Elizabeth Triunphans
Por Andrés
Merino Thomas
En 1569, el décimo
aniversario de la coronación de Isabel I de Inglaterra se declaró día festivo.
Con muy escasa oposición de católicos y protestantes, fue uno de los primeros
de carácter civil en la historia de la Europa de la Edad Moderna. Algo así como
la primera fiesta nacional. Cuatro siglos y medio después, la segunda Isabel
que ha ceñido la corona británica celebra seis décadas en el trono.
A su antepasada le dedicaron comedias, poemas, cuadros y epigramas con el poético anagrama latino «Eliza. Triumphans». Isabel II, que no ha tenido la suerte de contar con Shakespeare entre sus coetáneos, se contenta con un banquete en el castillo de Windsor y otros agasajos que no quedarán precisamente para la posteridad. Pero goza de mucha mayor popularidad que las demás soberanas que han ocupado el trono de San Jorge.
A Reino Unido parecen sentarle bien los reinados largos, los monarcas longevos. Pueden permitirse incluso príncipes de Gales al borde de la tercera edad y especulaciones sobre saltos en la sucesión. Sobre todo, por su envidiable musculatura institucional, asentada en un formidable esqueleto de respeto a la historia, a la tradición, en su sociedad.
Los Windsor poseen una especie de dispositivo que mezcla la dignidad con el pragmatismo, que les permite superar ante la opinión pública un par de sonados errores en cada generación. Quizá uno de los de la de Isabel II haya sido la gestión del expediente Diana, que desembocó en la gran crisis de 1997, bien superada gracias, entre otros, a saber aceptar los consejos de Tony Blair. Otro bien claro ha sido, desde luego, exigir sólo lealtad, y no fidelidad, a los más cercanos.
A los 85 años, Isabel II aparece ante sus compatriotas, con toda justicia, como una Isabel triunfante. Digna de un Shakespeare de tragedias y comedias familiares. De relatos de manías, y grandes sacrificios. De fama de tacañería, pero de estar siempre al pie del cañón. De un saber estar siempre.
A su antepasada le dedicaron comedias, poemas, cuadros y epigramas con el poético anagrama latino «Eliza. Triumphans». Isabel II, que no ha tenido la suerte de contar con Shakespeare entre sus coetáneos, se contenta con un banquete en el castillo de Windsor y otros agasajos que no quedarán precisamente para la posteridad. Pero goza de mucha mayor popularidad que las demás soberanas que han ocupado el trono de San Jorge.
A Reino Unido parecen sentarle bien los reinados largos, los monarcas longevos. Pueden permitirse incluso príncipes de Gales al borde de la tercera edad y especulaciones sobre saltos en la sucesión. Sobre todo, por su envidiable musculatura institucional, asentada en un formidable esqueleto de respeto a la historia, a la tradición, en su sociedad.
Los Windsor poseen una especie de dispositivo que mezcla la dignidad con el pragmatismo, que les permite superar ante la opinión pública un par de sonados errores en cada generación. Quizá uno de los de la de Isabel II haya sido la gestión del expediente Diana, que desembocó en la gran crisis de 1997, bien superada gracias, entre otros, a saber aceptar los consejos de Tony Blair. Otro bien claro ha sido, desde luego, exigir sólo lealtad, y no fidelidad, a los más cercanos.
A los 85 años, Isabel II aparece ante sus compatriotas, con toda justicia, como una Isabel triunfante. Digna de un Shakespeare de tragedias y comedias familiares. De relatos de manías, y grandes sacrificios. De fama de tacañería, pero de estar siempre al pie del cañón. De un saber estar siempre.
Reproducido de larazon.es
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