Carretillero (viandero) en Camagüey |
Los
carretilleros
Yoani Sánchez
Cada cierto tiempo, aparece una nueva campaña en
nuestros medios informativos, alguna ofensiva contra cierto fenómeno social u
económico. Por estos días, la acometida va dirigida a los carretilleros, esos
vendedores de frutas y vegetales que trasladan su mercancía en un triciclo u
otro artilugio con ruedas. Los periodistas oficiales aducen que tales
comerciantes funcionan bajo la ley “capitalista” de la oferta y la demanda, en
lugar de poner precios más accesibles para los consumidores. Critican también el
hecho de que ofrezcan sus productos por unidades y no por libras o kilogramos,
lo cual les da margen para los importes inflados. Aunque se trata de un problema
que nos daña a todos, no creo que sea con llamados a la conciencia del vendedor
que vayamos a solucionarlo.
El carretillero es por demás quien mantiene
abastecidos los barrios carentes de mercados agrícolas y especialmente en los
horarios cuando estos están cerrados. En los precios de sus mercancías se
incluyen también –aunque la TV oficial no lo reconozca- el tiempo que se ahorra
el cliente que ya no necesitará trasladarse o hacer las largas colas de un “agro
estatal”. Para la mayoría de las mujeres trabajadoras, que llegan a casa después
de las cinco a inventar un plato de comida, el pregón de “¡Aguacate y cebolla!”
gritado en su puerta es una salvación. Resulta cierto que el costo de ninguno de
estos productos guarda relación con los salarios, pero tampoco se pudren en esas
tarimas rodantes por falta de compradores. El hecho de que alguien deba trabajar
dos días para comprar una calabaza no es expresión de la desmesura del vendedor,
sino de lo paupérrimo de los sueldos.
Sorprende, por ejemplo, que los preocupados
reporteros del noticiero estelar no la emprendan contra los excesos de las
tiendas en pesos convertibles, donde para adquirir un litro de aceite alguien
debe gastar todo lo ganado en una semana de trabajo. La diferencia entre los
carretilleros y esas tiendas recaudadoras de divisas es que los primeros son
cuentapropistas mientras las segundas son propiedad del Estado. Así que nunca
veremos un reportaje denunciando el elevadísimo por ciento que se le suma a los
costos de importación o producción de un alimento para ofertarlo en las llamadas
shoppings. Porque es mejor buscar un chivo expiatorio y explicar con su
existencia la carestía y la grisura culinaria en la que estamos sumidos. Por el
momento, la culpa la llevan los carretilleros. Así que corra usted hacia el
balcón –ahora mismo- y véalos pasar por su calle, porque muy pronto puede ser
que ya no estén.
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