aguardaba la hora
redonda.
Si Costa Rica fue madrastra esquiva, México se lo dio todo. Llegó con
diecisiete años y aprendió a vivir y a morir. Canciones en las cantinas para no
morirse de hambre, pistolón en el cinto para hacerse respetar y el cancionero
de Jorge Negrete, Pedro Infante, Agustín Lara, Cuco Sánchez y José
Alfredo Jiménez. Con este último, “el compositor de México”, Chavela
alcanzó la tesitura desgarrada del cantar. Jiménez, señaló Carlos Monsiváis,
“es el desafío de la derrota y la autodestrucción asumida como la única hazaña
al alcance de los marginados”. Boleros y rancheras trazan el mapa sentimental
de muchas generaciones. La juventud de los noventa quedó boquiabierta al escuchar
en los labios de Luz Casal aquella letra de Agustín Lara: “Si
tienes un hondo penar piensa en mí…” Frases maceradas en tequila ardiente,
silogismos de amargura. La voz de Chavela rasgaba biografías. Podría haber
inspirado “Bajo el volcán” de Lowry en clave de bolero.
Su padre le dio un consejo: “¿Quieres cantar? ¡Aguanta!”. Las
“disqueras” le estafaban. Hasta pasada la treintena no fue conocida por el
público en los programas de la Lotería Nacional. A aquella mujer de impulsos
masculinos no le iban los vestiditos. Prefería sentarse en el suelo: poncho,
guitarra, cigarro y copa a mano. Chavela fue grande porque metabolizaba sus
canciones. Nada de pose; pura y puta vida. “Todos me dicen el negro, Llorona…
Yo soy como el chile verde, Llorona, picante pero sabroso”.
Chavela “la pasaba bien” con José Alfredo Jiménez: él le pedía
que cantara a las mujeres que pretendía, esas mujeres que a ella también le
gustaban. En palabras de su biógrafa, la periodista María Cortina, Chavela era
la “paloma negra de los excesos”. Coches de segunda mano en el arcén, juergas
encadenadas en casa de su amiga Lola Olmedo. Convivió con Diego
Rivera y Frida Kahlo: aseguraba que ella le amaba y a Chavela le encantaba
el bigote y las cejas pobladas de la musa atenazada por ortopedias.
El alcohol
la empujaba al abismo y a ella le iba la marcha: “Si yo fui borracha es porqué
me dio la gana”, reiteraba. En 1957, en la boda de Liz Taylor con Michael
Todd en Acapulco, la juerga etílica fue tal que Chavela amaneció con Ava
Gardner, otra ilustre bebedora.
Admitió su alcoholismo
Hasta que un día de hace veinticinco años dejó de “tomar”. Un camión
repleto de tequila y pulque se apostó frente a su casa, pero ella no se unió a
la tropa beoda. Emprendió una gira por su querida España y en el sevillano
teatro de la Maestranza se percató de cómo llenaba el escenario. Al abrir sus
brazos Chavela devenía árbol frondoso de la experiencia vivida. “La Nave del
Olvido”, “Amanecí en tus brazos”, “Que te vaya bonito”, la sensual “Macorina”,
recuerdo de un amor cubano de 1959: “Ponme la mano aquí Macorina/ Ponme la mano
aquí…” El público aplaudía entre lágrimas. Del árbol frondoso caían recuerdos
como hojas otoñales… En 2000 recibió la medalla de Isabel la Católica.
Sabina y Almodóvar la mimaban en la bohemia dorada de la movida. Volvió a
México como la diosa a la que dolía cada palabra: “No me quieras matar
corazón…”
Chavela cumplió noventa años en una silla de ruedas, tras fracturarse
los huesos en una aparatosa caída. Lamentaba que en México ya no hubieran
compositores como antaño; volvía a cantar “La Llorona”, aviso para navegantes
del corazón: “El que no sabe de amores, Llorona, no sabe lo que es martirio…”
El pasado julio vino a Madrid para recitar a Lorca, se encontró mal y hubo de
retornar a México: “Yo sé que la señora Muerte ya está cerca”, le confesó a María
Cortina, recopiladora de ”Las verdades de Chavela”.
En los últimos días,
sus seguidores la rondaban en el hospital de Cuernavaca. Y ella quería morir en
casa de Tepoztlán para platicar con el cerro de las Joyas. EL “hondo penar” de
Chavela Vargas se explica en cada canción: “No sé que tienen las flores,
Llorona, las flores de un camposanto… Que cuando las mueve el viento, Llorona,
parece que están llorando”.
Fuente: ABC, Madrid
No hay comentarios:
Publicar un comentario