A los 18 años
del Maleconazo,
escapar sigue siendo la solución
escapar sigue siendo la solución
Pablo Pascual Méndez Piña
LA HABANA, Cuba, agosto, www.cubanet.org -De todas las reformas
anunciadas por Raúl Castro la migratoria es la que más expectativa ha causado.
A nadie le importan los resultados del nuevo modelo económico, sus
lineamientos políticos y las prohibiciones levantadas. Muchos aseguran que tales
engendros están condenados al fracaso –como clásicamente ha sucedido–; con el
tiempo continuará el empeoramiento de los niveles de vida y los cubanos mirarán
la mar, como la única forma de salvarse de su miseria.
En 1994 tras la caída del muro
de Berlín, la desintegración de la URSS y el súbito deterioro de la economía,
las tensiones estallaron y se produjo la revuelta espontánea conocida como el
Maleconazo, debido a que ocurrió en el Malecón de La Habana. La lluvia de
piedras lanzada por el pueblo ahuyentó a los esbirros del contingente Blas
Roca, la respuesta rápida y la seguridad del estado. Carros policiacos
fueron virados panza arriba, los helicópteros patrullaban la zona, la multitud
embravecida rompió vidrieras y saqueó tiendas y mercados.
El regimen –ya desmoralizado–
acarreó bidones de alcohol para emborrachar a sus secuaces y los incitó para
que, sedientos de sangre, salieran a provocar a los habaneros. Aquellos
bárbaros gritaban consignas de apoyo a la dictadura y enarbolaban banderas.
La sublevación tenía matices
peligrosos y, como válvula de escape, los Castro recurrieron de nuevo a la
emigración masiva, levantando la prohibición a las salidas ilegales. A solo
catorce años del éxodo másivo del Mariel, que permitió escapar a 125 mil
cubanos en cinco meses, la dictadura necesitaba nuevamente una via para aliviar
el descontento, y permitir que huyeran algunas víctimas fue de nuevo la
solución. Las calles se llenaron de camiones cargados con balsas y multitudes
invadieron las principales vías de la capital para escoltar amigos y familiares
hacia las costas.
Fue tan grotesco el espectáculo
que, Carlos Betancourt un militante del partido de 75 años
–recordó– haber comentado al secretario general de su núcleo partidista: “Yo
soy revolucionario, pero esto es un desprestigio”.
El presidente Clinton respondió
a la estrategia del dictador, ordenándole a su guardia costera que transfiriera
a los balseros a la Base Naval de Guantánamo. Desde allí –según expresó–
serían reubicados en terceros países. Una vez más Estados Unidos se
convertía en la válvula aliviadora del régimen y hacia sus fronteras escaparían
más de 33 000 cubanos descontentos.
Dieciocho años después, La
Habana sigue siendo una ciudad oscura, sucia, apestosa, colmada de derrumbes,
salideros, aguas albañales, baches; y poblada por un considerable número
de ciudadanos irritables, prosaicos, consumistas, corruptos y desesperanzados.
“A nadie le importa ya que Cuba cambie, ni que vuelva el capitalismo”
–dice Landy Torres, un joven de 28 años– “la gente lo que quiere es irse
p´al carajo”.
Muchos miran con optimismo las
reformas migratorias anunciadas por el régimen, porque en las mentes de los
cubanos la solución sigue siendo la expatriación. “Cuando apliquen la
reforma migratoria” –dice Rodolfo Cárdenas, un cuentapropista de 45 años–
“la gente dejará de cuestionar la dictadura que nos ha precisado a comernos
este cable”.
Al recordar el 5 de agosto de
1994, las opiniones están encontradas, algunos de los que vivieron aquellos
momentos coinciden en que el levantamiento sólo quería provocar un éxodo
masivo como el de 1980, y no derrocar al régimen. En realidad, no creo
que hubiera objetivo alguno. El levantamiento popular del Malecón fue
totalmente espontáneo, no planeado, sin líderes, ni objetivo predeterminado.
Fue solo la expresión de la frustración del pueblo desesperado que ya no
aguantaba más abusos y miseria. Fue el gobierno el que decidió canalizar esa
peligrosa frustración permitiendo la huida de los más desesperados.
Algunos opinan que el
presidente Clinton es el culpable de la supervivencia del castrismo, por su
“mano floja” y por dejarse engatusar por el sentimentalismo y las presiones de
la comunidad cubana en el exterior. José Antonio Pérez, un desocupado de 54
años, dice: “Los americanos no debieron haber permitido el éxodo, debieron
responder con firmeza para que se generalizaran las revueltas por todo el
país”.
Ricardo López, un médico
de 58 años, me dice: “Si la dictadura no tuviera siempre una válvula de escape,
si el destino de Cuba no estuviera tan supeditado a decisiones foráneas,
quizás hoy La Habana estuviera poblada de rascacielos, con transporte
público, lumínicos por dondequiera, tiendas, victrolas, personas bien
vestidas, automóviles, bulevares, escuelas, hospitales, tendríamos derecho a
viajar libremente y acceso a canales satelitales, y a la internet, a la
prensa mundial, hubiéramos votado para elegir democráticament a varios
presidentes, y yo celebraría el 5 de agosto, “el Día del Maleconazo”, tomándome
un verdadero Cuba libre, con Bacardi y Coca Cola, sin que el nombre del trago
resultara una ironía”.
Fuente: cubanet.org
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