El burro que nos
enseñó a leer
Cien años, ese es el tiempo
que ha pasado desde que el poeta Juan Ramón Jiménez regaló al mundo una de sus obras más populares, “Platero
y yo”. Y es que esta historia –que cuenta la vida y
muerte de un burro plateado al que su dueño ama con locura- ha conseguido
enternecer a una buena parte del mundo. No en vano es es el tercer libro más
traducido a diferentes idiomas después de la Biblia y El Quijote.
“Entre los niños, Platero es de juguete. ¡Con
qué paciencia sufre sus locuras!”
La historia de esta obra
maestra de la literatura se inició -según el poeta de Moguer- en 1906, año en
que comenzó a dar forma a la que sería uno de sus textos más conocidos en el
mundo y más leídos por el público infantil. Sin embargo, y a pesar de que en la
actualidad suele estudiarse en todos los colegios de España, “Platero y yo” fue
una novela dirigida a los adultos. ¿La razón? Cuenta con varios capítulos en
los que es palpable una cierta crítica social.
Así lo afirmaba el propio autor –Premio Nobel
de Literatura- en 1956: «Yo nunca he escrito ni escribiré nada para niños,
porque creo que el niño puede leer los libros que lee el hombre, con
determinadas excepciones que a todos nos ocurren», señaló.. Quizás ahí reside la clave de su
éxito entre el público infantil y juvenil, puesto que, como decía Eugenio D´Ors,
«los niños adorarán Platero y yo
porque no ha sido escrito con premeditación para ellos».
Sin embargo, la historia nos dice que la
primera edición de este libro que fue publicada en 1914 por «La Lectura» (la
que hoy recuerda el Doodle de Google) se
encontraba ubicada dentro de una conocida colección de literatura infantil.
Además, en aquellos años no contaba con los 138 capítulos que
tendría la versión definitiva, sino con una selección de 66, escogida especialmente para los más
pequeños de la casa.
El propio Jiménez escribió la siguiente
advertencia por entonces: «Este breve libro, en donde la alegría y la pena son
gemelas, cual las orejas de Platero, estaba escrito para... ¡qué sé yo para
quién!... para quien escribimos los poetas líricos... Ahora que va a los niños,
no le quito ni le pongo una coma».
Aseguraba
que ninguna de sus páginas le llevó más de diez minutos
«¿Existió de verdad Platero?» se preguntaba
hace apenas unos meses Andrés Ibáñez en este periódico. «Sí, nos cuenta Juan
Ramón, pero no uno, sino muchos, ya que «platero» es el nombre común con que se
conoce en Andalucía a un asno de pelaje gris. «Yo tuve de muchacho y de joven
varios –nos cuenta el poeta–. Todos eran plateros. La
suma de todos mis recuerdos con ellos me dio el ente y el libro».
Pese a su éxito, Juan Ramón Jiménez no estuvo
del todo contento con el célebre texto. Según los textos que guarda la
Fundación Zenobia —llamada así en honor a su esposa, la también
escritora Zenobia Camprubí Aymar—, al ”andaluz universal” le
disgustó la primera edición de 63 capítulos, porque a su juicio «estaba
descuidada». Según reconoció más adelante, ninguna de las páginas de Platero le
llevaron más de diez minutos. El poeta también renegó de las ilustraciones que
acompañaban su texto.
De acuerdo con la Fundación Zenobia, J.R.
intentó a lo largo de su vida, cambiar Platero en sus muchos apuntes. Así, el
escritor lo llamó Platero revivido, Platero residente, Platero (sin yo), Otra
vida de Platero, y al final se decide por Primer Platero, Platero Mayor, Último
Platero. El escritor justificó los cambios para hacer más sencilla su obra,
mejorar la precisión de sus expresiones y actualizar su sistema ortográfico
propio.
Los diez
pasajes más tiernos del libro
1-«Platero es pequeño, peludo, suave;
tan blando por fuera que se diría todo de algodón, que no lleva huesos. Sólo
los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal
negro».
2-«Cuando, al mediodía, voy a ver a Platero,
un transparente rayo del sol de las doce enciende un gran lunar de oro en la
plata blanda de su lomo. Bajo su barriga, por el oscuro suelo, vagamente verde,
que todo lo contagia de esmeralda, el techo viejo llueve claras monedas de
fuego».
3-«Los niños han ido con Platero al arroyo de
los chopos, y ahora lo traen trotando, entre juegos sin razón y risas
desproporcionadas, todo cargado de flores amarillas. Allá abajo les ha llovido
—aquella nube fugaz que veló el prado verde con sus hilos de oro y plata, en
los que tembló, como en una lira de llanto, el arco iris—. Y sobre la empapada
lana del asnucho, las campanillas mojadas gotean todavía».
4-«Entre los niños, Platero es de juguete. ¡Con
qué paciencia sufre sus locuras! ¡Cómo va despacito, deteniéndose,
haciéndose el tonto, para que ellos no se caigan! ¡Cómo nos asusta, iniciando,
de pronto, un trote falso!».
5-«Les dije que aquella carrera la había
ganado Platero y que era justo premiarlo de algún modo. […] Entonces,
acordándome de mí mismo, pensé que Platero tendría el mejor premio en su
esfuerzo, como yo en mis versos. Y cogiendo un poco de perejil del cajón de la
puerta de la casera, hice una corona, y se la puse en la cabeza, honor
fugaz y máximo».
6-«Él comprende bien que lo quiero, y no me
guarda rencor. Es tan igual a mí, tan diferente a los demás que he llegado a creer
que sueña mis propios sueños».
7-Sobre la noche de Reyes: «¡Qué ilusión, esta
noche, la de los niños, Platero! No era posible acostarlos. Al fin, el sueño
los fue rindiendo, a uno en una butaca, a otro en el suelo, […] a Pepe en el
poyo de la ventana, la cabeza sobre los clavos de la puerta, no fueran a pasar
los Reyes... Y ahora, en el fondo de esta afuera de la vida, se siente como un
gran corazón pleno y sano, el sueño de todos, vivo y mágico […]¡Ya verás cómo
nos vamos a divertir esta noche, Platero, camellito mío!»
«A
mediodía, Platero estaba muerto»
8-«Encontré a Platero echado en su cama de
paja, blandos los ojos y tristes. Fui a él, lo acaricié hablándole, y quise que
se levantara... El pobre se removió todo bruscamente, y dejó una mano
arrodillada... No podía... Entonces le tendí su mano en el suelo, lo acaricié
de nuevo con ternura, y mandé venir a su médico. El viejo Darbón, así que lo
hubo visto, sumió la enorme boca desdentada hasta la nuca y meció sobre el
pecho la cabeza congestionada, igual que un péndulo»
9-«A mediodía, Platero estaba muerto.
La barriguilla de algodón se le había hinchado como el mundo, y sus patas,
rígidas y descoloridas, se elevaban al cielo. Parecía su pelo rizoso ese pelo
de estopa apolillada de las muñecas viejas, que se cae, al pasarle la mano, en
una polvorienta tristeza... Por la cuadra en silencio, encendiéndose cada vez
que pasaba por el rayo de sol de la ventanilla, revolaba una bella mariposa de
tres colores...»
10-«Esta tarde he ido con los niños a visitar
la sepultura de Platero, que está en el huerto de la Piña, al pie del pino
redondo y paternal. En torno, abril había adornado la tierra húmeda de grandes
lirios amarillos. […] —¡Platero, amigo!—le dije yo a la tierra—; si, como
pienso, estás ahora en un prado del cielo y llevas sobre tu lomo peludo a los
ángeles adolescentes, ¿me habrás, quizá, olvidado? Platero, dime: ¿te
acuerdas aún de mí?».
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