El éxodo del cambio-fraude
Andrés Reynaldo
Ya Raúl
Castro tiene su primer éxodo. A su manera. Según los tiempos. De Ecuador a
México la avalancha de cubanos permea las fronteras y apunta a Estados Unidos,
principalmente a Miami. Gota a gota. Implacable. El éxodo del cambio-fraude.
Esta
vez, los fugitivos son ordeñados hasta el último centavo por un cartel de
autoridades y contrabandistas. Una operación de cientos de millones de dólares.
A cualquier hora, en cualquier calle de La Habana, en los parques de los
pequeños pueblos, se consigue fácilmente un contacto para dar el gran salto.
Unas horas bastan para que aparezcan los compradores de una casa, un negocio,
un auto, joyas. En la cara de la policía y los chivatos de barrio, bajo las
insomnes cámaras de vigilancia de la Seguridad del Estado. Como observa Fabiola
Santiago, la dictadura respeta el derecho a escapar. Siempre que pagues tu
precio.
Para Raúl, ganancia neta. Tal como ocurre ante
un chapucero acto de magia se requiere una voluntaria suspensión de la
capacidad de duda para creer que las autoridades cubanas no estén detrás de la
operación. Lo saben en el gobierno de Costa Rica. Lo tienen que saber los
americanos, capaces de escuchar la caída de un alfiler allí donde peguen la
oreja. Con la complicidad de Ecuador, Nicaragua y El Salvador, cuando menos.
Con la doblez de Guatemala y México. La diplomacia del coyotaje. Sólo los ticos
se negaron a sacarle el jugo a la tragedia. A riesgo de quedar en una situación
sin salida.
Muchos
se preguntan por qué Cuba lanza este éxodo en medio del deshielo con Obama.
Bueno, esto es lo que Cuba hace habitualmente en épocas de deshielo. Subir la
parada. Usar a su población como ariete frente a un presidente norteamericano
que los Castro consideren débil en política exterior. En eso no se equivocan.
Al hombre que le entrega Crimea a Putin y Siria a ISIS, que le abre a Irán el
camino hacia la potencia nuclear, que no titubeó en poner a Egipto en los
brazos de la Hermandad Musulmana, y que les acaba de regalar, a cambio de nada,
la oportunidad de perpetuar la más larga y sórdida dictadura de las Américas
bajo un nuevo modelo de opresión, bien que pueden crearle una crisis
migratoria.
Para
empezar, en el alivio de la presión demográfica Raúl encuentra un alivio de la
presión política. Casi de inmediato, el éxodo produce un aumento de ingresos
por remesas y viajes. En lo político, la ola de jóvenes con unos valores éticos
desgastados en la miseria y la manipulación de la identidad nacional como
instrumento de servidumbre, aumenta la masa crítica de un sector de
“inmigrantes económicos” que asume cínicamente la longevidad de la dictadura
como un signo de su legitimidad. Por último, se saca de la mesa de
negociaciones la discusión sobre derechos humanos con la propuesta de una
inmigración organizada. Así, una y otra vez, curiosamente bajo administraciones
demócratas, Washington satisface una doble necesidad de los Castro: deshacerse
de gente y no hablar sobre libertades.
Ante el
mundo, la dictadura achaca su decrepitud al embargo y acusa como agresión todo
gesto de acercamiento. Es la perversa lógica del estado delincuente. El
argumento de la víctima como defensa del verdugo. La repugnante inversión del
diálogo. Mientras miles de familias cubanas atraviesan selvas y desiertos,
duermen a la intemperie y sufren hambre y sed, Raúl se permite una broma
macabra: dona $200,000 para los campamentos de refugiados sahauríes en Argelia.
Este es el hombre del cambio. Esta es la cruz de Cuba.
Reproducido de El Nuevo Herald
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