Había sido su propio padre, sin embargo, el
que primero la llevó a un convento. A los 13 años Teresa se había quedado
huérfana de esa madre con quien compartía confidencias, devociones y su gusto
por la lectura. De las vidas de santos, había pasado a los libros de
caballerías y de en ellos aprendió a galantear con sus primos. «Comencé a
pintarme y a buscar a parecer y a ser coqueta», recordaba la propia santa. Su
padre, preocupado, decidió entonces internarla en el convento de las Agustinas
de Gracia de Ávila, donde se educaban doncellas nobles.
Una grave enfermedad le obligaría a salir del
convento. Nada se sabe de esta dolencia a la que la santa solo se refirió con
la frase «Dióme una gran enfermedad, que hube de tornar en casa de mi padre».
Durante su convalecencia, su tío don Pedro de Cepeda le dio a leer las
Epístolas de San Jerónimo que le harían decidirse por tomar los votos y entrar
en las carmelitas.
Esta serie se enriquece con los dibujos de Nancy Olaya Monsalve
Esta serie se enriquece con los dibujos de Nancy Olaya Monsalve
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