El mendigo
del parque
Se
acercaba mi cumpleaños y quería pedir un deseo especial al apagar las velas de
mi pastel.
Caminando
por el parque vi a un mendigo que estaba sentado en uno de los bancos, el mas
retirado, viendo las palomas y los patos que revoloteaban cerca del estanque, y
me pareció curioso ver cómo un hombre de aspecto abandonado miraba esas palomas
con una sonrisa que emanaba ternura y alegría, por lo que decidí sentarme a su
lado.
Mi
intención era preguntarle qué lo hacía tan feliz. Yo me sentía dichoso y
completo, pues estaba orgulloso de mi vida y de mis bienes y no me faltaba
nada. Al contrario, tenía un buen
trabajo que me agradaba y me dejaba mucho dinero, con lo que podía satisfacer
todas las necesidades y hasta los caprichos míos y de mi familia. ¿Y cómo no
poder hacerlo, si después de todo yo trabajaba tanto para lograrlo? ¡Ah, mis
hermosos y amados hijos! Gracias a estos esfuerzos no les faltaba nada y podían
tener todos los juguetes que desearan. En fin, gracias a mis interminables
horas de trabajo, ni a ellos ni a mi dulce esposa les faltaba nada, nada…
Me
acerqué entonces a aquel misterioso y sonriente vagabundo y le pregunté: -Disculpe, quisiera preguntarle algo, si me
lo permite. El hombre me miró sin decir palabra, pero con su sonriente
rostro mudo parecía responderme -Usted dirá.
-¿Qué pediría usted
como deseo si hoy fuese su cumpleaños?
El
hombre me siguió mirando sin alterar su sonrisa en lo más mínimo. Aún desde
antes de acercarme a él, yo ya imaginaba su posible respuesta: -“Dinero”, lo cual me permitiría sentirme
muy satisfecho al darle un par de billetes y haber hecho una buena acción.
Me
quedé sorprendido al escuchar su respuesta y ver que en ningún momento aquel
hombre perdía su amplia y relajada sonrisa:
-Es curioso que me lo
pregunte. En realidad, si pidiera algo mas de lo que ahora tengo, sería
terriblemente egoísta. Yo ya he tenido todo lo que un hombre necesita en esta
vida y mucho mas. Vivía con mis padres y un hermano antes de perderlos a todos
hace ya algunos años en un trágico accidente. Tanto mi padre como mi madre eran
personas maravillosas que se desvivían por darme todo el amor que podían, aun a
pesar de nuestras limitaciones económicas. Cuando los perdí sufrí mucho, no se
imagina cuánto. Pero entendí que hay otras personas que nunca, ni por un
momento, tuvieron el privilegio de conocer ese tipo de amor que yo recibí de
mis padres y que yo les daba a ellos, y entonces me sentí agradecido con la
vida, el sufrimiento se desvaneció casi de inmediato y me sentí mucho mejor.
Y
continuó: -Cuando yo era muy jovencito me
enamoré perdidamente de una niña de mi barrio. Cuando crecimos un poco mas, un
día nos dimos un beso. El amor que nos teníamos crecía por instantes. Un día su
familia se fue a vivir a otra ciudad y cuando ella se fue mi corazón sufrió
terriblemente. A veces recuerdo ese momento y pienso en todas esas personas que
nunca han conocido ese amor tan limpio y tan exquisito. No puedo menos que
sentirme agradecido por haberlo conocido y me siento mejor.
Siguió
hablando: -Recuerdo el día en que,
caminando por este mismo parque, un niño que corría tratando de atrapar a una
mariposa de pronto se tropezó y cayó, dándose un fuerte golpe. El pobre niño
lloraba desconsoladamente. Me acerqué para ayudarlo a levantarse y le sequé sus
lágrimas con la punta de mi camisa que ese día estaba limpia, y jugué con él
unos instantes para distraerlo. Fueron solo unos minutos pero me sentí padre de
ese niño, y me sentí feliz porque hay tantos hombres que aunque tienen hijos no
saben lo que se siente ser padre, y yo lo había sentido aunque fuera por un
instante.
Ha habido veces que
en invierno he sentido frío y, por supuesto, hambre. Entonces me acuerdo de la
sabrosa comida que mi madre nos preparaba, muy “a lo pobre”, pero que sabía tan
deliciosa porque la preparaba con todo su cariño; y recuerdo el calor de
nuestra pequeña casita y entonces me siento mejor, porque es un privilegio tener
comida y un hogar calientito cuando hay tantos que nunca lo han tenido y tal
vez nunca lo tendrán.
A veces alguna
persona me regala una pieza de pan, a veces ya duro. De todos modos yo lo
acepto y lo agradezco, y siempre busco a alguien para compartirle un pedazo,
porque el placer de compartir lo que se tiene con quien lo necesita es algo más
grande de lo que yo puedo describir y, créame, hay tanta gente que aunque
tengan muchas cosas nunca han conocido ese enorme placer que da el compartir.
Así que, mi querido
amigo, ¿qué mas podría pedirle yo a la vida si ya lo he tenido todo? Y soy muy
consciente de ello, porque cuando me acuerdo hasta se me pone la carne de
gallina, y créame que me sucede muy seguido. Puedo ver la vida desde lo mas
simple, como aquellas palomas que están jugando junto al estanque con los
patos. ¿Qué necesitan ellas? Lo mismo que yo: ¡Nada! Ellas y yo estamos muy
agradecidos al cielo porque nos ha regalado la vida y nos permite disfrutarla,
y yo sé que muy pronto usted también lo estará.
Sus
palabras quedaron resonando en el interior de mi cabeza y yo me quedé inmóvil,
mudo, mirando al suelo son mirar nada, absorto en aquellas palabras sabias de
ese gran hombre, cuya sencillez desbordante me había abierto los ojos. Después
de un momento levanté mis ojos nublados por lágrimas que no habían alcanzado a
escurrir, pues necesitaba ver nuevamente el rosto apacible de aquel hombre.
Para
mi sorpresa, no estaba allí. Pareciera que se hubiera esfumado. Solo quedaban
las palomas que seguían jugueteando junto al estanque. De pronto me invadió un
arrepentimiento enorme de la forma en que yo había caminado por la vida sin haberla
realmente vivido.
Lo
que sí pude percibir es que en el lugar donde el hombre estaba, había quedado
un sutil aroma apenas perceptible pero que poco a poco se hacía más evidente,
como si fuera un bouquet de flores silvestres y de hierba fresca que no había
en esa época del año, que me inundaba y me llenaba de una paz que hasta ese
momento no había conocido.
Yo
no era muy creyente. Aunque mis padres eran buenas personas, eran algo apáticos
para esas cosas así que yo ni siquiera pensaba en ello. Sin embargo, no pude
evitar pensar que aquel hombre era un ángel que, disfrazado de mendigo, había
sido enviado “de allá arriba” para traerme el más preciado regalo que se le
puede dar a cualquier ser humano: la humildad.
Historia de dominio
público de amplia difusión en Internet.
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