12 de septiembre de 2010


EDITH EN SU JAULA DE ORO.

- Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba, septiembre (www.cubanet.org) - Cuando toqué a su puerta, pintada de rojo-fuego, en la calle Conill del reparto Nuevo Vedado, en La Habana, no podía imaginarme lo que me esperaba dentro.

Allí vive Edith García Buchaca (1916), comunista de larga lucha por la justicia social, en prisión domiciliaria desde marzo de 1964, cuando comienza en la capital el proceso judicial contra Marcos Rodríguez, acusado de haber delatado a un grupo de insurrectos, asesinados por la policía de Fulgencio Batista.

Toqué el timbre de aquella puerta y me abrió una sirvienta anciana de raza negra. Espléndida casa donde Edith ha cumplido su castigo al pie de la letra, junto a su fallecido esposo Joaquín Ordoqui, seguramente agradecida porque como todo importante personaje de la revolución cubana, disfruta de una de las hermosas y confortables residencias de la alta burguesía habanera.

Me había citado para el pasado 2 de septiembre, después del mediodía. Le conté de mi amistad con su hijo Joaquinito Ordoqui, en los años setenta del siglo pasado, fallecido en España en 2004. Le mostré un retrato surrealista que me hizo, donde escribió: Para Tania, que también sueña.

Ella observó el dibujo con sus ojos tristes y cansados, todavía lúcida a los 94 años, y su gran carga de sufrimientos. Cuando le mencioné el libro de Carlos Manuel Pellicer, Útiles después de muertos, donde aparece la historia de Marcos, ella y Ordoqui, dijo en voz baja que lo había leído.

El libro de Pellicer explica con lujo de detalles la labor de espionaje realizada por Marcos contra grupos revolucionarios de derecha, por orden de algunos de los altos jefes del Partido Comunista, que no fueron en ningún caso Edith y Ordoqui.

No estábamos solas. La acompañaba Dania, hija de su primer matrimonio con Carlos Rafael Rodríguez. Siempre alerta, como protegiendo a su madre.

-Mi mamá no acepta entrevistas. Ni siquiera a Granma –me dijo.

Difícilmente -pensé- Granma la entrevistaría.

Llevaba en la mente un montón de preguntas que había elaborado durante una semana y sin optimismo. No resulta difícil conocer a los viejos comunistas, hechos del mismo molde y la misma absurda y enfermiza obediencia partidista de la época de Stalin.

-Yo soy marxista-leninista -me dijo Edith en un hilo de voz, como si quisiera interponer una barrera entre las dos.

Pero no pudo. Sentí una extraña corriente de simpatía a lo largo de nuestra conversación, algo que no creo prudente explicar, porque ni con el pétalo de una rosa haría daño a esa anciana que conocí a principios de la revolución, bella, inteligente, joven todavía, del brazo de aquel antiguo líder de los trabajadores tan admirado y querido en Cuba durante la República, despojado también de todos sus méritos y obligado a vivir encerrado en su casa hasta el día de su muerte.

Cuando me despedí, tomé sus manos entre las mías. Hubiera querido decirle muchas cosas más. Por ejemplo, que ha vivido, es cierto, 46 años encerrada entre paredes, pero en paz con su conciencia, sin culpa alguna ante tanta pena de muerte, ante tanta barbarie.

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