15 de junio de 2010


La Roldana

Marlene María Pérez Mateo

Toda visita a “San Lorenzo del Escorial” es una constante invitación a la más fina devoción artística y religiosa. Una de las obras que en dicho recinto se alberga, a la entrada del Claustro, es la policromada figura de “San Miguel venciendo al demonio” (1693). El arcángel blandiendo su espada contra el maligno impresiona como una acción en progreso y constante repetición. Cautiva esta obra del barroco español y mucho más sobresalta el saber que salió de las manos, la mente y el sentir de una mujer.

El arte de la escultura no es para muchos entendidos y profanos el campo donde la mano femenina alcance una reconocida presencia y connotación. Ello tiene sus excepciones más de las veces muy honrosas. Una de ellas, Luisa Ignacia Roldan de Mena-Ortega, usualmente conocida como “La Roldana”, nació en Sevilla el 8 de septiembre de 1652 dentro de una familia de artistas, artesanos y creadores. Aprendió y trabajó en el taller de su padre Pedro Roldán, escultor de la época, junto con sus hermanos Marcelino, Pedro y María.

Contrajo matrimonio en 1671 con Luis Antonio de Arcas, un aprendiz del taller donde trabajaba, y luego se trasladó a Madrid. Juntos tuvieron seis hijos, de los cuales sobrevivieron dos. Vivió con estrecheces económicas de todo tipo.


Poco antes de su muerte, acontecida el 10 de enero de 1706, hace y firma su Declaración de pobreza. Es enterrada casi por caridad en la Iglesia de San Andrés, una de las más antiguas de Madrid. Fue declarada escultora de Cámara Real de Felipe II y en 1706 recibió el título de “Académica de Mérito” por la Academia de San Lucas de Roma. En ambos casos ha sido la única mujer que ha recibido ambos honores y distinciones hasta nuestros días.

La imaginería barroca española ha llegado hasta nosotros, incluso al otro lado del Atlántico, con su legado. La Roldana asumió e hizo suyo lo mejor de su tiempo. Fue una artista muy cuidadosa de la elegancia y el detalle. Sus esculturas denotan emotividad, expresión vitalizadora y, sobre todo, movimiento. El colorido que les caracteriza parece tomado de un “spectrum” paradisiaco, con gran equilibrio entre lo natural y divino; sin rasgo alguno de monotonía. Los postizos (algo impensable para entonces), el pelo ondulado de sus figuras, los ojos de sus pasos de procesión, que aun parece que lloran, los “Belenes” (Nacimientos) que rememoran con justicia al Belén real, estos y muchos otros hechos validan la maestría de esta mujer que ha dejado su biografía, más que en documentos y recuerdos, en su propia creación.

Marlene María Pérez Mateo
Elizabeth, NJ,
Junio 2010
Ilustración Google

"San Miguel Arcángel" poema de Dulce María Loynaz, en su propia voz:

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