Carta a Pablo VI
P. Jesús de las Heras
Con
fecha de 5 de agosto de 1979 la Hoja diocesana de Sigüenza-Guadalajara “EL
ECO” publicada la siguiente carta mía al Papa Pablo VI con motivo
del primer aniversario de su fallecimiento. Tenía yo entonces veinte años
y era todavía seminarista… y de provincias. Acabo ahora, una vez más, de releer
la carta y redescubro su vigencia, tantos años después. Por ello, la transcribo
literalmente y la ofrezco como homenaje al Papa Montini, en las vísperas de su
beatificación, el 19 de octubre de 2014
Querido
Pablo VI:
Recuerdo el día
–mejor, la noche- en nos dejaste. Era un caluroso domingo. Recuerdo que por la
mañana de ese mismo día un sacerdote me había dicho te morías en este verano; a
mí me pareció muy “precipitado”…. No había ningún síntoma que predijera un
final tan rápido…
Por la noche, a
eso de las diez, mientras yo paseaba por la alameda seguntina, explotó un
bombazo: ¡Ha muerto el Papa! ¡Ha muerto Pablo VI! No me lo creía. Creía que era
rumor, una falsa noticia. Pero no. Era verdad. Acababas de morir. Tu corazón,
tu sensible y enamorado corazón, se acababa de romper en un atardecer de
verano, acompañado tan solo del cariño y del calor de unos pocos. Era el día de
la Transfiguración del Señor, una de tus fiestas litúrgicas preferidas.
Recuerdos
de una noche de verano
Recuerdo también
como aquella misma noche, a las 11, subí a mi parroquia seguntina y toqué a
unción por ti. Recuerdo como al día siguiente busqué ávido la prensa para poder
leer sobre ti. Recuerdo también tu impresionante funeral y el grandioso aplauso
con que despidieron al tan sobrio ataúd que portaba tu frágil cuerpo ya sin
vida, y que a mí -y que a tantos- me estremeció. Y también recuerdo, con un
poco de dolor, como tan pronto nos dio a todos por componer la Rosa de los
Papables. Todavía conservo mis apuntes, mis recortes y hasta mis crónicas
inéditas de aquellos días…
Yo nací a los dos
meses de la elección del Papa Juan XXIII. Pero de él apenas recuerdo nada. Sí
recuerdo el día que se murió y sus vísperas. Recuerdo haber comido en uno de
esos días en casa de mi abuelo Victoriano y escuchar las noticias de las dos
–“El Parte”- de Radio Nacional de España, abriendo sus contenidos con la
información de la agonía del Papa bueno. Recuerdo como –creo que era al
atardecer de una jornada de junio- yo estaba jugando en el patio de la catedral
de Sigüenza y la campana gorda de la catedral seguntina tañó con sus mejores y
más solemnes sones a la hora de su muerte. Tenía yo cuatro años y medio… De
bastantes cosas me acuerdo, pues…. Por ello, tú, querido Pablo VI, has sido
hasta ahora para mí el Papa.
Y han pasado los
años y tú ya has desaparecido, aunque permaneces tan vivo en nuestra memoria.
Por eso, en el primer aniversario de tu muerte, permíteme que reflexione en voz
alta y sin especiales pretensiones -quizás con osadía- sobre lo que
podíamos llamar las claves de tu pontificado.
Claves de
un pontificado
Pues bien, la
primera de estas claves es la de reconocer que recibías una hermosa y
voluminosa herencia que tú mismo te apresuraste a decir que no podía ser enterrada
en la tumba de Juan XXIII. Y por si esto fuera poco recibías además la herencia
complicada de llegar al corazón de los hombres como Juan XXIII llegó, con
aquella bondad y sencillez que tanto cautivaron y siguen cautivando a nuestro
mundo. Pero la herencia que más pesaba sobre tus curtidas y, a la vez, endebles
espaldas era la del Concilio Vaticano II. Tenías, como ya dijo Juan XXIII, que
abrir de par en par las ventanas de la Iglesia para que entrasen el aire y la
brisa sobre los enmohecidos papeles. Tenías que presentar a la Iglesia católica
en todo su esplendor, sin manchas, sin arrugas, para poder así ofrecerla mejor
a los hermanos separados y a todo el mundo como la Iglesia de Cristo, como
también había querido tu antecesor. Tenías que rejuvenecerla, hacerla más
atractiva –conservando su verdad y su identidad- y presentarla renovada al
hombre y al mundo contemporáneo. Y era una tarea grandiosa, pero espinosa y
difícil. Y aquí tenemos la segunda clave de tu pontificado: tenías, sí, que
reforma la Iglesia, bajo los imperativos del Vaticano II, pero reformarla como
la Iglesia debía ser reformada.
Y el mundo y la
misma catolicidad tomaron posición ante esa reforma. Y tú, querido Pablo VI,
empezaste a padecer y a ser incomprendido: unos querían la Iglesia del siglo
XIX y otros la del siglo XXI. Y empezó tu Calvario, comenzó tu Pascua. Fuiste
signo de contradicción, la tercera de las claves de tu pontificado. Las
críticas comenzaron a surgir y fuiste, como escribió un gran sacerdote y
periodista, el primer Papa de la historia de la Iglesia “devorado, desgarrado
por sus propios hijos”. Se te acusó de todo: de frío, de altivo, de dubitativo,
de traidor, de distante, cuando tu corazón era sensible, tierno, receptivo y
dispuesto a amar hasta el límite. Decían de ti que estabas solo en medio de los
gélidos mármoles del Vaticano. Y cuentan que tu sonrisa empezó a nublarse; que
tus pies apenas se movían ya; que tu rostro traslucía angustia… Y que corazón
–eso sí- seguía amando, cada vez más.
Abrazado
a la cruz
Y tú, querido
Pablo VI, unido, abrazado a tu cruz –a tu báculo pastoral en forma de cruz-,
seguías caminando. Tu magisterio era riquísimo, hermoso, lleno de frescura,
autentica y apasionada exposición de la fe y de la moral que hoy la Iglesia
quiere mostrar como un inapreciable tesoro. Y gobernabas la nave de la Iglesia
como timonel audaz y prudente en medio de bonanzas y tempestades.
He dicho, Santo
Padre Pablo VI, que fuiste criticado. También amado. Y hoy –un año después de
tu muerte- todavía eres amado y criticado. De nuevo, las críticas llegan desde
los distintos signos y posicionamientos. Pero la voz, la más autorizada de las
voces que está constantemente elogiando tu papado y tu persona es la de
tu sucesor, el Papa Juan Pablo II. Como botón de muestras, leamos en su
encíclica “Redemptor hominis”:
“(de
Pablo VI)… no ceso de dar gracias a Dios por este gran Predecesor mío y
verdadero Padre… Se debe gratitud a Pablo VI porque, respetando toda partícula
de verdad, contenida en las diversas opiniones humanas, ha conservado
igualmente el equilibrio providencial del timonel de la Iglesia” (RH, 12 y 14).
Me he alargado
mucho, querido Pablo VI. Hay que acabar ya. Para ello, voy a resumir las ideas,
los pensamientos y los sentimientos de esta carta en estas palabras: Has sido,
querido Pablo VI, un gran hombre, un gran cristiano, un gran Papa y también
estoy seguro que un santo. Por todo esto, gracias, muchas gracias.
No hay comentarios:
Publicar un comentario