Las cartas se perdieron
Marlene María Pérez Mateo
Unas antiguas revistas que la buena fortuna y el mejor empeño de los míos conservaron por décadas en mi hogar, guardaban en sus páginas una sección melodramática bajo el titulo «Las cartas se perdieron». En ella se presentaban misivas que, si hubieran llegado a su destino, el curso de la historia de sus destinatarios hubiera cobrado un giro de ciento ochenta grados, y lo contrario, su extravío, era el detonante de un sin número de eventos que alimentaban la fantasía de los muchos aficionados que el mencionado género tiene.
La epístola perdida como eje de una historia resulta para mí no solo un hecho de folletín. Me ha tocado y lo seguirá haciendo el genero epistolar; en lo personal y propio dado el panorama de cercanía y/o lejanía, en que en esta “ «aldea común», el Planeta Tierra, vivimos los mortales.
Hace unos años conocí al señor Frank Kafka por medio de la que creo su obra más nombrada, «La metamorfosis». No es necesario comentar o agregar algo más a estas alturas, sobre el significado de dicha narración y de su autor; pretenderlo no es mi objetivo en este momento. La realidad desnuda que en ella se describe y el análisis social y ético, magistralmente llevado a una plástica literaria que tal parece tangible, trazó ante mis ojos un Kafka de una realidad desnuda, inteligente y cruda. Bajo el amparo del tiempo como mejor aliado, llegó a mis manos una anécdota que matizaría la imagen literaria y personal del escritor checo.
Dora Diamont, la última compañera del artista, testimonió los hechos donde cobrarían vida trece cartas para un destinatario casi incógnito. Aconteció en 1924, en el Parque Steglitz, en Berlin, donde Kafka encontró en uno de sus habituales paseos a una niña nombrada Elsie, llorando desconsoladamente por la pérdida de su muñeca. La escena conmovió de tal manera al escritor que dio solución a la tragedia infantil cambiando el rumbo de la historia a recodo de aguas más mansas. Se presentó a sí mismo ante la niña como emisario de la muñeca, la cual fue descrita como una diminuta viajera incansable.
Tales encantos lúdicros las muñecas alcanzaban, según la opinión kafkasiana, distintos carismas; y la de Elsie era un tanto peregrina. De ese modo el Maestro del existencialismo escribió un total de trece cartas las cuales entregó a su destinataria, donde se narraban los escenarios del viaje de su antigua aliada de juego. Varios días bajo la sombra del follaje de los árboles llevó Kafka, una a una, las cartas a su nueva amiga. Compartían juntos su entrega, lectura y el goce motivador de un próximo encuentro. Fue así como la epístola, o mejor dicho las epístolas de Kafka, añadieron a los gustosos de este género un «buen sabor» de forma casi insólita y tierna.
No se disponen de muchos datos que corroboren esta historia de manera documental. Hasta ahora se desconoce la completa identidad de la que hoy sería centenaria Elsie. Quizás los descendientes de la co-protagonista de este real cuento kafkasiano, aún guarden lo que pudiera ser considerado la última obra de su autor. Max Brod, albacea literario del escritor, afortunada y sabiamente, nunca cumplió la petición de quemar toda su obra. Ojalá por segunda vez y luego de muchos años el buen juicio sea cómplice respecto a la preservación de estas paginas. Es éste un buen deseo a largo plazo.
El escritor barcelonés Jordi Sierra I Fabra, nominado en varias ocasiones al Premio Hans Christian Andersen, ha hecho la espera útil obsequiando a los lectores su libro «Kafka y la muneca viajera». Una recreación de lo que pudieran haber sido dichas misivas, teniendo en este caso un destinatario colectivo, «el ser humano», bajo el sello «Editorial Siruela» en la colección «Las tres edades». La intemporalidad y lo universal de libros como éste hacen que conceptos como belleza e inocencia cobren aires renovados. El mundo infantil pudiere y de hecho pasa desapercibido ante lo maleado del diario vivir que se ahoga en una cotidianidad aplastante. La desventura de una pérdida como en este caso, abrió las puertas a un argumento narrativo en la reconstrucción imaginaria del hecho, que nos ofrece la tentación de ser «nuevas Elsie» o «nuevas muñecas viajeras» en un peculiar periplo dentro de la magia de la literatura.
La lectura fácil y sobradamente revitalizadora de este libro conlleva a congratular a Sierra I Fabra por un regalo tan especial. Es mi deseo que sea para muchos un preludio halagüeño para iniciar nuevas aventuras y mejores viajes.
Marlene María Pérez Mateo
Febrero 2010, Elizabeth, NJ
La iniciativa de crear una obra a partir de la recreación de un evento casi desconocido, que inspiró la escritura de un original del que no se dispone.
Unas antiguas revistas que la buena fortuna y el mejor empeño de los míos conservaron por décadas en mi hogar, guardaban en sus páginas una sección melodramática bajo el titulo «Las cartas se perdieron». En ella se presentaban misivas que, si hubieran llegado a su destino, el curso de la historia de sus destinatarios hubiera cobrado un giro de ciento ochenta grados, y lo contrario, su extravío, era el detonante de un sin número de eventos que alimentaban la fantasía de los muchos aficionados que el mencionado género tiene.
La epístola perdida como eje de una historia resulta para mí no solo un hecho de folletín. Me ha tocado y lo seguirá haciendo el genero epistolar; en lo personal y propio dado el panorama de cercanía y/o lejanía, en que en esta “ «aldea común», el Planeta Tierra, vivimos los mortales.
Hace unos años conocí al señor Frank Kafka por medio de la que creo su obra más nombrada, «La metamorfosis». No es necesario comentar o agregar algo más a estas alturas, sobre el significado de dicha narración y de su autor; pretenderlo no es mi objetivo en este momento. La realidad desnuda que en ella se describe y el análisis social y ético, magistralmente llevado a una plástica literaria que tal parece tangible, trazó ante mis ojos un Kafka de una realidad desnuda, inteligente y cruda. Bajo el amparo del tiempo como mejor aliado, llegó a mis manos una anécdota que matizaría la imagen literaria y personal del escritor checo.
Dora Diamont, la última compañera del artista, testimonió los hechos donde cobrarían vida trece cartas para un destinatario casi incógnito. Aconteció en 1924, en el Parque Steglitz, en Berlin, donde Kafka encontró en uno de sus habituales paseos a una niña nombrada Elsie, llorando desconsoladamente por la pérdida de su muñeca. La escena conmovió de tal manera al escritor que dio solución a la tragedia infantil cambiando el rumbo de la historia a recodo de aguas más mansas. Se presentó a sí mismo ante la niña como emisario de la muñeca, la cual fue descrita como una diminuta viajera incansable.
Tales encantos lúdicros las muñecas alcanzaban, según la opinión kafkasiana, distintos carismas; y la de Elsie era un tanto peregrina. De ese modo el Maestro del existencialismo escribió un total de trece cartas las cuales entregó a su destinataria, donde se narraban los escenarios del viaje de su antigua aliada de juego. Varios días bajo la sombra del follaje de los árboles llevó Kafka, una a una, las cartas a su nueva amiga. Compartían juntos su entrega, lectura y el goce motivador de un próximo encuentro. Fue así como la epístola, o mejor dicho las epístolas de Kafka, añadieron a los gustosos de este género un «buen sabor» de forma casi insólita y tierna.
No se disponen de muchos datos que corroboren esta historia de manera documental. Hasta ahora se desconoce la completa identidad de la que hoy sería centenaria Elsie. Quizás los descendientes de la co-protagonista de este real cuento kafkasiano, aún guarden lo que pudiera ser considerado la última obra de su autor. Max Brod, albacea literario del escritor, afortunada y sabiamente, nunca cumplió la petición de quemar toda su obra. Ojalá por segunda vez y luego de muchos años el buen juicio sea cómplice respecto a la preservación de estas paginas. Es éste un buen deseo a largo plazo.
El escritor barcelonés Jordi Sierra I Fabra, nominado en varias ocasiones al Premio Hans Christian Andersen, ha hecho la espera útil obsequiando a los lectores su libro «Kafka y la muneca viajera». Una recreación de lo que pudieran haber sido dichas misivas, teniendo en este caso un destinatario colectivo, «el ser humano», bajo el sello «Editorial Siruela» en la colección «Las tres edades». La intemporalidad y lo universal de libros como éste hacen que conceptos como belleza e inocencia cobren aires renovados. El mundo infantil pudiere y de hecho pasa desapercibido ante lo maleado del diario vivir que se ahoga en una cotidianidad aplastante. La desventura de una pérdida como en este caso, abrió las puertas a un argumento narrativo en la reconstrucción imaginaria del hecho, que nos ofrece la tentación de ser «nuevas Elsie» o «nuevas muñecas viajeras» en un peculiar periplo dentro de la magia de la literatura.
La lectura fácil y sobradamente revitalizadora de este libro conlleva a congratular a Sierra I Fabra por un regalo tan especial. Es mi deseo que sea para muchos un preludio halagüeño para iniciar nuevas aventuras y mejores viajes.
Marlene María Pérez Mateo
Febrero 2010, Elizabeth, NJ
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Marlene muy interesante pues de Kafka solo conocia su obra La Metamorfosis estudiada en Literatura.Pero esta historia me resulto interesante y fascinante, porque, como tuvo esa idea de recrear para aliviar el desconsuelo de Elsie estos relatos sobre su muneca perdida y de hecho como sirvio de inspiracion para este escritor barcelones. Ojala algun dia aparescan estas cartas.
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