Cuba y las tres
preguntas
Carlos Alberto Montaner
Los Castro han
cumplido 57 eneros en el poder. A estas alturas, la curiosidad general se
limita a formular tres preguntas inquietantes: ¿Por qué han durado tanto? ¿Es
un fracaso, como dicen sus adversarios, o un éxito, como aseguran los simpatizantes?
¿Qué sucederá después de este larguísimo gobierno, el más prolongado de la
historia de América?
El
gobierno de los Castro ha sido tan duradero porque es una dictadura que no
busca el consentimiento de la sociedad, ni se dedica a obedecerla. Por el
contrario, sus esfuerzos están permanentemente consagrados a dirigirla y
controlarla.
El secreto
de esa permanencia es convertir al pueblo en rebaño y estabularlo
convenientemente. Para esos fines dispone de un formidable aparato de
contrainteligencia cifrado en unas 60 000 personas y un probado guión
represivo. El 0.5% de la población, de acuerdo con la infalible fórmula
aprendida de la Stasi alemana, madre y maestra de los servicios cubanos junto
al KGB.
El otro
régimen parecido que existe en el planeta, Corea del Norte, es también una
dinastía militar y tiene 68 años de vida continua. El padre de ese orquestado
hormiguero de gimnastas rítmicos fue Kim Il-Sung. Comenzó en 1948 y murió,
mandando, en 1994, no sin antes legar a los museos las sillas en las que había
colocado sus egregias nalgas. Luego le han seguido su hijo Kim Jong-il y su
nieto Kim Jong-un.
Las Tropas
de Seguridad norcoreanas exceden los 106 000 miembros para controlar 24
millones de sobrevivientes. Más del doble de la población cubana. Ese aparato
policíaco, que no se anda con chiquitas, ha creado un sistema de castas
políticas llamado Songbun que divide a las personas en tres grupos: leales,
vacilantes y hostiles. Los leales sirven como auxiliares de la
contrainteligencia en el acoso y vigilancia de los otros dos sectores. No en balde,
cuando Fidel Castro visitó Corea del Norte, según cuentan los que le
acompañaron, quedó fascinado con el experimento. Le pareció un país modélico.
¿Ha
triunfado o fracasado el castrismo? Si se mide por la capacidad de adherirse al
poder, ha triunfado sin la menor duda. Raúl Castro era Ministro de Defensa a
los 28 años, ya tiene 85, y nunca ha descendido de buenos autos oficiales y
nunca ha dejado dejado de vivir espléndidamente junto a la familia real. Para
él y para su grupo de paniaguados, ha sido un éxito.
Si se mide
por la influencia lograda por el régimen la conclusión es la misma. Venezuela
se ha convertido en una generosa colonia, meticulosamente explotada, y los
operadores políticos de la DGI cubana orientan, controlan o influyen en una
docena de desdichados países latinoamericanos, al extremo de que la paz
colombiana irresponsablemente se negocia en La Habana.
Pero si lo
que se tiene en cuenta es el la prosperidad general del país y el grado de
felicidad genuina del conjunto de la población, ha sido un fracaso rotundo. A
lo largo de tres generaciones los cubanos han sufrido miles de fusilamientos,
han sido encarcelados decenas de millares de presos políticos, se han exiliado
millones de personas, y el gobierno ha erigido el modo de creación de riquezas
más improductivo de la historia, mientras demolía meticulosamente la estructura
material que había heredado. Es “el arte de hacer ruinas” en su máxima
expresión.
En 57 años
de control absoluto del poder, los Castro han agravado hasta el martirio los
elementos clave de la vida cotidiana: la alimentación y el acceso a agua
potable, la vivienda, el transporte, las comunicaciones, el suministro de
electricidad, la ropa y el calzado. De ese tétrico panorama escapan, como
siempre, los millares de cubanos en estos días varados en Costa Rica,
compasivamente cuidados por el gobierno y el pueblo de ese ejemplar país.
Esos
nefastos resultados no son, en realidad, producto de la maldad, sino de la
ignorancia, la ambición de poder y la arrogancia revolucionaria emanada de las
certezas marxistas. Estaban dispuestos a matar y a hacer daño con tal de
mantenerse en el poder y obligar a los cubanos a vivir de acuerdo con la utopía
que se les había alojado en sus enfebrecidas cabecitas. Por eso han devastado
al país.
¿Qué
pasará en el futuro? Nada sustancial. Mientras no desaparezcan o se retiren de
la vida pública los Castro y su camarilla, y mientras ese sistema, hoy
transformado en Capitalismo Militar de Estado, permanezca en pie, el país
seguirá condenado a la emigración masiva de cubanos desesperados y a la
improductividad más radical.
El
problema de fondo radica en las percepciones y en la confianza que emana de
ellas. Da igual si los norteamericanos le quitan el embargo o si aumenta
sustancialmente el número de turistas. Da igual si el presidente Obama visita
Cuba, como los últimos tres papas, y hace un discurso a favor de la libertad.
Los
cubanos, como regla general, no creen en el sistema. No creen en sus
compatriotas. No creen en el destino del país. No creen en quienes lo dirigen,
y mucho menos en la capacidad de esa burocracia adormilada y torva que
imperturbablemente continúa practicando la planificación centralizada. Todo eso
comenzará a cambiar después de enterrado el castrismo. Nunca antes.
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