13 de septiembre de 2011

FRAY MIGUEL ÁNGEL LOREDO o.f.m.

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Fray Miguel Ángel Loredo, o.f.m.

 Con el P. Miguel Ángel Loredo desaparece un testimonio viviente del enfrentamiento de la Iglesia Católica con el régimen de Fidel Castro, un promotor incansable de las libertades democráticas en la isla y un pilar espiritual de la comunidad cubana en el exilio.

«Fue un hombre muy valiente, firme en sus principios y en su fe, que no dejó nunca de levantar su voz para denunciar los horrores que vivió en carne propia en las cárceles de Cuba», recordó Abel Nieves Morales, quien compartió años con Loredo en varias prisiones cubanas. «Todos sus compañeros del presidio político lo vamos a necesitar y extrañar mucho».

Nieves se mantuvo visitando al sacerdote en su lecho de enfermo hasta los últimos días. En una de sus recientes visitas lo escuchó confesar que se apoyaría en su fuerza interior para despedirse, uno a uno, de sus entrañables compañeros de presidio, que fueron “mi vida, mi amor y mi alma”. Ambos se encontraron en el exilio en los años 80, reanudaron esfuerzos y esperanzas por la democratización de Cuba, y viajaron a foros internacionales para denunciar los abusos y las condiciones infrahumanas en el sistema carcelario cubano.

Pasión por el arte

Nacido en La Habana en 1938, Loredo abrazó desde muy joven dos pasiones que acompañarían para siempre su vida: la fe católica y el amor por la pintura. Siendo un adolescente entabló amistad y recibió influencias de prominentes figuras de la plástica cubana como René Portocarrero, Raúl Milián, José María Mijares y Rolando López Dirube, quien por estos años lo acogió en su estudio y fue su maestro.

Cuando triunfó la revolución de 1959, Loredo ya había decidido que sería sacerdote. Su formación teológica se produjo en España, entre 1960 y 1964.

Se ordenó el 19 de julio de 1964 y un mes después regresó a Cuba, justamente en momentos de agrias relaciones entre la Iglesia Católica y el gobierno comunista, que ya había enseñado sus verdaderas intenciones con la expulsión de 131 sacerdotes en 1961.

A su regreso fue designado para asumir su labor pastoral en la Iglesia de San Francisco, en La Habana, y se desempeñó también como párroco de Guanabacoa. Carismático y joven, cautivó las simpatías de los feligreses y provocó la ira gubernamental por sus desafiantes sermones contra el ateísmo, impuesto como doctrina a los cubanos.

No tuvo que esperar mucho para verse en el vórtice de un proceso judicial que lo inculpó por supuesta conspiración contrarrevolucionaria.

En 1966 fue arrestado en la Iglesia de San Francisco. Se le acusó de brindar protección a un prófugo de la justicia, esconder armas y conspirar con la CIA. El sacerdote no admitió nunca su culpabilidad y mantuvo siempre que  el caso fue fabricado por la Seguridad del Estado, con la colaboración de un seminarista bajo chantaje.

Un preso plantado

En NY en 1998
Tras un juicio amañado, Loredo fue condenado a 15 años de cárcel. No se sometió al régimen de reeducación y se declaró como un preso “plantado”, por lo que fue sometido a golpizas, sufrió crueles atropellos y cumplió trabajos forzados en las prisiones de Isla de Pinos, La Cabaña, Guanajay y El Príncipe.

En el presidio organizó misas clandestinas para los presos políticos y realizó numerosas huelgas de hambre en protesta por la condiciones de su confinamiento. En una carta del 11 de junio de 1968, enviada a Monseñor Cesar Sacchi, por entonces representante de la Nunciatura Apostólica en La Habana, escribió: «Me siento orgulloso de participar en esta lucha con miles de hombre de tanto valor y sentido patrio como hay en este presidio cubano. (…) Y también quiero decirles qué siento al ver el olvido en que el Occidente libre nos mantiene, en el silencio de todos, en la indiferencia, mitigada únicamente por las quejas de los seres queridos impotentes».

Por gestiones del Vaticano, Loredo fue liberado el 2 de febrero de 1976.  Se le ordenó que no hablara públicamente ni ofreciera entrevistas de prensa. Pero el gobierno no toleró que se le nombrara como profesor de Teología en el Seminario de San Carlos y San Ambrosio en La Habana, lo que forzó su salida del país con destino a Roma en 1984.

En el exilio no tardó en alzar su voz contra la carencia de libertades en Cuba. En 1987 se radicó en Puerto Rico, donde continuó su labor eclesiástica y comenzó su colaboración con la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, en Ginebra. Ese año su vibrante testimonio figuró en el  documental Nadie escuchaba, de Néstor Almendros y Jorge Ulla.

Posteriormente colaboró con la organización Pax Christi, organización católica que monitorea la situación de los derechos humanos alrededor del mundo.

Prohibida la entrada a Cuba

En 1991, fue trasladado a la Iglesia de San Francisco en Nueva York. A raíz de la visita del Papa Juan Pablo II a Cuba, en 1998, Loredo fue incluido en la lista de clérigos y personalidades religiosas que viajarían desde Estados Unidos. Sin embargo, el gobierno cubano le negó la entrada.

Loredo nunca dejó de pintar y escribir poesía, actividades que consideraba en estrecha comunión con su misión espiritual. Sin embargo, no fue hasta el 2002 que decidió exhibir sus pinturas a una audiencia amplia. Una muestra de 30 óleos suyos fue presentada en la Carol LaPlante Gallery de Nueva York, en conmemoración del primer aniversario de la tragedia del 9/11.

«Para mí pintar es elegir una manera de arreglar una visión personal de la realidad sobre una superficie plana donde se incorporan diversas áreas del espíritu, así como de la memoria y de la profecía», consideraba el sacerdote.

Desde entonces sus cuadros se exhibieron con regularidad en Miami, donde Loredo participó en el Festival Calle Ocho en varias ocasiones.

Su obra creativa incluye el libro de testimonios Después del Silencio, y los poemarios De la Necesidad y del Amor,  Los Súbitos Quebrantos y Uno.

Lo sobrevive en Miami su hermana Silvia Loredo.

La Orden Franciscana en Estados Unidos tendrá a su cargo la realización de las honras fúnebres.  

Una misa en su memoria se efectuará  hoy martes en St. Petersburg antes de trasladar  el cadáver hacia Nueva York, donde será sepultado.

Reproducido de El Nuevo Herald, Miami.



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CUIDADORES DE LA LEY

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CUIDADORES DE LA LEY


Elsa M. Rodríguez

En estos días en que se ha estado celebrando la junta especial de la Ciudad de Miami porque habían decidido despedir al Jefe de la Policía, Miguel Expósito, hemos leído comentarios de todo tipo y color. Muchas personas están de acuerdo con esta decisión, otras no, y otras más no la vemos muy clara.

Sin embargo, lo que llama la atención es el gran número de personas que habla despectivamente del cuerpo de la policía, ya sea de la ciudad de Miami, o Hialeah u otra ciudad cualquiera, del condado, o en general, hay muchos que consideran que la mayoría de los policías son abusadores, que se creen unos "niños lindos", también hay mujeres policías pero en realidad nunca se refieren a ellas, menos cuando las tienen que criticar porque las ponen como cebo para capturar a hombres que van en búsqueda de prostitutas.

Es de esperar que en cualquier cuerpo de policía, como de bomberos, como de médicos de un hospital, o de enfermeras o de maestros, etc., existan personas que no merezcan vestir esos uniformes que los identifican como personas que están al servicio de la comunidad, según sea el caso. Lo que no es correcto es considerar a todo el mundo por igual, porque donde quiera hay gente buena y gente mala. Lo correcto sería una mejor identificación de los individuos que aspiran a ostentar uno de estos cargos antes de que se les conceda la posición, y si la situación no se pudo identificar de antemano, entonces castigar al culpable con todo el rigor de la ley. Eso si, nunca generalizar porque no podemos meter en el mismo saco a personas decentes con delincuentes.

Los policías están ahí para hacer que se cumplan las leyes y nuestro deber como ciudadanos es no romper las mismas, porque cuando alguien es culpable de un delito por ínfimo que parezca, el oficial cuya misión es multar o apresar al que rompe la ley, tiene que cumplir con su deber. Si no nos gustan las multas, tratemos de ser cumplidores de las regulaciones.

Elsa M. Rodríguez
Hialeah, FL

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GOLONDRINAS, POEMA DE ALFONSINA STORNI


Golondrinas

 ¡Oh! ¡Negras avecillas, inquietas avecillas amantes de abril!

¿Sabéis cómo se viaja hasta el país del sol?...  ¿Sabéis dónde se encuentra la eterna primavera,  la fuente del amor?...

¡Llevadme, golondrinas! ¡Llevadme! ¡No temáis!  Yo soy una bohemia, una pobre bohemia. ¡Llevadme donde vais!

¿No sabéis, golondrinas errantes, no sabéis,  que tengo el alma enferma porque no puedo irme volando yo también?

¡Golondrinas, llegaos! ¡Golondrinas, venid!  ¡Venid primaverales! ¡Con las alas de luto llegaos  hasta mí! 
 

Alfonsina Storni


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FRASE DE SABIDURÍA

Agradece a la llama su luz, pero no olvides el pie del candil que pacientemente la sostiene.
- Rabindranath Tagore

12 de septiembre de 2011

ADELGAZAR BAILANDO

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 Adelgazar Bailando

Para combatir el ritmo frenético que nos impone la actual sociedad, nada como dedicar unos minutos al yoga cada día. Su práctica, indicada para todas las edades, nos ayudará a integrarnos mejor en nuestro mundo con una mayor rendimiento de nuestras actividades cotidianas.

Si correr te parece aburrido, el gimnasio te agobia y 1o minutos en la bicicleta estática se te hacen eternos, hay un ejercicio para ti: el baile de salón. «No sé bailar» dirás. o es verdad, responden los profesores de baile. «Todo el que sepa andar sabe bailar». Busca en la páginas amarillas y elige una academia de baile cercana a tu casa. Si eso no es posible, lleva a bailar a tu pareja o a un amigo o amiga los fines de semana. Entre semana, no lo dudes, cómprate unos vídeos de baile, aparta los muebles y los prejuicios y lánzate a bailar en tu salón. Te sentirá liberada. Más fácil aún: enciende la radio y busca una música movida. Ya está, bailas sola a su ritmo. ¡Eso es ejercicio!.

 

¿Otras razones para empezar?

El baile te ayuda a perder peso. Como excelente ejercicio aeróbico que es, el baile quema tantas calorías  como caminar a paso rápido, nadar o montar en bicicleta. Una hora de baile de salón (alternando tipos de baile) supone entre 300 y 400 calorías  quemadas. Se calcula que los bailarines de salón profesionales (esos que compiten en los concursos que vemos en la tele) recorren (¡a paso rápido!) 10 kilómetros en una sesión. Eso supone más de 550  calorías  quemadas.

El baile cuida tu corazón. Lo dicen los cardiólogos: bailar de 30 a 40 minutos, tres veces por semana, ayuda a controlar la tensión arterial, mejora los niveles de colesterol  y fortalece el corazón. Claro que no estamos hablando de boleros (aunque puedes concederte uno entre el cha-cha-chá, el rock and roll y la salsa, para recuperar aliento). Como con cualquier ejercicio aeróbico, los beneficios para el sistema cardiovascular dependerán del tiempo, la frecuencia  y la intensidad  del baile.

El baile fortalece los huesos. Se ha comprobado que las mujeres que acuden a clases de baile de forma regular aumentan su masa ósea y mejoran su flexibilidad y hasta el sentido del equilibrio. Los beneficios son especialmente evidentes en mujeres menopáusicas.

El baile aumenta tu nivel de optimismo. Si no te lo crees, es que no has bailado nunca. Bailar no solo es divertido (por algo es común a todos los pueblos del mundo), sino que puede ser también una cura para la soledad  y el aislamiento (y una buena forma de encontrar pareja...). 
Estudios del Instituto de Salud Mental de los EE UU revelan que ejercicios como el baile de salón reducen la ansiedad y la depresión.  Los expertos comprobaron que las mujeres que hacían este tipo de ejercicio (actividad física, más socialización) tenían la mitad de  depresiones  que las que no hacían ejercicio.

Para perder grasa  el ejercicio debe cumplir 4 requisitos:
1. Debe hacer mover piernas y brazos.
2. Debe realizarse al menos 3 veces por semana.
3. Si se hace 3 veces por semana, deben consumirse al menos 300 calorías  por sesión. Si se hace 4 veces por semana, deben consumirse al menos 200 calorías  por sesión.
4. Debe aumentar moderadamente el ritmo cardiaco.

Reproducido de plusesmas.com


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LA CRUZ DE LA PARRA

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La Cruz de la Parra
Ana Dolores García


La Cruz de la Parra es la reliquia más importante de Baracoa y al mismo tiempo la más antigua que se conserva en Cuba. Según la bitácora del Almirante Cristóbal Colón, éste, en su primer viaje al continente que después se llamó América, plantó 29 cruces en aquellos lugares en los que desembarcaba. Fueron símbolos de la evangelización que llegaba a las tierras  descubiertas según  los deseos de Isabel de Castilla.

De esas 29 cruces, la única que se conserva hoy en día es precisamente la que se encuentra en Baracoa, uno de los primeros lugares visitados por Colón en su prístino viaje. Es llamada por ello “la cruz de Colón”, aunque sea conocida más popularmente como “la cruz de la parra” atendiendo a la madera con la que fue confeccionada y al lugar donde fue posteriormente descubierta por Diego Velázquez. 

Réplica de la Cruz de Parra 
El Padre Bartolomé de Las Casas describió así lo que había leído en los relatos del propio Colón:  «Asentó una cruz grande a la entrada de aquel puerto que creo llamó Porto Santo, sobre unas peñas vivas» en aquel día 1 de diciembre de 1492,  el cuarto después de su arribo a tierras de Baracoa. 

Diego Velázquez, cuando en 1511 fundó el primer asentamiento español en Cuba al que llamó Villa de Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa, encontró entre unos parrales de Coccoloba Diversifolia (más conocida en Cuba como uva caleta), la cruz que había sido plantada por Cristóbal Colón, y que poco a poco fue tomando el nombre de “la cruz de la parra”.  

La que durante casi medio milenio fue considerada por muchos sólo como una tradición o leyenda milagrera de marcado sentido religioso, hoy en día cuenta  con autenticidad comprobada. En efecto, análisis llevados a cabo en laboratorios europeos y norteamericanos han podido comprobar que su madera procede de un árbol común en las costas caribeñas, la Coccolobaa diversifolia  o uva caleta cubana, conclusión que echó por tierra la teoría de que había sido traída por Colón en su viaje. Es una especie de madera rojiza que no se encuentra ni en Europa ni en Asia o África. Otra conclusión a la que arribaron en una universidad norteamericana al hacerle una prueba con carbono 14  es que su antigüedad ronda los quinientos años.
 
Lo que se conserva de ella es sólo una parte de la cruz original. Sus extremos fueron siendo recortados a través de los años bien para complacer a gentes piadosas o, incluso, a algunos Gobernadores españoles que visitaron la región. Hasta Alejandro Humboldt se llevó una reliquia de ella. Igualmente se tomaron trozos para los análisis a los que se ha hecho referencia en el párrafo anterior. Su dimensión actual es de 62 centímetros de alto y 57 de brazos, siendo el tamaño  de la pieza original  de 238 centímetros de alto. 

Ya a comienzos del siglo XVI, en 1528, se hace mención a un hecho milagroso de la Santa Cruz de la Parra, al no producirse víctimas en la villa a causa de un terremoto de bastante intensidad. Desde entonces surgió la costumbre de sacarla en procesión y de invocar su protección ante la presencia amenazadora de corsarios, piratas o ciclones, tan frecuentes en toda la región del Caribe.

Al no tener ya dudas de su autenticidad, la Cruz de la Parra acaba de ser declarada Monumento Nacional y Tesoro de la Nación Cubana. Esta declaración oficial ha coincidido con los festejos que se celebraron el 15 de agosto del pasado mes de agosto para conmemorar los quinientos años de la fundación de Baracoa. 

La Cruz de la Parra original, también llamada Cruz de Parra, se encuentra en la Iglesia Parroquial de Baracoa. Existe igualmente una réplíca que ha sido colocada en el lugar donde se cree fue plantada por Cristóbal Colón. 

Al finalizar en Baracoa una Eucaristía de acción de gracias el 15 de agosto por la fundación, hace quinientos años, de la primera villa en la Isla, el arzobispo de Santiago de Cuba levantó en alto la Cruz de la Parra  y bendijo con ella a unos dos mil fieles congregados en la plaza.

El acto había sido convocado por el obispo de la diócesis de Guantánamo-Baracoa, monseñor Willy Pino quien, en sus palabras de bienvenida, reconoció la presencia de casi todos los obispos de la Isla, así como la de los representantes políticos de la nación y de la provincia que habían acudido a la cita.

La Eucaristía fue presidida por el arzobispo de Santiago de Cuba, monseñor Dionisio García Ibáñez, quien predicó la homilía invitando a vivir la historia como enseñanza con mirada de futuro.

Monseñor Pino recordó a quienes “aún queriendo, no han podido venir, por estar trabajando o viviendo en otros países, por problemas de transporte, por motivos laborales, por estar enfermos o en prisión o estar cuidando a personas ancianas”.

Subrayó que “Dios los bendecirá igualmente”, al tiempo que expresaba para todos su bienvenida a la tierra “del famoso Yunque (una formación montañosa que tiene esa forma), de los bellos ríos, de muchos platos típicos y sobre todo de la gente amable complaciente y hospitalaria, que junto a la Iglesia que ha acompañado a este pueblo en todos estos 500 años, les recibe con los brazos y el corazón abiertos”.

De todas las comunidades de la diócesis, llegaron los católicos vistiendo camiseta blanca con el mensaje: “500 generaciones de fe, 1511-2011,  Vi un cielo nuevo y una tierra nueva”.

También acudieron delegados de otras diócesis del resto de Cuba. Muchos tuvieron que viajar durante horas para estar presentes, y regresaron al anochecer a sus diócesis, en camiones contratados para ello.

Al iniciarse el acto, los jóvenes hicieron una representación sobre los orígenes de la ciudad, la llegada de los primeros conquistadores, el encuentro de culturas, y la labor evangelizadora de los misioneros, entre los que destacaron a san Antonio María Claret, obispo de Santiago de Cuba entre 1849 y 1858, que entonces abarcaba casi la mitad de la Isla.

La Cruz de la Parra había recorrido la Isla de Cuba en peregrinación nacional en preparación a la visita del Beato Papa Juan Pablo II en enero de 1998, quien la bendijo en la Misa solemne que celebrara en una plaza pública en Santiago de Cuba.

Fragmentos de la Eucaristía celebrada el 15 de agosto en Baracoa fueron tomados de Zenit/ Por Araceli Cantero


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FRASE DE SABIDURÍA

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La política es un acto de equilibrio entre la gente que quiere entrar y aquellos que no quieren salir.
- Jacques Benigne Bossuet   (1627-1704) Clérigo católico francés y escritor.
 

11 de septiembre de 2011

AQUELLA MAÑANA DE SEPTIEMBRE


Aquella mañana de septiembre

 
Luis de la Corte Ibáñez

Aquella mañana de septiembre, lo recordamos bien, el skyeline de Nueva York se recortaba nítido sobre un cielo limpio y claro. Pero algo estaba a punto de suceder, algo cuyo inicio real databa de unos cuantos años atrás. 

En 1996 Khalid Sheik Mohamed, un kuwaití con pasaporte de Pakistán, veterano de la guerra entre afganos y soviéticos, llegó a las montañas de Tora Bora, situadas al este de Afganistán. Mohamed acudía a entrevistarse con Osama Bin Laden, un carismático agitador extremista de origen saudí que también había contribuido en su día a la lucha de los muyahidines afganos contra la Unión Soviética. 

Por aquel entonces el nombre de Osama empezaba a sonar con fuerza en las agencias de seguridad e inteligencia occidentales por haberse convertido en emir de Al Qaida, una organización terrorista que él mismo y otros líderes del islamismo sunní más radical habían fundado en agosto de 1988 en Peshawar (Pakistán). Ideada con el propósito de lanzar un yihad (más o menos “guerra santa”) de alcance mundial contra todos los enemigos del islam, los pilares ideológicos, los recursos y la red de militantes y grupos colaboradores de Al Qaida se habían ido fraguando en años anteriores en diversos países hasta encontrar una base segura en territorio afgano, donde Bin Laden acabó instalándose, también en 1996. 

Conociendo su obsesión por atacar intereses estadounidenses, Khalid Sheik Mohamed había acudido a Tora Bora para proponerle a Bin Laden un proyecto de atentado terrorista múltiple, parecido al que había tratado de llevar previamente a término y sin éxito en Filipinas, justo un año antes. El plan expuesto entrañaba una ambición que parecía desmedida: se trataba de secuestrar diez aviones en vuelo a fin de estrellar nueve de ellos contra diversos edificios ubicados en suelo estadounidense, incluida una central nuclear. El décimo avión sería llevado a un lugar seguro para sus captores y una vez aterrizado el propio Mohamed ofrecería una rueda de prensa para justificar sus ataques como respuesta a las incontables injusticias perpetradas por Estados Unidos en todo el mundo y en particular contra el mundo musulmán. Sin duda, un proyecto brutal y muy complicado.

No obstante, en abril de 1999 Bin Laden convocó a Mohamed para comunicarle que su plan sería apoyado por la organización, aunque con alteraciones significativas en cuanto al número y la naturaleza de sus objetivos. A continuación, Mohamed y el jefe militar de Al Qaida activaron dos equipos. Entre principios del año 2000 y el verano de 2001 diecinueve individuos árabes, en su mayoría saudíes, fueron entrando en Estados Unidos. Todos habían pasado por Faruq, uno de los campos de entrenamiento para terroristas que Al Qaida regentaba en Afganistán, y todos habían pedido participar en una misión de martirio. 

Nada más llegar a suelo norteamericano cinco de ellos se apuntaron a academias de vuelo, cuatro para aprender a pilotar aviones, otro para refrescar lo aprendido con antelación. Uno de aquellos cuatro aprendices, el francés de origen marroquí Zacarías Moussaui fue detenido en julio de 2001 en Minneapolis, tras llamar la atención de sus instructores de vuelo que no comprendían porque su cliente se negaba cerrilmente a practicar aterrizajes. 

También en julio de 2001 el líder de uno los equipos, un ingeniero egipcio llamado Mohamed Atta, se desplazó fugazmente a España para reunirse en un hotel de Reus con otro miembro de Al Qaida, Ramzi Binalshibh, con quien intercambió informaciones sobre los preparativos y últimos detalles de la denominada “operación con aviones”. Y finalmente, el 11 de septiembre de 2001 los diecinueve terroristas subieron a cuatro aviones comerciales como pasajeros corrientes. Pocos minutos después del despegue y usando pequeños cuchillos y varios cuters tomaban el control de los vuelos y se desviaron de la ruta establecida. 

Como reflejaron las imágenes de televisión, con escenas propias de filmes de ficción, dos aviones ocupados por 92 y 65 personas se empotraron consecutivamente contra la torre norte y sur del World Trade Center de Nueva York, causando el derrumbe de ambos rascacielos y provocando la muerte a casi 2.700 personas. Minutos después otro avión comercial con 64 pasajeros a bordo era estrellado contra el Pentágono donde otras 125 víctimas perdieron su vida. 

Y más o menos una hora después del primer choque los 43 ocupantes del cuarto avión secuestrado morían al caer en una zona rural de Pensilvania. En este caso la resistencia opuesta por algunos pasajeros frustró el objetivo de impactar contra el Capitolio. En total, cerca de 3.000 personas murieron con violencia en aquella mañana de septiembre. Y por primera vez el territorio de Estados Unidos había sido alcanzado por el ataque de un enemigo extranjero. En los días, semanas y meses siguientes nadie se atrevía a asegurar que a los ataques del día 11 no siguieran otros de igual o mayor magnitud. Aquel día el terrorismo cumplió su propósito esencial: intimidar, inquietar, aterrorizar y atizar conflictos. 

A día de hoy son muchos los que aducen que la amenaza revelada por el 11-S fue probablemente exagerada (de manera espontánea o deliberada) o que, en todo caso, hace tiempo que perdió buena parte de su gravedad. Lo segundo parece cierto. Y sobre lo primero se puede discutir. 

Pero nadie puede negar que lo ocurrido aquella mañana de septiembre condicionaría en gran medida la siguiente década. Guste o no guste la palabra, aquella mañana de septiembre el mundo alumbró una nueva “guerra”, y no sólo porque la declarase el presidente de la nación más poderosa del mundo, como efectivamente hizo George W. Bush, sino por voluntad de un grupo de fanáticos barbudos que decían hablar en nombre de la religión más extendida del planeta.

Lo que vino después es conocido. Estados Unidos ha conseguido evitar otro 11-S (al menos hasta la fecha), al igual que muchos atentados han sido frustrados y muchos terroristas (incluido Bin Laden) han sido neutralizados en todo el mundo. Por último, Al Qaida no es ni sombra de lo que fue. Pero no todo ha ido bien porque las guerras (incluso las que es legítimo o necesario librar) son, por su propia naturaleza, destructivas en múltiples sentidos. El terrorismo yihadista ha seguido y seguirá produciendo terror, inestabilidad y muerte. 

El equilibrio entre seguridad y libertad se vio alterado. Se cometieron actos infames y se tergiversó la realidad en nombre de causas y valores nobles. Se produjeron numerosos y graves daños colaterales (inevitables hasta en la guerra más justa). Y dos países fueron invadidos. Uno (Afganistán) con mucha mayor necesidad que el otro (Irak) aunque en ambos casos hoy no se sepa bien qué hacer con ellos. Son, entre otras, algunas de las secuelas desencadenadas tras aquella mañana de septiembre. 


Reproducido de elimparcial.es


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