De entonces son sus primeras visiones y sus
temores de estar siendo engañada «por el demonio». Su encuentro en 1560 con el
santo franciscano Pedro de Alcántara resultó providencial para alcanzar
la paz. Poco antes había tenido oportunidad de conocer a Francisco de Borja,
que también sería santo, y años después mantendría una estrecha relación con San
Juan de la Cruz.
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