Otro 20 de Mayo para Cuba
Por Jorge Ferrer
Ciento diez años desde el 20 de mayo de 1902.
¡Tremenda fiesta! ¡Viva Cuba libre!
¿Cuántas veces hemos sido felices desde entonces,
sin embargo? Felices en tanto nación, quiero decir, que los individuos podemos
ser felices, o no serlo, siempre.
Bueno, lo fuimos aquel día de la inauguración
republicana. Por ahí andan las crónicas. ¡Qué dichosos los cubanitos aquel día!
Todos dudaban de la posibilidad de enrumbar el país
sin los americanos, pero gozaban de lo lindo. «Cuba será la Suiza de América»,
dicen que dijo Estrada Palma. «Pero ¿dónde están los suizos?», le preguntaron.
Y pasaba la conga.
Fuimos felices más tarde cuando la Danza de los
Millones. Bueno, lo fueron unos cuantos. Duró poco y acabó a tiros de brevísima
trayectoria.
Fuimos felices cuando se fue Machado. Pero la
felicidad dura poco en casa del pobre.
Lo fuimos con la Constituyente de 1940. Europa
estaba en guerra. La civilización occidental amenazaba hundirse y los hornos
crematorios trabajaban o estaban a punto de comenzar a trabajar a toda marcha.
Pero los cubiches, ay, a proclamar constitución requetemoderna. Listos que
éramos. Listos que estábamos. ¡Pa’ lo que nos valió!
¡Apoteosis de la felicidad, la década de los
cincuenta! Terrorismo, crímenes de estado, guerrilla, pero, oye, los cubanos
todavía añoran aquellos años de carritos nuevos, el “Sans Souci” y el túnel
horadado por la Societé
des Grands Travaux de Marseille (Marsella no era una ciudad del
Magreb como hoy, entonces.) ¡Chapurreaban el francés aquellos indígenas!
Y aún estaba por llegar la felicidad suprema: ¡la Revolución!
Ay, mamita, ¡no cabían en sí de gozo los cubanos! La Oda a la Alegría es baladita tristona al lado de la guitarra de
Carlos Puebla. Felices como perros con correa nueva estaban los cubanos. ¡Al
fin serían grandes entre los grandes, amenaza de guerra nuclear incluida! «El
que tenga miedo que se compre un perro», decían. Perro no come perro, pero
llamaba a comprarlo.
Hace poco leí
a uno que glosaba su felicidad en los años ochenta, con castrismo a pulso.
Las cebollas de Albania, el coñac de Armenia y el pollo a la jardinera de
Bulgaria. ¡El tipo los echaba de menos! «¡Qué felices éramos!», aseguraba.
Y fuimos felices por fin cuando Carlos Valenciaga nos
dijo en agosto del 2006 que su jefe defecaba por el costado. ¡Felicísimos! ¡El
paraíso estaba a la vuelta de la esquina! ¡Faltaba nada, un dedito!
Pero aquí estamos.
Los exiliados, exiliados. Los que no, en lo mismo.
110 años desde el 20 de mayo de 1902. ¿Lo celebro? De hacerlo, ¿Por qué brindo,
oye? ¿Por la patria? ¿Por Cuba o por la madre de los tomates?
http://www.eltonodelavoz.com
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