Del 26 al 28 de marzo próximo se anuncia una visita
pastoral de Benedicto XVI a Cuba, siguiendo así las huellas del
inolvidable viaje a la isla castrista de su antecesor, Juan Pablo II,
en 1998. Muy mal tienen que estar las cosas para que el nuevo Castro,
fraterno sucesor en la gerontocracia castrista, tenga que recurrir
igualmente al Papado para abrir de nuevo una ventana al mundo al socaire
del palio pontificio. De aquella histórica visita de Juan Pablo II
quedaron las frases papales: «Que el mundo se abra a Cuba», dijo el
llorado Papa, y el mundo se abrió; «Que Cuba se abra al mundo», pero
Cuba siguió encerrada en su revolución y el fidelísimo jerarca la dio en
herencia a su hermano Raúl.
Verdad es que Juan Pablo II consiguió algunas importantes bazas entonces. Efectivamente el comandante se avino a restaurar la Navidad; a liberar a unos cuantos presos –la mayoría delincuentes comunes, no presos políticos–; a permitir la apertura de un seminario, el restablecimiento de algunas parroquias y poco más. Se dijo sin embargo que la Iglesia había ganado «un espacio religioso», lo cual dadas las circunstancias anteriores no dejaba de ser muy importante; pero el longevo Fidel había conseguido que el Papa condenara el llamado «embargo» norteamericano– aducido argumento castrista culpable de todos los males cubanos– y el comandante se había quedado además con unas nuevas credenciales internacionales que serían refrendadas por la siguiente visita oficial del Rey de España.
Al mínimo detalle
Yo recuerdo muy bien la preparación de aquella visita del animoso Juan Pablo II. El Vaticano no dejó detalle sin verificar. El entonces secretario para las Relaciones con los Estados, hoy cardenal Tauran, visitó la isla y fue recibido por el jerarca, lo mismo que el cardenal Etchegaray y Joaquín Navarro Vals, el portavoz de la Santa Sede, quien estuvo en audiencia con Castro más de seis horas consiguiendo la acreditación de cientos de periodistas internacionales. Yo intuía que después de la visita del Papa no habría excusa para negar la otra ansiada visita del comandante, la del Rey de España. Me entrevisté con el entonces subsecretario de Relaciones Internacionales, monseñor Celestino Migliore, quien me confirmó que el gobierno cubano se esforzaba en presentar la visita pastoral como una «visita de Estado», y, conociendo el poder de la imagen, insistían en encuentros personales a nivel oficial entre el Papa y el comandante. Mi preocupación se la expresé también al cardenal Etchegaray en el acto de despedida en el aeropuerto al Papa. Me contestó que todo estaba bien atado y que no había ningún motivo de preocupación. No fue así.
Ya en el discurso de bienvenida en el aeropuerto, el comandante hizo un ataque directo a España y a su obra en América. Fue una sorpresa y la primera transgresión de lo acordado. Como se sabe, los discursos en las visitas oficiales son pactados de antemano, pero Fidel cambió el suyo a su gusto y manera. Y ante la protesta que a requerimiento del Gobierno del presidente Aznar presenté a monseñor Tauran, la Santa Sede prometió una reacción, pero al Papa sólo se le permitió, a puerta cerrada y ante algunos profesores universitarios, salir en defensa de la obra civilizadora de España en América.
Nada me extrañaría, por tanto, que ahora, en la visita de Benedicto XVI ocurriese algo parecido. El «hermanísimo» Raúl tiene enormes dificultades económicas y políticas. Las tímidas aperturas por él iniciadas de poco han servido. El pueblo cubano sigue teniendo hambre de pan y frijoles y sed de libertad y justicia. Las famosas «damas de blanco» irritan a los Castro con su continuo recuerdo de los presos políticos y disidentes encarcelados que mueren en huelgas de hambre, como Orlando Zapata en 2010 y recientemente Wilmar Villar. Como siempre los Castro acusan a los disidentes políticos de «mercenarios norteamericanos» y siempre hay algún tonto que se lo cree.
Y como siempre también, cuando una de estas muertes ocurre, los Castro alargan su mano a la Iglesia. Lo hicieron cuando la muerte de Zapata y para calmar los ánimos lograron convencer al cardenal Ortega de La Habana para hacer de mediador con las «damas de blanco» y con el «pagano» Moratinos, quien se trajo a España –a costa de nuestro erario, pero con gran propaganda personal– a unos cuantos presos liberados y a sus familias que ahora claman por el engaño frente a nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores.
También ahora la muerte de Wilmar Villar ha servido a los Castro para un abierto ataque a los Estados Unidos, a Chile y a España, e incluso a la Unión Europea; ante la cual hizo tantos esfuerzos el entonces generoso ministro Moratinos para «hacerla comulgar con ruedas de castrismo». El jubilado Fidel, en una de sus recientes «reflexiones en Granma», ya ha realizado un duro ataque a los presidentes Rajoy y Aznar tildándolos de «fascistas y servidores de los EEUU».
Ha pasado el tiempo de los empujones comerciales y financieros del mundo libre para ver quién quedaba mejor situado en Cuba cuando Castro desapareciera. Los disidentes cubanos en el exilio llegaron a anotar el eslogan: «No Castro, no problem». Con la sucesión de Raúl se vio que el problema seguiría, que el castrismo tenía vocación de perdurar eternamente en Cuba, y eso desilusiona a los buscadores de ventajas «postcastristas».
Sólo algunos populistas iberoamericanos como Chávez, Ortega, Morales o Correa y el tremebundo e iracundo iraní Ahmadineyad visitan Cuba. La Habana necesitaba de un nuevo balón de oxígeno de la Iglesia y confía en que Benedicto XVI pida de nuevo que «el mundo se abra a Cuba». Pero lamentablemente tampoco ahora Cuba se abrirá al mundo.
Es cierto que la Iglesia cumple con su papel. Y que el Papado tiene siempre la esperanza de acoger a la oveja descarriada. Recuerdo en una ocasión en la que hablando con el cardenal Tauran le expresé mi extrañeza de que el Papa recibiese en audiencia oficial al cruel dictador Kabila, responsable de tantas muertes de monjas y religiosos en el Congo. Su respuesta me sorprendió: «Si el Papa pensase que recibiendo al diablo lo convertiría, también lo haría».
Revolución y libertad
Comprendo y aplaudo ese pensamiento, ese deber y ese mandato evangélico. Estoy seguro de que la visita de Benedicto XVI a Cuba seguirá ganando «espacios religiosos» para la Iglesia en la bella isla y que también en esta ocasión el nuevo dictador Castro acogerá complacido la solicitud papal de liberar a unos cuantos o unos cientos de presos; pero también es cierto que tampoco esta nueva visita papal traerá la libertad y justicia a Cuba. Los Castro piensan que los «espacios religiosos» son menos de temer que los espacios democráticos. Su revolución es incompatible con la libertad.
Una tercera parte de los cubanos vive en el exilio. No es fácil salir del «paraíso castrista» en el que su máximo eslogan «Revolución o Muerte» ha cumplido su objetivo por ser muchos los muertos por no aceptar esa revolución castrista que quiere perpetuarse, con Fidel o sin Fidel, aunque tenga que permitir multitudinarias peregrinaciones a la Virgen de la Caridad del Cobre, recibir al Papa y asistir en Santiago y en La Habana a sus misas de pontifical. «Cuba bien vale más de una misa», piensan los hermanos Castro. Yo creo que con ellos es bueno recordar aquello de «a Dios rogando... y con el mazo dando».
Verdad es que Juan Pablo II consiguió algunas importantes bazas entonces. Efectivamente el comandante se avino a restaurar la Navidad; a liberar a unos cuantos presos –la mayoría delincuentes comunes, no presos políticos–; a permitir la apertura de un seminario, el restablecimiento de algunas parroquias y poco más. Se dijo sin embargo que la Iglesia había ganado «un espacio religioso», lo cual dadas las circunstancias anteriores no dejaba de ser muy importante; pero el longevo Fidel había conseguido que el Papa condenara el llamado «embargo» norteamericano– aducido argumento castrista culpable de todos los males cubanos– y el comandante se había quedado además con unas nuevas credenciales internacionales que serían refrendadas por la siguiente visita oficial del Rey de España.
Al mínimo detalle
Yo recuerdo muy bien la preparación de aquella visita del animoso Juan Pablo II. El Vaticano no dejó detalle sin verificar. El entonces secretario para las Relaciones con los Estados, hoy cardenal Tauran, visitó la isla y fue recibido por el jerarca, lo mismo que el cardenal Etchegaray y Joaquín Navarro Vals, el portavoz de la Santa Sede, quien estuvo en audiencia con Castro más de seis horas consiguiendo la acreditación de cientos de periodistas internacionales. Yo intuía que después de la visita del Papa no habría excusa para negar la otra ansiada visita del comandante, la del Rey de España. Me entrevisté con el entonces subsecretario de Relaciones Internacionales, monseñor Celestino Migliore, quien me confirmó que el gobierno cubano se esforzaba en presentar la visita pastoral como una «visita de Estado», y, conociendo el poder de la imagen, insistían en encuentros personales a nivel oficial entre el Papa y el comandante. Mi preocupación se la expresé también al cardenal Etchegaray en el acto de despedida en el aeropuerto al Papa. Me contestó que todo estaba bien atado y que no había ningún motivo de preocupación. No fue así.
Ya en el discurso de bienvenida en el aeropuerto, el comandante hizo un ataque directo a España y a su obra en América. Fue una sorpresa y la primera transgresión de lo acordado. Como se sabe, los discursos en las visitas oficiales son pactados de antemano, pero Fidel cambió el suyo a su gusto y manera. Y ante la protesta que a requerimiento del Gobierno del presidente Aznar presenté a monseñor Tauran, la Santa Sede prometió una reacción, pero al Papa sólo se le permitió, a puerta cerrada y ante algunos profesores universitarios, salir en defensa de la obra civilizadora de España en América.
Nada me extrañaría, por tanto, que ahora, en la visita de Benedicto XVI ocurriese algo parecido. El «hermanísimo» Raúl tiene enormes dificultades económicas y políticas. Las tímidas aperturas por él iniciadas de poco han servido. El pueblo cubano sigue teniendo hambre de pan y frijoles y sed de libertad y justicia. Las famosas «damas de blanco» irritan a los Castro con su continuo recuerdo de los presos políticos y disidentes encarcelados que mueren en huelgas de hambre, como Orlando Zapata en 2010 y recientemente Wilmar Villar. Como siempre los Castro acusan a los disidentes políticos de «mercenarios norteamericanos» y siempre hay algún tonto que se lo cree.
Y como siempre también, cuando una de estas muertes ocurre, los Castro alargan su mano a la Iglesia. Lo hicieron cuando la muerte de Zapata y para calmar los ánimos lograron convencer al cardenal Ortega de La Habana para hacer de mediador con las «damas de blanco» y con el «pagano» Moratinos, quien se trajo a España –a costa de nuestro erario, pero con gran propaganda personal– a unos cuantos presos liberados y a sus familias que ahora claman por el engaño frente a nuestro Ministerio de Asuntos Exteriores.
También ahora la muerte de Wilmar Villar ha servido a los Castro para un abierto ataque a los Estados Unidos, a Chile y a España, e incluso a la Unión Europea; ante la cual hizo tantos esfuerzos el entonces generoso ministro Moratinos para «hacerla comulgar con ruedas de castrismo». El jubilado Fidel, en una de sus recientes «reflexiones en Granma», ya ha realizado un duro ataque a los presidentes Rajoy y Aznar tildándolos de «fascistas y servidores de los EEUU».
Ha pasado el tiempo de los empujones comerciales y financieros del mundo libre para ver quién quedaba mejor situado en Cuba cuando Castro desapareciera. Los disidentes cubanos en el exilio llegaron a anotar el eslogan: «No Castro, no problem». Con la sucesión de Raúl se vio que el problema seguiría, que el castrismo tenía vocación de perdurar eternamente en Cuba, y eso desilusiona a los buscadores de ventajas «postcastristas».
Sólo algunos populistas iberoamericanos como Chávez, Ortega, Morales o Correa y el tremebundo e iracundo iraní Ahmadineyad visitan Cuba. La Habana necesitaba de un nuevo balón de oxígeno de la Iglesia y confía en que Benedicto XVI pida de nuevo que «el mundo se abra a Cuba». Pero lamentablemente tampoco ahora Cuba se abrirá al mundo.
Es cierto que la Iglesia cumple con su papel. Y que el Papado tiene siempre la esperanza de acoger a la oveja descarriada. Recuerdo en una ocasión en la que hablando con el cardenal Tauran le expresé mi extrañeza de que el Papa recibiese en audiencia oficial al cruel dictador Kabila, responsable de tantas muertes de monjas y religiosos en el Congo. Su respuesta me sorprendió: «Si el Papa pensase que recibiendo al diablo lo convertiría, también lo haría».
Revolución y libertad
Comprendo y aplaudo ese pensamiento, ese deber y ese mandato evangélico. Estoy seguro de que la visita de Benedicto XVI a Cuba seguirá ganando «espacios religiosos» para la Iglesia en la bella isla y que también en esta ocasión el nuevo dictador Castro acogerá complacido la solicitud papal de liberar a unos cuantos o unos cientos de presos; pero también es cierto que tampoco esta nueva visita papal traerá la libertad y justicia a Cuba. Los Castro piensan que los «espacios religiosos» son menos de temer que los espacios democráticos. Su revolución es incompatible con la libertad.
Una tercera parte de los cubanos vive en el exilio. No es fácil salir del «paraíso castrista» en el que su máximo eslogan «Revolución o Muerte» ha cumplido su objetivo por ser muchos los muertos por no aceptar esa revolución castrista que quiere perpetuarse, con Fidel o sin Fidel, aunque tenga que permitir multitudinarias peregrinaciones a la Virgen de la Caridad del Cobre, recibir al Papa y asistir en Santiago y en La Habana a sus misas de pontifical. «Cuba bien vale más de una misa», piensan los hermanos Castro. Yo creo que con ellos es bueno recordar aquello de «a Dios rogando... y con el mazo dando».
A pesar de los pesares, yo me alegro que el Papa vaya a Cuba. Son muchos los cubanos que sufren y que tienen que callarse la boca, y son muchos que ansían un poco de amor y de cariño de la Iglesia Católica donde han sido bautizados y para la que siempre han venerado.
ResponderEliminarMe alegro que el Papa vaya a Cuba porque se que sería una apertura para la religión en la isla.
¡No neguemos un poco de amor y de Misericordia a nuestros hermanos de la isla!
Martha Pardiño