La
misteriosa Mesopotamia,
el
objetivo del Estado Islámico
Entre los ríos Tigris y Éufrates,
florecieron las primeras civilizaciones de
la Historia.
Hoy, los yihadistas atacan las huellas
de los inventores de la escritura, la
agricultura,
el comercio, la contabilidad y el primer sistema de leyes
César Cervera
abc.es
El rechazo a otras culturas está incrustado en
el ADN de los fanáticos de todos los periodos, que destruyen lo que no pueden
explicar o lo que perciben como una
amenaza a su verdad indiscutible. Los asirios actuaron igual contra los
babilónicos, y éstos se vengaron después en los mismos términos. En nuestros
días, la destrucción absoluta de Nimrud, la capital asiria, ya es prácticamente
un hecho. Aunque las razones del Estado islámico para arrasar decenas de
estatuas asirias y acadias en el Museo de Mosul y el sitio arqueológico de Nimrud no tienen más
fondo que el sadismo gratuito y la propaganda, no deja de ser
paradigmático que el objeto de su ataque sea una de las primeras civilizaciones
de la historia, la semilla de lo que hoy es el mundo. La antigua Mesopotamia fue tan imprescindible como misteriosa.
En nombre de una interpretación radical del
islam, un grupo de yihadistas del Estado Islámico difundió el pasado jueves 26
de febrero un vídeo del asalto al Museo
de Mosul, donde hicieron añicos piezas que databan de la época asiria
(siglos VIII y VII a.C). Los arqueólogos han advertido que las barras de hierro
que contenían algunas de las estatuas dan fe de que eran reproducciones en yeso, pero no pudieron afirmar lo mismo de
la esfinge alada que aparece mutilada a causa de los mazazos de los
fanáticos. Esta incalculable estatua,
perteneciente a los Asirios, custodió durante milenios la ciudad de Nínive, descrita por la Biblia como una urbe «grande
sobremanera, de tres días de recorrido» y cuyas murallas volaron por los aires
los yihadistas a principios de año.
Los
sumerios
La historia nació allí. En
el cuarto milenio antes de Cristo surgió la civilización de Sumer entre los ríos Tigris y Éufrates, lo que
hoy son las áreas no desérticas del actual Irak y la zona limítrofe del noreste de Siria. Los sumerios, de los que no se conservan grandes
monumentos como los egipcios pero si tablillas de arcilla con los testimonios escritos más antiguos
desenterrados hasta la actualidad, pusieron los cimientos para el
desarrollo de los imperios asirio y babilónicos. Su capital, Uruk, está
considerada entre muchos arqueólogos como la primera organización estatal de la
Historia, con una clara estratificación social y una emergente actividad
comercial que se extendía por varias colonias cercanas.
La
burocracia, la contabilidad y el comercio exterior, son, de
hecho, invento suyo. Como les ocurrió a los primeros habitantes de Macondo –la
célebre población creada por García Márquez para «100 años de Soledad»–, «hubo un tiempo
en el que el mundo era tan reciente que muchas cosas carecían de nombre y para
mencionarlas había que señalarlas con el dedo». Los sumerios inventaron los
elementos básicos de la civilización y no se limitaron a señalarlos con el
dedo, fueron los primeros en dejarlo por escrito.
Además de los aspectos políticos, los sumerios
dividieron el año en doce meses, los días en 24 horas y los minutos en 60
segundos, establecieron un sistema de
medición y pesaje, elaboraron el primer sistema legal de derecho civil
–siglos después evolucionado en el famoso código de Hammurabi y estipularon el
descanso sabático, tomarse un día de descanso a la semana.
El Imperio
babilónico
En el año 2350 antes de Cristo la región vivió
la invasión de pueblos semíticos encabezados por Sargón «el Grande». El
imperio sumerio-arcadio, del que también se conservaban piezas en el Museo de Mosul, extendió su poder
por toda Mesopotania e instauró
una administración unificada. Los sucesores de Sargón mantuvieron la unidad del
imperio durante siglos, pero cerca del 1792 antes de Cristo ascendió al trono
un jefe amorreo, Hammurabi, dando inicio al Imperio babilónico.
Además de su aportación en materia jurídica
–especialmente recordado por el código que lleva su nombre–, Hammurabi llevó las fronteras del imperio de las costas
mediterráneas hasta el Kurdistán y el Golfo Pérsico. No obstante, los
sucesivos asaltos de los hititas y de los casitas erosionaron el poder
babilónico en los siguientes siglos.
Los
asirios
Hacia el 1.250 a.C. se establecieron en el norte de Babilonia los asirios,
quienes tomaron el control de todo el país valiéndose de su superioridad militar. «Llené con
sus cadáveres las cuevas y acantilados de las montañas. Saqueé sus ciudades y
las convertí en montañas de ruinas. Así me convertí en señor del extenso
territorio de los qutu», escribió el monarca asirio Tukulki-Ninurta sobre la violenta ofensiva llevada a cabo para conquistar
Mesopotamia. Los asirios –víctimas culturales de los ataques yihadistas hoy– se
alzaron como una despiadada máquina de guerra que arrasó los territorios de la
antigua Babilonia.
Tras un periodo de gran esplendor de este
imperio en torno al año 1230 a.C., durante el cual la capital estuvo en Asur
–actualmente en al-Charquat (Irak)–
y un ulterior periodo oscuro que se alargó varios siglos, los asirios
renacieron en el siglo ocho antes de Cristo con todo su potencial militar
intacto. Su nueva capital seestableció en Nínive, de donde proceden la mayoría
de las piezas mutiladas por el Estado Islámico, y se convirtió rápidamente en una de las ciudades más prósperas de la
Antigüedad.
No en vano, el esplendor de Nínive y el
renacer asirio fueron efímeros. Alrededor del 633 a. C. el Imperio Asirio
empezó a tambalearse y los medos
(tribus nómadas procedentes de Irán) atacaron Nínive. Una muestra de
debilidad que fue aprovechada por los babilónicos, siempre hostiles al dominio
asirio, para declarar la independencia
de Babilonia. Nínive fue reducida a cenizas y los medos ordenaron
inundar los canales que rodeaban la ciudad para hacerla desaparecer de la
Historia.
Los persas
La nueva independencia de Babilonia tampoco
duró mucho tiempo. La ciudad cayó en manos de Ciro II, el Rey persa, y, cuando la población se levantó contra el
invasor varias generaciones después como había hecho con los asirios, el Rey
Jerjes ordenó destruir la ciudad y masacrar
a la población. La ubicación de
Babilonia fue olvidada durante milenios.
Más allá de sus aportaciones al avance de la
humanidad, las civilizaciones que nacieron en Mesopotamia dejaron numerosas
incógnitas, sobre todo en lo
relacionado con sus religiones, que la arqueología no ha sabido
responder. Visto como la puerta a los infiernos por algunas tradiciones
antiguas y uno de los lugares donde más sangre se ha derramado en la Historia,
el reino entre los ríos Tigris y
Éufrates es el epicentro de numerosas leyendas de la humanidad.
Los dioses mesopotámicos tenían la apariencia,
las cualidades y los defectos de los hombres, pues habían sido concebidos a
semejanza humana, pero los hombres no amaban a los dioses, sino que los temían.
Un panteón de dioses con formas demoniacas y simbologías que, como el hombre anfibio Oannes o las misteriosas esferas de arcilla con
representaciones mitológicas aparecidas en el yacimiento de Choga Mish (Irán oriental), siguen causando
fascinación y desconcierto entre los investigadores.
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