En aquel tiempo, Jesús se llevó a Pedro, a Santiago y
a Juan, subió con ellos a una montaña alta, y se
transfiguró delante de ellos...
Marcos, 9, 2
Quiero, hoy más que nunca,
gustar y saber, vivir y contemplar
lo que es un momento de gloria divina,
un resplandor del cielo.
Y porque vivo en el barro y sin mirar a lo alto,
quiero subir contigo, Señor,
y comprender que no existe auténtica entrega
si de antemano no es fecundada con el sacrificio.
Quiero, hoy y siempre,
ascender contigo a ese lugar
que el mundo me evita y hasta me oculta:
el monte del sufrimiento,
la cumbre del esfuerzo personal,
la altura de miras cuando, al seguirte,
se convierte lo grande en pequeño y, lo pequeño
como en un anticipo de la gloria que me espera.
¿Me ayudarás, Señor?
Ni mi hombro está preparado
para llevar el grueso madero de una cruz
ni mis oídos se encuentran dispuestos
a escuchar más golpes de martillo sobre clavos.
¿Me ayudarás, Señor?
Mira que mis pies, acostumbrados a lo bueno,
prefieren ir por caminos de comodidad,
por sendas que se alejen de las dificultades,
por atajos que eviten el sudor o el llanto.
Subiré contigo, Señor,
al Tabor de mis días.
A ese lugar en el que con tu Palabra
me abres horizontes de perdón y de vida.
A esa montaña en la que Dios
me hace sentirme querido, tocado,
amado, agraciado y premiado con su presencia.
Subiré contigo, Señor.
Haz que tu resplandor
inunde mi vida con una nueva luz.
Haz que tu presencia
me haga fuerte en la tribulación.
Haz que el adorarte, siempre y en todo momento,
sea causa de fortaleza
para avanzar hacia la Patria Eterna.
Javier Leoz, Betania.es
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