9 de enero de 2016

El éxodo del cambio-fraude


 
El éxodo del cambio-fraude
Andrés Reynaldo
Ya Raúl Castro tiene su primer éxodo. A su manera. Según los tiempos. De Ecuador a México la avalancha de cubanos permea las fronteras y apunta a Estados Unidos, principalmente a Miami. Gota a gota. Implacable. El éxodo del cambio-fraude.

Esta vez, los fugitivos son ordeñados hasta el último centavo por un cartel de autoridades y contrabandistas. Una operación de cientos de millones de dólares. A cualquier hora, en cualquier calle de La Habana, en los parques de los pequeños pueblos, se consigue fácilmente un contacto para dar el gran salto. Unas horas bastan para que aparezcan los compradores de una casa, un negocio, un auto, joyas. En la cara de la policía y los chivatos de barrio, bajo las insomnes cámaras de vigilancia de la Seguridad del Estado. Como observa Fabiola Santiago, la dictadura respeta el derecho a escapar. Siempre que pagues tu precio.

 Para Raúl, ganancia neta. Tal como ocurre ante un chapucero acto de magia se requiere una voluntaria suspensión de la capacidad de duda para creer que las autoridades cubanas no estén detrás de la operación. Lo saben en el gobierno de Costa Rica. Lo tienen que saber los americanos, capaces de escuchar la caída de un alfiler allí donde peguen la oreja. Con la complicidad de Ecuador, Nicaragua y El Salvador, cuando menos. Con la doblez de Guatemala y México. La diplomacia del coyotaje. Sólo los ticos se negaron a sacarle el jugo a la tragedia. A riesgo de quedar en una situación sin salida.

Muchos se preguntan por qué Cuba lanza este éxodo en medio del deshielo con Obama. Bueno, esto es lo que Cuba hace habitualmente en épocas de deshielo. Subir la parada. Usar a su población como ariete frente a un presidente norteamericano que los Castro consideren débil en política exterior. En eso no se equivocan. Al hombre que le entrega Crimea a Putin y Siria a ISIS, que le abre a Irán el camino hacia la potencia nuclear, que no titubeó en poner a Egipto en los brazos de la Hermandad Musulmana, y que les acaba de regalar, a cambio de nada, la oportunidad de perpetuar la más larga y sórdida dictadura de las Américas bajo un nuevo modelo de opresión, bien que pueden crearle una crisis migratoria.

Para empezar, en el alivio de la presión demográfica Raúl encuentra un alivio de la presión política. Casi de inmediato, el éxodo produce un aumento de ingresos por remesas y viajes. En lo político, la ola de jóvenes con unos valores éticos desgastados en la miseria y la manipulación de la identidad nacional como instrumento de servidumbre, aumenta la masa crítica de un sector de “inmigrantes económicos” que asume cínicamente la longevidad de la dictadura como un signo de su legitimidad. Por último, se saca de la mesa de negociaciones la discusión sobre derechos humanos con la propuesta de una inmigración organizada. Así, una y otra vez, curiosamente bajo administraciones demócratas, Washington satisface una doble necesidad de los Castro: deshacerse de gente y no hablar sobre libertades.

Ante el mundo, la dictadura achaca su decrepitud al embargo y acusa como agresión todo gesto de acercamiento. Es la perversa lógica del estado delincuente. El argumento de la víctima como defensa del verdugo. La repugnante inversión del diálogo. Mientras miles de familias cubanas atraviesan selvas y desiertos, duermen a la intemperie y sufren hambre y sed, Raúl se permite una broma macabra: dona $200,000 para los campamentos de refugiados sahauríes en Argelia. Este es el hombre del cambio. Esta es la cruz de Cuba.

Reproducido de El Nuevo Herald

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