Sin “Traviata”
LUIS VENTOSO
abc.es
A estas
alturas, raro será quien no haya visto morir alguna vez a la pobre Violetta,
consumida, pero al fin en los brazos de su amado Alfredo. Un encuentro
demasiado tardío. Suena el «Prendi, quest’e l’immagine» mientras expira la
cortesana de buen corazón, arrastrada por los placeres de la noche parisina. Se
va Violetta, la dama de las camelias de Dumas, destrozada por la tuberculosis
en plena juventud.
Estrenada
en 1853, una función de «La Traviata» de Verdi rara vez se convierte hoy en
hecho noticiable. Es uno de los títulos infalibles del repertorio operístico,
de los veinte o treinta recurrentes que todos querríamos volver a ver (por eso
resultó de dudoso acierto la reciente etapa del Real, donde se provocó el extrañamiento
del público abusando del rebuscamiento snob). Cada día se representa la ópera
de Verdi en varios teatros del globo. Pero el lunes en la Bastilla de París
hubo una «Traviatta» de titulares. No porque la soprano, la alemana Diana
Damrau, hiciese sombra a la Violetta de la Callas, que no era el caso, sino por
motivos extramusicales. Había pasado el primer acto y en el descanso los
cantantes se amotinaron: o se lo sacaba, o si continuaba allí de esa guisa,
ellos no seguían actuando. Así que el subdirector del teatro tuvo que encarar
el problema, acercarse a la turista llegada de un sultanato del Golfo que
ocupaba aquella onerosa butaca de primera fila, y decírselo: las leyes de
Francia prohíben el uso en lugares públicos del velo integral, el niqab;
tiene usted dos opciones, retirárselo o irse. El hombre que la acompañaba y la
mujer optaron por marcharse.
¿Han
compartido alguna vez una clase, una reunión de trabajo o una simple
conversación con una persona enlutada de los pies a la cabeza y de la que solo se
ven los ojos? Lo he vivido en Londres y no es nada agradable. Disimulas en
nombre de lo políticamente correcto, pero sientes una evidente incomodidad,
incluso una cierta sensación de agravio. Si todos los demás podemos enseñar
nuestros rostros, como es lo natural desde que Adán y Eva robaban manzanas,
¿cuál es el mensaje que nos quiere transmitir la persona que comparte espacio
con los demás y no deja ver su cara? ¿Nuestra mirada es impura y no puede
posarse en ella? ¿Se trata acaso de alguien tan superior, distinto y especial
que no puede mostrarse ante los demás? Desagradable, y también grotesco: una
persona enmascarada, que habla desde detrás de una tela negra, intentando
aparentar normalidad en una actividad colectiva en un país occidental.
Francia prohibió
en 2011 la niqab en espacios y edificios públicos. No fue un rasgo de
intolerancia. Al revés. Fue un paso en defensa de su civilización y sus
libertades, tan amargamente conquistadas. ¿Dejarían en el mundo árabe entrar
sin velo en una mezquita a una mujer occidental? No. Tienen sus tradiciones y
debemos tener la educación de respetarlas si queremos ir allí. Es lo normal. Lo
civilizado. Pero ese camino debería ser de ida y vuelta. Si te desagrada
Europa, si consideras impuros sus valores, su modo de vida decadente y sus
caras al aire, la solución es sencilla: quédate en casa y no sufras.
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