7 de mayo de 2012

BENEDICTO Y ESTOS BENDITOS



 
Benedicto y estos benditos

(Crónicas Caribeñas)



Que un Papa visite un país es siempre un acontecimiento y requiere que se preparen muchas cosas, pero en Cuba la visita de un Papa implica un diálogo muy escabroso entre la Iglesia, que es en definitiva la que invita, y un Gobierno que busca controlarlo absolutamente todo.

El Papa no venía a Camagüey, y para nosotros el sitio más cercano era Santiago de Cuba, con lo cual ya teníamos el primer problema: transporte.

En Cuba el transporte es muy precario. Hay una película cubana, “Lista de espera”, donde uno de los personajes le reza a la Virgen y le dice: “Virgencita, si tú nos mandas comida yo te prometo ir a Cobre a pie”, luego titubea y agrega: “no, en tren, que se pasa más trabajo”.

Para poder mover una masa de personas a Santiago, había que negociar con el Gobierno, porque tanto los autobuses como el transporte ferroviario es estatal. La primera propuesta del Gobierno fue alquilarnos autobuses a precio de “Viazul”, que es el transporte en moneda convertible o CUC. Eso significaba que cada persona tendría que haber pagado 66 CUC (1584.00 pesos), cuando el sueldo promedio de la gente está entre 200 y 500 pesos al mes.

Por supuesto, se dijo que no. Luego lo rebajaron a 18 CUC (432.00 pesos), y también se dijo que no. En fin, que cuatro días antes de la llegada del Papa no se sabía si habría autobuses o no. Al final cedieron algunos autobuses y no cobraron, y pusieron también un tren que iría recogiendo los pasajeros previstos en distintos puntos.

Como yo no sabía si habría autobús del Gobierno, hablé con un camionero para irme con los jóvenes un día antes, y me fui a la base de transporte y alquilé un precario autobús de 29 plazas, que era el que estaba disponible. Luego supe que habían asignado a Guáimaro un autobús para 45 personas.

Todo el discurso verbal de esos días con las autoridades era de colaboración y respeto, pero en la práctica, se tenía la sensación, desde el principio, de que éramos nosotros los invitados, que en todo momento el protagonista era el Gobierno. Para empezar, nos pidieron el listado de las personas que irían en el autobús y, en un proceso muy escabroso de “ahora sí, luego no”, me vetaron el autobús que había alquilado y pagado en la base de transporte. ¿Por qué?, pues porque alguien desde arriba dijo que no. El chico de la base de transporte estaba indignado y dolido, pero no podía hacer nada. Me devolvió el dinero y dijo que no hablaba más porque tenía hijos que alimentar.

Con los camiones fue una pesadilla: que si tenían que pasar revisión técnica, que a qué hora salíamos, que entregáramos el listado de los que irían…, en fin. A los disidentes de Guáimaro, como al resto de los disidentes conocidos del país, se les prohibió expresamente ir a la plaza. En Guáimaro no hubo “detenciones preventivas” pero sí en otros muchos sitios.

El domingo 25 por la mañana, terminé la Misa y me preparaba para salir en el camión con mis jóvenes, cuando llegaran otros tres camiones de varios puntos de la diócesis (Guáimaro es la última parroquia de la Diócesis si se va hacia Santiago, y paso obligado del transporte automotor). El que atiende asuntos religiosos apareció para preguntarme si todo iba bien. Le dije que sí y se me ocurrió comentarle: “Bueno, algunos del autobús han fallado pero ya tenemos reemplazo”. A lo que él me dijo: “No, no, pero al autobús sólo puede subir el que esté en lista”.

Me sentí hervir la sangre. Me sentí esclavo, y por supuesto, me le encaré. “¡PUES NO!, ¡en el autobús van a ir 45 personas, estén en lista o no. Lo más que puedo hacer es imprimirte ahora mismo la última versión que tengo de la lista, pero si a última hora alguien se borra, irá otro en su lugar, ESTÉ EN LA LISTA O NO!”. Me revientan estas cosas, con lo que uno tiene que cuidarse el corazón a cierta edad!!!  Yo entiendo que la preocupación de ellos está en que no vaya a colarse en el grupo ningún disidente fichado, pero la sensación de control es realmente asfixiante.

En fin, que salimos para Santiago y todo fue bien.

El día 26, era evidente que la plaza estaba tomada por agentes de seguridad. Alrededor de los participantes había cordones de personas de seguridad, que contrastaban con la alegría general tanto por su aspecto serio y amargado como por su mal carácter. Cuando alguien tenía necesidad de atravesar el cordón lo trataban mal e incluso le impedían salir. Una de las chicas de Guáimaro, embarazada, tuvo que aguantar los deseos de ir al baño todo el tiempo, porque no la dejaban llegar a los servicios.

Por otra parte, mucha gente fue a la plaza obligada. Los convocaron por los centros de trabajo y les dijeron que como no fueran a la plaza les descontaban el día, y a los niños los convocaron en las escuelas para llevarlos a sitios donde tenía que pasar el Papa y luego los llevaron a la plaza. De hecho, el arzobispo de Santiago emitió una nota diciendo que ese no era el modo, que ir a la plaza tenía que ser una opción libre.

Cuando subí al presbiterio, tenía ante mí una visibilidad perfecta, porque quedé justo en la esquina, a la derecha de donde estaba el altar. Muchos me han dicho que si le pagué al camarógrafo porque a mí y a dos curas más que estábamos allí nos sacó todo el rato antes de que llegara el Papa.

Casi diez minutos antes de la llegada del Papa, cuando ya Raúl Castro estaba en la plaza, un joven salió corriendo y gritó: “¡Abajo el comunismo!, ¡abajo la dictadura!” No tuvo tiempo de gritar nada más. Enseguida lo agarraron mientras un grupo empezó a corear: “¡Cuba, Cuba, Cuba…!” Yo pude verlo todo porque desde donde estaba la visibilidad era perfecta. Se lo llevaron dándole golpes. Luego se sabría que un joven vestido de Cruz Roja (a saber si había pisado alguna oficina de Cruz Roja en su vida) le pegó con la misma camilla. Después vi como se lo llevaban, atravesando la calle desierta por la que minutos después aparecería el Papa.

No sé qué efectos pastorales quedarán luego de la visita de Benedicto XVI, pero yo me he quedado con una sensación muy desagradable de control por parte del Gobierno, que monopolizó todo. De hecho, hubo una disculpa por televisión porque una de las comentaristas habló de la “visita del Santo Padre por la invitación del Gobierno cubano”, y minutos después rectificaron diciendo que era la invitación de la Iglesia. Pero en el fondo, el Gobierno ha tratado todo como algo suyo, atando todos los cabos, controlando hasta el último centímetro. De hecho, tanto en los autobuses como en los trenes había personas del gobierno y civiles puestos allí por los mecanismos de seguridad.

Somos un pueblo maniatado, y lo peor es que, de momento y aunque los caminos de Dios son impredecibles, no se ve la luz al final del túnel.

***Alberto Reyes Pías es sacerdote en la ciudad de Guáimaro en Camagüey Cuba. Su activa participación en la formación de jóvenes le ha causado mas de un problema con las autoridades cubanas. En el año 2003 su nombre aparece ligado a los opositores detenidos en la primavera de ese año en un libro publicado por los periodistas cubanos Rosa Mirian Elizalde y Luis Báez titulado Los Disidentes. Alberto Reyes Pías ha publicado recientemente en Madrid su testimonio “Historia de una Resistencia” editado por la editorial Voz de Papel.

1 comentario:

  1. Anónimo5/07/2012

    Tanta ilusión esperando la visita del Papa tanto en la isla como en el exilio. Pienso en tanto sacrificio por parte de sacerdotes, religiosas y fieles para poder estar allí en la Santa Misa papal en Santiago de Cuba y en La Habana. Aquí leemos lo que el P. Albeto Reyes Pías experimentó en su odisea viajando con un grupo de fieles desde Guáimaro, Camaguey a Santiago de Cuba y lo que presenció allí antes de que llegara el Papa. El régimen manejó a su antojo la visita del Papa para su beneficio y hay que reconocer los esbirros de seguridad de estado se aseguraron que nada la empañara exceptuando al valiente Andrés Carrión que dió la nota antes de que esos cobardes le entraran a palos y lo arrestaran. Si nosotros aquí en el exilio estamos frustrados y desalentados, los de allá después de sabe Dios cuantas penurias para llegar a su destino y luego tener que emprender el regreso a sus hogares con la gran satisfacción de poder haber estado allí con el Papa pero también con una frustración y desaliento más grande que el nuestro.

    María del Carmen Expósito

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