¿Cuántos cubanos pueden degustar un Cohiba?
Ernesto Pérez Chang
CUBANET LA HABANA, Cuba. -Cuando los gobiernos de
Cuba y los Estados Unidos anunciaron el comienzo del proceso de normalización
de las relaciones diplomáticas, a los pocos días circuló una foto donde se veía
a Obama recibiendo como regalo un tabaco fabricado en la isla.
Para algunos, la imagen era una especie de
símbolo donde el objeto de agasajo al presidente representaba lo más autóctono
del pueblo cubano, sin embargo, en Cuba, el tabaco torcido a mano es un
producto que hace muchísimo tiempo no identifica al pueblo sino a una
pequeñísima élite conformada por altos funcionarios del gobierno, dirigentes de
primer nivel, algunos cubanos radicados en el exterior y visitantes extranjeros
con alto poder adquisitivo que saben cómo eludir las estafas y dónde encontrar
el producto original. Para el resto de la población, los llamados puros habanos pertenecen a un mundo
inalcanzable, por no decir desconocido..
El tabaco cubano ha tenido un destino similar al
de otros productos que el gobierno, mediante disímiles regulaciones, ha
reservado para su disfrute particular, ya sea para consumirlo o para
beneficiarse directamente de su venta. Alrededor de los habanos se ha
establecido un cerco prohibitivo que, paulatinamente, ha ido aniquilando la
centenaria tradición del tabaco en la cultura cubana, a la par de otras
costumbres.
Una simple unidad del famoso Cohiba puede superar
el salario de una semana de cualquier obrero, mientras que una caja con la
rúbrica de Fidel Castro, subastada por la firma Habanos S.A. en cualquiera de
los eventos exclusivos que celebra frecuentemente, redobla en cientos de veces
el salario anual de un médico o un ingeniero.
Elaborados con materias primas falseadas y en
locales clandestinos, las imitaciones de puros habanos se venden en las calles de todo el país, y
hasta en las tiendas oficiales, por precios módicos que oscilan entre los
50 y los 100 dólares, en un país donde el salario promedio no supera los 20
dólares mensuales. Un empleado de una tienda de Habanos S.A., emplazada en un
hotel de La Habana, nos revela algunas sombras de ese negocio. Por razones obvias, no
revelamos su identidad:
Los tabacos originales son mucho más caros y la
mayoría de los turistas que vienen no tienen suficiente dinero para comprarlos.
Hay otros que sí pero tampoco saben mucho de tabacos y uno le vende una copia
como si fuera original. Piensan que si compran en las tiendas no serán
estafados pero la ganancia de nosotros [los vendedores] está en eso. ¿Si no, de
qué vale trabajar aquí? La gente que sabe sí nota la diferencia pero esos no
vienen hasta aquí. […] Los cubanos que compran no saben mucho, lo que quieren es
llevarse tabacos para revender afuera.
Que en la
capital funcionan varias carpinterías dedicadas a la confección de réplicas
exactas de las cajas de tabacos originales es un secreto a voces. Según
testimonio de un trabajador de una de ellas, se puede ganar entre 1 y 5 dólares
por cada unidad terminada, lo cual resulta mucho más rentable que producirlas
para el Estado. Aun así, como nos dice un experimentado tabaquero, se trata de
una producción exclusiva para cazar ingenuos y no para satisfacer una demanda de
consumo al interior del país.
Un producto ajeno al cubano de a pie
Los
cubanos ya no fuman habanos, ya ni saben qué cosa es eso. Fidel fumaba Cohiba,
grandísimos, especialmente hechos para él, pero la gente solo podía comprar el
tabaco de a peso, y ese ya ni siquiera lo pueden comprar. Todos vienen picados,
viejos, durísimos. Antes, fumarse un tabaco no era cosa solo de ricos, ahora es
un lujo y los que los turistas compran por ahí, en cualquier lado, son una
trampa para cazar ingenuos, porque no son verdaderos. Nos dice un torcedor con
suficientes años en el oficio, y más adelante agrega: En los años que llevo
en esto, me sobran dedos de las manos para contar las veces que un cubano me ha
comprado un tabaco. Todos se paran a ver lo que hago pero nada más. Es que ya
ni saben disfrutarlo, no saben qué hacer con él. Es un verdadero crimen. Esto
era como el tamal, el congrí, el lechón asado y ahora es tan desconocido para
el cubano como el caviar y el champán.
He recorrido las calles de La Habana tratando de
encontrar una imagen de un cubano degustando un puro habano, uno verdadero, de esos identificados con
su vitola colorida y su aroma peculiar. Ni siquiera he podido conseguir la de
alguien aspirando el humo de un tabaco de a peso. Solo un par de
mujeres en medio de la calle Obispo que piden un dólar a cambio de una foto de
ellas fumando un embrollo de hojas, una parodia de aquella estampa criolla que
se extinguió hace ya medio siglo. Y tal vez el tabaco sea eso para los cubanos
de hoy, solo un simulacro, una representación, sin dudas algo muy lejano de un
símbolo de identidad.
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